José Alejandro Vara-Vozpópuli

  • Sánchez lanza desde La Mareta su campaña para recuperar los gobiernos regionales. La estrategia del fuego

Pedro Sánchez quiere ganar las elecciones desde La Mareta. Ya ha empezado la campaña de las autonómicas, en pleno agosto. Los incendios acabarán con los baroncitos del PP. Él no se mueve de su isla mágica, impávido, invisible. Apenas ha remitido un tuit estéril en el que recomendaba ‘precaución’. Gracias. También telefoneó a los presidentes de Galicia, CyL y Extremadura. No a Ayuso, claro. Tres muertos, decenas de heridos, miles de familias desplazadas, cientos de casas arrasadas, rebaños enteros abrasados, más de cien mil hectáreas aniquiladas, la peor temporada de incendios forestales de la reciente historia y Sánchez no ha amagado un gesto, no ha intentado siquiera un vídeo nacional de aliento, de prsencia del Estado, de pesar por la tragedia. Achuchó a sus dóberman a lanzar espumarajos contra el PP y él prosiguió su reposo estival en el Palacio de Lanzarote entre gintónics y chapuzones. Este sábado se anima a presidir el comité de emergencias por videoconfedencia.

Es la reedición de la estrategia de la pandemia. Arrancó entonces el Gobierno en tono prepotente, todo el protagonismo para el líder, las sesiones dominicales del ‘Aló presidente’ y los decretos inconstitucionales de alarma. El cierre del Parlamento y los confinamientos masivos. Ni una voz crítica, ni una queja, salvo Ayuso en Madrid. Sólo aplausos al caudillo, a las ocho cada tarde. Mientras tanto, la banda de los cerdanes y los koldos, tranquilamente, se dedicaban al saqueo de presupuestos y mascarillas.

Más de 135.000 muertos (seguimos sin datos oficiales), la peor gestión de la crisis sanitaria de toda Europa y Sánchez resultó prácticamente inmaculado. Todavía se pavonea de aquel triunfo en sus discursitos de la corrupción

La pandemia se alargaba demasiado. Había que quitarse de en medio, demasiado dolor. Moncloa se inventó la ‘cogobernanza’, es decir, pasarle el marrón a las comunidades autónomas. El Gobierno, limpio de responsabilidades se sacudía el peso de los fallecidos en soledad, del drama en las residencias, de las quiebras de empresas, de los negocios arruinados. De vez en cuando don Simón aparecía en la tele a contar mentiras sobre comités de expertos o protagonizaba portadas de revistas disfrazado de motard. Más de 135.000 muertos (seguimos sin datos oficiales), la peor gestión de la crisis sanitaria de toda Europa y Sánchez resultó prácticamente inmaculado. Todavía se pavonea de aquel triunfo en sus discursitos de la corrupción.

Repitió la fórmula cuando la Dana. El Gobierno, de brazos cruzados. Tres días tardó en enviar policías y militares a luchar contra los saqueos, a colaborar en las labores de salvamento, a echar una mano a las víctimas de la peor pesadilla. Que se lo coma Mazón, por estúpido. A punto estuvo de salirle bien la jugarreta. La echaron a perder Diana Morant, jefa del PSOE en la región, de una perfidia tan desmesurada como su ineptitud, “es nada en sí misma” diría Hazlitt, y un Pepe Ángel, comisionado para la Dana, que resultó falsificador.

Al sexto día del infierno, con media España hecha un brasero, el titular de Interior tuvo a bien reunir al Centro de Protección Civil y solicitó un par de hidroaviones a Francia. Qué proeza. Al tiempo, las cacatúas de la propaganda bombardeaban a los despistados caciquillos del PP con reproches sobre su ausencia

“Si me necesitas silba”, le decía Laurent Bacall a Humphrey Bogart en Tener y no tener. “¿Sabes cómo se hace, verdad? Uno junta los labios y sopla”. La estrategia de Sánchez para afrontar los desastres nació con el covid. Inmóvil, paralizado, como el buitre tras la carroña. ¡Ah, las autonomías, para eso están! Si no saben hacerlo, que dimitan, mascullaban en Moncloa. La institucionalizó en Valencia: “Si necesitan ayuda, que la pidan”, proclamó. Lo repiten ahora sus ministros, como las viejas en el rosario, al ser requeridos por los incendios. Sara Aagesen, ministra de Transición Ecológica: “Si mi presencia es necesaria, estoy disponible”. Fernando Grande Marlaska: “Si una comunidad no está preparada para la gestión, que pida al Gobierno que lo haga”. O sea, ‘si me necesitas, silba, imbécil’. Al sexto día del infierno, con media España hecha un brasero, el titular de Interior tuvo a bien reunir al Centro de Protección Civil y solicitó un par de hidroaviones a Francia. Qué proeza. Al tiempo, las cacatúas de la propaganda bombardeaban a los despistados caciquillos del PP con reproches sobre su ausencia cuando el estallido de los fuegos. “Nosotros, siempre al pie del cañón”, proclamó un improvisado Bolaños, junto al neandertal de Transportes, desde una playa levantina, con zapatillas de paseo y ademanes de chiringuito.

En el caso de que no se pueda achacar el desastre a la oposición, entonces se recurre al guion sicalíptico, a la fantástica ficción. «Un ciberataque» (quizás extraterrestre), sentenció Sánchez cuando el macroapagón por el ecolo-experimento de Teresa Ribera y Red Eléctrica.  “Un sabotaje quizás terrorista”, denunció Óscar Puente cuando uno de los colosales bloqueos ferroviarios, con miles de personas atrapadas en los trenes, entre la angustia, el hambre y el llanto, causados por un robo de cables de las catenarias

No irá Sánchez a visitar un escenario abrasado, a uno de esos campos del dolor (el pánico Paiporta) pero sí acudirá presto ante Puigdemont para la foto cuando el forajido lo decida

No dará la cara el presidente del Gobierno hasta que de los bosques sólo queden cenizas. Sus ministros no asumirán responsabilidades pedirán disculpas. Este gobierno de ineptos y desalmados no se salta el guion: ataques sin tregua al PP y obediencia ciega a los liliputienses periféricos, a la caverna secesionista a la que debe el sillón. No irá Sánchez a visitar un escenario abrasado, a uno de esos campos del dolor (el pánico Paiporta), pero sí acudirá presto ante Puigdemont para la foto cuando el forajido lo decida.

Las pavesas invaden estos días los despachos de algunos líderes populares. El rastro del fuego, las huellas del dolor. Las elecciones de Castilla y León llegan primero. Luego, las andaluzas. O quizás, al tiempo. Sánchez sufrió en mayo del 23 un mazazo electoral del que no se ha recuperado. Quizás este océano de cenizas anime su venganza. Tiene un problema. Sus peoncillos regionales componen un equipo mustio y lastimero, (Alegría, Morant, ese Martínez, ignoto semovimiente soriano) que trafica con sempiternas baratijas de perdedor. El ciclo electoral arranca en otoño. Las urnas regionales deberían ser, esta vez sí, la antesala del fin de esta pesadilla. Que nuca ha de volver / es lo que hace la vida tan agradable. E. Dickinson.