- Por supuesto que los incendios se apagan en invierno, pero dónde están los brazos para el desbroce y traza de cortafuegos, o dónde los incentivos para las empresas que sufren políticas desactivas de empleo que encarecen los costes sociales y frenan su crecimiento
Cuéntase en la Baja Andalucía la historia del noble al que, al telefonearle en domingo el aperador para darle la mala nueva de que su cortijo había sido reducido a cenizas, le contestó como si tal cosa: «¡Vaya disgusto que llevará el lunes el señor conde cuando sepa la desgracia!». Al observar la distancia que Pedro Sánchez pone con la ola de fuegos que asolan España sin perturbar sus vacaciones de marajá en el Palacio de la Mareta, no ha de andar muy lejos de exclamar también: «¡Vaya rebote que se cogerá el presidente cuando retorne a La Moncloa!».
Siempre claro que algún ayudante no se anticipe y susurre fijándose los dedos en los labios: «Shhhh, descansa», mientras el Gran Timonel se ensimisma con la lectura del Diario del Pueblo chino que ya ha debido suplir a la arisca prensa anglosajona en sus desayunos «cuatro estaciones» con la tetraimputada Begoña Gómez. A tenor de tales conductas, no cabe duda de que el concepto de servidor público, ha perdido su sentido genuino. En vez favorecer al ciudadano al que se debe, un gobernante como Sánchez se proporciona a sí mismo todo tipo de bicocas enmudeciendo las voces críticas. Bien amedrentando a los medios que sortean su férula, bien tirando de energúmenos como el ministro tuitero Óscar Puente luego de que Sánchez le encomendara la réplica a Feijóo en su investidura fallida de 2023.
Como guardaespaldas de un Sánchez que tampoco entonces dio la cara con Feijóo, como era su deber, Puente superó la prueba de sangre propia de organizaciones mafiosas y hoy es el pitbull del «Puto Amo» abandonando sus tareas ministeriales como a los pasajeros de la antaño alta velocidad ferroviaria. Con su lengua bífida y sus aires de matasiete –como sólo lo hacía Koldo García en aquel puticlub navarro–, se burla de los damnificados de las llamas y se ensaña con la ausencia de los presidentes autonómicos del PP para tapar la de todo el Consejo de Ministros con Sánchez a la cabeza. No en vano, ‘El galgo de Paiporta’ es un consumado escapista a la hora de desentenderse de lo que le compete –lo hizo con el COVID, lo repitió con la dana de Valencia y reincide en este agosto infernal– a base de exculparse y endosar su responsabilidad al rival enrocado en el sortilegio «quien resiste gana».
Si en el COVID dilató la declaración oficial de emergencia para celebrar la fiesta feminista del 8-M y acreditó la peor gestión de la pandemia de Europa con más de 100.000 fallecidos y el enriquecimiento ilícito de los suyos, también efectuó un ejercicio de omisión criminal con la dana que tuvo su corolario con su ‘espantá’ desertando de los Reyes y de Mazón. De igual forma que, en la dana, la falta de infraestructuras agravó la tragedia, junto a la incuria política, los siniestros forestales pagan las secuelas de un Estado disfuncional con saqueadores del erario que desasisten a los desplumados contribuyentes. Ante estas odiseas, cualquier mandatario que no hubiera hecho carrera del enfrentamiento y la polarización elevando muros entre españoles, habría ejercido un liderazgo integrador. Pero ello no está en el carácter de escorpión de Sánchez.
Al margen de las flamas infligidas por la mano negra criminal o por la invisible de quienes han convertido las placas solares en la primera plantación agrícola en muchos terruños, tiene mucho que ver en lo sucedido el fanatismo de una clase política verde, no tanto por el color de sus planes, sino por su escasa cochura intelectual como la que ahora arrastra a Francia a morir de calor para que, de sobrevivir a 45º de temperatura, los supervivientes puedan enorgullecerse de no haber contaminado con sus aires acondicionados. Todos ellos recuerdan a aquel eurocomisario austriaco de Agricultura, Franz Fischler, que desgajó, en una visita a una finca de Córdoba en 1997, una aceituna negra y, sin más, se la engulló ignorando que precisaba antes de aliño. Aquella anécdota resultó trágica al ser el causante directo del arranque de olivos para proteger a la producción italiana.
Ese talibanismo verde contra agricultores y ganaderos sin importarles poner al albur no sólo la despensa de España, sino un sector primario que, imitando los sistemas de riego israelí en zonas desérticas, ha desarrollado una de las mayores revoluciones silenciosas del último siglo. Especialmente, en Andalucía, donde los sindicatos jornaleros, hasta entrados los 80, auspiciaban quemar la maquinaria agrícola y ocupar fincas de modo tan enloquecido como para hacerle perder la cabeza a uno de los dirigentes del SOC, Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde perpetuo de una Marinaleda anfitriona de grupos filoetarras. Desde que los ingenieros forestales del antiguo Icona fueron desplazados por ecólogos, al igual que los maestros fueron relegados por los pedagogos, se avanza retrocediendo.
Por supuesto que los incendios se apagan en invierno, pero dónde están los brazos para el desbroce y traza de cortafuegos, o dónde los incentivos para las empresas que sufren políticas desactivas de empleo que encarecen los costes sociales y frenan su crecimiento, a la par que se entorpece la rebusca por un vecindario que siempre engrosó su modesta economía con el aporte de esa maleza altamente inflamable. Por si no abundara el peligro, hay demagogos que retozan con fuego abrasándolo todo para desviar la atención y que Sánchez siga su dolce far niente en La Mareta.
Sin embargo, a veces, las realidades más evidentes son las más difíciles de ver, como les explicó el escritor norteamericano David Foster Wallace a los graduados de Kenyon College con la fábula de los dos pececillos que nadaban juntos cuando se cruzaron con uno más viejo que los saludó con un «buenos días, muchachos, ¿cómo está el agua?». Al alejarse, uno de los pizcos se vuelve hacia el otro y le inquiere: «¿Qué demonios es eso del agua?». Quien dijo agua con la dana, dice fuego con los incendios, con un Sánchez impertérrito como aquel conde sevillano.