Antonio Elorza-El Correo

  • Los videos de los rehenes dan razones a Netanyahu para el disgusto y la satisfacción. La prioridad es acabar con Hamás. Y de paso con Gaza

Josep Borrell explicó en un artículo las razones por las que la acción de Israel en Gaza ha de ser calificada como genocidio, y también la complicidad de la Unión Europea al no responder a esa situación con la aprobación de sanciones como las que desde 2022 afectan a Rusia por la invasión de Ucrania. La inhibición en este terreno es tanto más grave, cuanto que el mantenimiento de la condición de Israel como socio privilegiado de la UE permite a Benjamín Netanyahu reaccionar agresivamente contra cualquier jefe de gobierno europeo, de Sánchez a Macron, que se permite infringir la regla del silencio.

El concepto de genocidio, acuñado por Raphaël Lemkin en 1944 para designar la estrategia de destrucción del nazismo en Europa, no solo contra el pueblo judío, y ya antes contra el armenio, descansa sobre unos requerimientos bien precisos, tanto para fundamentar su excepcional importancia jurídica, como para evitar su trivialización. Un crimen contra la Humanidad, por enorme que sea su alcance, no es necesariamente un genocidio. Es el caso de la invasión estadounidense de Irak, además un estúpido error político: George Bush Jr. no pretendía destruir al pueblo iraquí, lo mismo que inicialmente Netanyahu anunció la aniquilación de Hamás, no de Gaza.

En fecha reciente, al conmemorarse el treinta aniversario de la masacre de 6.000 musulmanes bosnios en Srbreniça, en julio de 1995, por ese motivo ha sido cuestionada la calificación. Sería un acto puntual de barbarie serbobosnio, entre otros, como los 3.000 asesinados en Visograd. Pero es necesario remontarse a los orígenes, cuando Alija Izetbégovic explica en el Parlamento de Sarajevo las razones para la independencia de Bosnia, y el líder serbio Radován Karadzic le responde secamente: «Muy bien. Os exterminaremos». El genocidio está ya ahí, y conviene tenerlo en cuenta para explicar los motivos de la discutida intervención occidental para evitar la repetición de la tragedia en Kosovo.

La destrucción causada por el Tsahal desde el primer momento en Gaza respondía a la entidad del desafío sufrido y a las reglas establecidas previamente por Netanyahu, casi en términos bíblicos del Libro de Josué. Resultaba inevitable que al prolongarse la guerra, con una creciente intensidad por Israel, se sucedieran los crímenes contra la Humanidad, con la población gazatí como víctima designada.

La calificación de genocidio, no obstante, ofrecía dudas, aunque no para la Corte Internacional de Justicia, a pesar de que el ministro de Defensa Yoav Galant llamara a los pobladores de la Franja «animales humanos», ya que persistía el Gobierno de Hamás, así como el secuestro de los rehenes del 7-O. En noviembre de 2024, cuando Galant es sustituido por Israel Katz, desaparece toda duda. No se trata de aplastar a Hamás, sino de aniquilar la vida en Gaza, mediante la guerra y el hambre.

¿Qué hacer entonces? Por parte de nuestro Gobierno, traer a unos niños enfermos a España con sus familias responde al tipo de política exterior de fachada, propia de Pedro Sánchez, cuidadoso en cambio de templar gaitas hablando de «la guerra de Putin en Ucrania». El gesto puede recordar a ‘Plácido’, el viejo filme de Berlanga, y como tal es usado por nuestra propaganda ultra, pero tampoco los envíos aéreos de subsistencias sirven de mucho. Tal como están las cosas, son por lo menos recordatorios de la tragedia y, en la limitación de su eficacia, un llamamiento a seguir la vía de Borrell.

Por último, Hamás también se ha ocupado de recordarnos quién es todavía hoy y qué fue el 7-O: un ensayo de genocidio en toda regla. La política de Netanyahu en la Cisjordania ocupada, fusión de asentamientos y represión, justificaba una respuesta violenta desde Gaza, pero no el despliegue de absoluta barbarie, característica tanto del yihadismo y de la idea, no de liberar Palestina, sino de aniquilar al Estado de Israel y a sus pobladores. El 7-O nos encontramos ante una aplicación estricta de la idea islámica de crueldad, la cual, llevada al extremo en los ejemplos de la sira de Ibn Ishaq, contra los enemigos de la fe, supone el deber de anticiparles los castigos infernales. Más la táctica del secuestro, sin atender a ninguna consideración humanitaria, al modo de la batalla de Badr, en la misma biografía canónica.

Tal ha sido la receta de deshumanización radical, puesta en práctica en y después del 7-O, sin que los dirigentes de Hamás, entregados a una yihad apocalíptica, se preocupen siquiera por la supervivencia de los creyentes que un mal día cayeron bajo su mando. La convergencia con Netanyahu es inevitable y solo falta tener en cuenta a Trump para anticipar los resultados.

Entretanto, no han tenido mejor idea que ilustrar al mundo acerca de su parentesco con el nazismo al difundir las imágenes de secuestrados ‘a lo Auschwitz’, con uno de ellos cavando incluso su tumba. Netanyahu tiene razones para sentir disgusto y satisfacción. Ninguna prueba más clara de que la prioridad de Israel debe ser acabar con Hamás. Y de paso con Gaza, sirviéndose del eufemismo de su ocupación.