Itziar Nodal-El Español

  • Trump, que suele responder preguntas, ha evitado esta vez hacerlo, algo inusual en él y que ha dejado un silencio incómodo en la sala

No ha habido acuerdo. Tras dos horas y media de reunión en la base militar de Elmendorf-Richardson, en Anchorage, Alaska, Donald Trump y Vladímir Putin han comparecido juntos ante la prensa para anunciar… que no había nada que anunciar. Se han elogiado -el ruso más que el americano-, han hablado de “progreso” y de futuras llamadas, pero sin concretar un solo paso que acerque un alto el fuego en Ucrania.

Trump, que suele responder preguntas, ha evitado esta vez hacerlo, algo inusual en él y que ha dejado un silencio incómodo en la sala, mientras los periodistas intentaban arrancarle alguna aclaración sin éxito.

El recibimiento, sobre las 11 de la mañana, había sido digno de una superproducción de Hollywood. Alfombra roja impecable, cazas F-22 y un bombardero B-2 surcando el cielo, y una guardia de honor en posición marcial recibiendo a las delegaciones. El Air Force One y el avión presidencial ruso aparcaron a escasos metros. Ambos líderes, con gestos estudiados, intercambiaron una sonrisa medida y un apretón de manos prolongado antes de subir juntos a The Beast, la limusina blindada presidencial estadounidense.

Ver a los líderes de dos superpotencias —históricamente enfrentadas— compartir coche sin intérprete era, en sí mismo, una imagen insólita.

La conversación, lejos de la pompa inicial, se desarrollaba después en un formato de “tres contra tres” que dejaba claro el carácter cerrado del encuentro. Trump y Putin, flanqueados por solo dos asesores cada uno —Marco Rubio y el empresario Steve Witkoff por el lado estadounidense; Serguéi Lavrov y Yuri Ushakov por el ruso— se sentaron frente a frente, con un único intérprete como puente cuando el inglés de Putin no bastaba. La imagen oficial captada justo antes de empezar marcaba un contraste brutal con la alfombra roja de la llegada: nada de sonrisas largas ni camaradería de pasillo, solo rostros tensos y una luz que parecía congelar el aire.

Era la foto de un pulso político, no de un reencuentro entre “viejos amigos”.

Poco más de dos horas y media después, Putin abría la comparecencia apelando a la historia compartida: “Somos vecinos, somos amigos, nuestros territorios están pegados… Alaska fue Rusia y tiene raíces rusas”, recordó, mencionando el puente aéreo de la Segunda Guerra Mundial que ayudó a la victoria aliada.

Agradeció a Trump “su trabajo para solucionar este conflicto” y coincidió en que “la seguridad de Ucrania debe ser garantizada”, aunque matizó que Rusia tiene “sus propios intereses nacionales” que pasan por anexar parte de Ucrania, imponer su neutralidad y cambiar su gobierno. “Cuando Trump dice que con él no hubiera habido guerra, estoy seguro de que así hubiese sido”, remató, regalándole una frase que el estadounidense repite como mantra.

Trump, por su parte, se mostraba optimista pero difuso: “Estamos intentando llegar a un acuerdo, hicimos buen progreso… No llegamos a un acuerdo, pero hay una buena posibilidad de que lo logremos”. Recalcó que “no hay acuerdo hasta que hay acuerdo” y anunció que llamará a sus aliados de la OTAN y al presidente ucraniano Volodímir Zelenski para ponerles al día, aunque no dio un solo ejemplo concreto de qué les dirá.

Antes de volar a Alaska, había asegurado que quería “un alto el fuego rápido” y que “no estaría contento” si no lo conseguía en esta cumbre.

Putin no había movido un ápice su posición. Insistía, una vez más, en que el conflicto “tiene que ver con amenazas fundamentales a nuestra seguridad” y que para un acuerdo duradero “debemos eliminar todas las causas primarias del conflicto”, la fórmula que en Moscú se utiliza para exigir concesiones que Kiev y Occidente consideran inaceptables. El parlamentario ruso Andrei Gurulyov celebraba minutos después que las palabras de su presidente demostraban que la postura del Kremlin era “inquebrantable”.

El lenguaje corporal hablaba por sí solo. Al inicio, las sonrisas eran francas, los gestos relajados y las posturas abiertas. Al final, las miradas se esquivaban, las manos se mantenían quietas sobre el atril y los cuerpos proyectaban una distancia más política que física. El contraste visual condensaba el resultado de la reunión: cordialidad sin compromiso.

En un momento, que intentaba ser distendido sin serlo, Putin invitaba a Trump a reunirse “la próxima vez en Moscú”. El presidente, consciente del revuelo que podría causar, sonrió: “Es interesante… añadiría un poco de presión, pero podría pasar”. No hubo respuesta firme, una actitud que se repitió a lo largo del encuentro: largas, sonrisas y vaguedades.

En Kiev, la lectura ha sido dura. “Creo que es un fracaso porque Putin volvió a hablar de sus preocupaciones de seguridad y usó su retórica habitual. No veo cambios”, afirmó Oleksandr Merezhko, diputado ucraniano. Zelenski había advertido que el líder ruso intentaría “engañar a Estados Unidos”, una advertencia que resonó más tras saber que, horas antes de la cumbre, Rusia había lanzado nuevos ataques sobre Ucrania. Trump no mencionó ni esas ofensivas ni las sanciones económicas que había amenazado imponer si no se lograba un alto el fuego.

Las redes sociales ardían en cuestión de minutos con reacciones contrapuestas. Seguidores de Trump destacaban su “talante negociador” y la “cercanía” con Putin, mientras críticos subrayaban que había vuelto a casa sin el alto el fuego prometido y con imágenes que, según ellos, daban un rédito propagandístico a Moscú.

La salida de la sala fue casi tan reveladora como la llegada. Putin se quedaba intercambiando palabras con su equipo y saludando a oficiales estadounidenses, mientras Trump, flanqueado por sus asesores, se dirigía directo a la puerta para atender minutos después una entrevista con Fox News.

El encuentro con la cadena, anunciado con altas expectativas, terminó siendo más un escaparate personal que una revelación sobre lo hablado en la cumbre. Trump calificó la reunión de “un 10”, insistió en que “muchos puntos se han negociado” y que “Putin respeta ahora a Estados Unidos”, pero evitó detallar cuáles.

Buena parte de la conversación la dedicó a criticar a Joe Biden, presumir de sus logros económicos previos a la pandemia y recordar su historial como “negociador del final de siete guerras”, desviando la atención del contenido real del encuentro y reconociendo que se arrepentía de haber concedido la entrevista, demostrando una vez más su decepción con el encuentro.

Para un presidente que persigue desde hace tiempo un golpe diplomático que lo acerque al Nobel de la Paz —y que ha dejado claro que cree que se lo merece en Fox News—, esta reunión, con su arranque espectacular y su final deslucido, no parece haber sido el paso decisivo: dejó cordialidad y gestos calculados, pero ningún avance concreto que acercara el alto el fuego en Ucrania ni a su esperado galardón.