Antonio Soler-El Correo

  • Qué envergadura debe alcanzar un siniestro para que la autoridad abandone sus vacaciones para acudir al lugar del desastre

A falta de serpiente de verano tenemos al ministro Puente y sus ágiles dedos en el tecleo de X. Después del descanso veraniego del culebrón cutre de Ábalos, el encarcelamiento de Cerdán y el entramado del hacendoso Montilla, parecía que los informativos estaban destinados básicamente a preguntarle a la ciudadanía si tiene calor y si prefiere ir por la sombra. Pero he aquí que media España se quema y las llamas se convierten en materia política. Y, claro, ahí está el fusilero Óscar Puente.

Y lo cierto es que más allá de su tono frívolo sus puyas han servido para abrir un debate que viene coleando desde la dana de octubre. ¿En qué momento debe personarse un presidente autónomo, un alcalde o un presidente de Gobierno en una catástrofe? ¿Qué envergadura debe alcanzar un siniestro para que la autoridad abandone su agenda o sus vacaciones para acudir al lugar del desastre? El ministro Puente parece tenerlo muy claro. Y también Pedro Sánchez lo tenía en 2015 reprochándole a Mariano Rajoy que no pisara el barro en la Ribera del Ebro cuando el río se desbordó. «¿Qué coño tiene que pasar para que Rajoy pise el barro?»

Cuántos muertos tiene que haber en los incendios de Castilla y León para que Sánchez pise las ascuas. Cuánto tiempo antes tendría que haber hecho lo mismo Fernández Mañueco. La línea es sutil, tanto, que alguna ministra ha dejado solo a Puente en su personal visión de la realidad, o de las realidades, porque para el ministro la realidad parece tener dos caras. La cabal y la de la fachosfera.

La otra cuestión que se plantea recae sobre la utilidad práctica que puede tener la presencia de un político en una catástrofe. Probablemente ninguna. Porque son los militares, bomberos y profesionales quienes están llamados a tomar las decisiones claves. Pero al margen de lo que puedan aportar en un terreno puramente técnico, la presencia de los responsables políticos tiene un efecto benéfico en la ciudadanía afectada por un desastre. Solo hay que remitirse a la dana de octubre. La escandalosa ausencia de Mazón y la presencia reiterada de los reyes que, después de un momento equiparador del abandono, tuvieron la presencia de ánimo suficiente para servir de desahogo y mínimo consuelo a los afectados. No se sintieron completamente abandonados. Y eso, en un momento dramático, es de vital importancia.

El alcalde Giuliani pasó el 11-S del desahucio político a la gloria caminando entre los bomberos de Nueva York. Aznar hizo el recorrido contrario el 11-M escondiéndose en la Moncloa detrás de una falacia. A veces, un tecleo de X te puede llevar a uno de esos destinos o al contrario.