Tonia Etxarri-El Correo

Dos reveses diplomáticos en menos de una semana era un golpe demasiado fuerte para la autoestima del presidente del Gobierno que, hasta hace pocos meses, ha intentado liderar Europa en posicionamientos marcadamente ideológicos y ahora se había visto excluido de reuniones tan influyentes como la del pasado sábado y la telemática de ayer, auspiciada por el canciller alemán, Friedrich Merz, y el francés Emanuel Macron, para un grupo de selectos dirigentes comunitarios. Finalmente, la ubicación de Pedro Sánchez en el último turno de la convocatoria, confirma que España, en la actualidad, está jugando en la tercera división.

En un momento extremadamente delicado ante el encuentro que mañana, viernes, mantendrán Trump y Putin en Alaska para decidir el futuro de Ucrania sin Ucrania, la Unión Europea ha estado enfrascada en una agenda intensa de convocatorias de las que el presidente, Pedro Sánchez, hasta ayer, se había visto excluido. Ningún representante del Gobierno de España fue invitado a la cita de Londres del pasado sábado en la que participaron cinco países de la Unión Europea, el Reino Unido y la presidenta de la Comisión, Von der Leyen. Tampoco a la triple cita de ayer porque, en un primer anillo, los mandatarios europeos se reunieron con Zelenski y, después, con Trump. Solo en un tercer nivel, en la llamada ‘coalición de voluntarios’ que agrupa a una treintena de países, ahí sí se sumó Sánchez.

El presidente del Gobierno español, que fue invitado a una cumbre similar el pasado mes de febrero, ahora se había quedado en el banquillo. Su buena relación con el ucraniano Zelenski, al que halaga con tuits y llamadas telefónicas, no ha conseguido compensar su polémica política exterior. En realidad, hace muchos años que España carece de política exterior por falta de un espíritu de consenso de los actuales gobernantes y su incapacidad por afianzar pactos de Estado en cuestiones que necesitan contar con el beneplácito de la oposición. Con el cambio de alianzas, decidido de forma unilateral, favoreciendo a Marruecos en perjuicio del Sáhara, con su confrontación con el Gobierno de Israel sin presionar a los terroristas de Hamás. Con su desmarque de la OTAN para asumir los gastos en defensa del 5% del PIB. Y con la renuncia a comprar cazas estadounidenses F-35, después de esos contratos con Huawei al margen de la UE, se ha quedado fuera de juego.

Si Zapatero se negó a levantarse ante la bandera de EE UU durante el desfile del Día de la Hispanidad, el 12 de octubre de 2003, y negó su aplauso al paso de los marines (un gesto que le costó a España una sucesión de desaires por parte de los presidentes estadounidenses, incluido Joe Biden), Sánchez se apoya, ahora, en el nacionalismo dominante y arrollador de Trump para justificar su alejamiento del ‘amigo americano’ y de la cohesión europeísta. Actitudes que, desde luego, no ayudan a que se le considere como interlocutor de primer nivel. Ayer, mientras los primeros mandatarios europeos exigían a Trump no tomar ninguna decisión sin Ucrania, a Sánchez le sirvieron el postre ya cocinado. Su irrelevancia no es buena noticia para España.