- La situación era insostenible, la gente estaba harta, la oposición y los medios se lo comían y no le quedó más remedio que enfilar la puerta de salida
Ha caído Mariano. La gente estaba harta y la oposición y los medios se lo comían, con especiales informativos denunciando sus tropelías en las cadenas Sexta, Quinta y Cuarta. La guinda que se lo llevó por delante fue una inmensa manifestación ante Génova, que se prolongó por la Castellana hasta convertirse en una de las mayores protestas políticas en España.
La situación era esperpéntica, con un Gobierno paralizado (dos años sin presupuestos) y un presidente que ni siquiera había ganado las elecciones y gobernaba gracias al apoyo de un golpista xenófobo de derechas, fugado en el extranjero y al que habían amnistiado para comprarlo. Pero había más…
…Mariano resultó un pícaro del nepotismo. Enchufó en la Diputación de Pontevedra a su hermano, un músico fracasado y un poco friki. Le organizaron un concurso amañado, le crearon un puesto de «coordinador musical» y le pusieron un despacho, pero el tío ni siquiera se molestaba en presentarse a currar. De propina, tenía la cara de vivir en España y cobrar de la administración mientras se declaraba residente fiscal en Portugal. Y como era el hermanísimo, los inspectores de Hacienda, que al resto de los mortales nos investigan hasta si nos toca un salchichón en una rifa, en este caso pasaron de todo.
Todavía peor fue el enchufe trifásico de Mariano a su mujer. Sin tener la señora título universitario, presionaron al rector de la Complutense llamándolo a la Moncloa para que la colocase al frente de una «cátedra extraordinaria», creada para ella. La presidenta no se cortó un pelo. Registró a su nombre un software público y se dedicó a ordeñar a varias multinacionales por ser ella quien era, todo con ayuda de una funcionaria de la Moncloa que le pagábamos todos para sus recados particulares.
Como la Justicia todavía funciona, el hermano y la seudo primera dama acabaron en el banquillo. La reacción de Mariano y su Gobierno del PP resultó lamentable. Como si fuese un dictador bananero, Mariano ordenó a sus ministros y a la Abogacía del Estado acosar a los jueces que llevaban los casos e insultar a los medios que los aireaban. Además, anunció un Plan de Acción por la Democracia, que consistía en lo contrario, en intentar cagársela. Ferreras, Cintora, Fortes y Javier Ruiz iniciaron una valiente huelga de hambre como protesta y hasta el capitán Alatriste hizo unas duras y claras declaraciones de queja.
El partido de Mariano era una cochiquera. Su ministro, hombre fuerte y número dos, resultó un putañero que robaba de las obras públicas desde el ministerio del ramo. Su sucesor en el partido, exactamente lo mismo, otro chori. Ambos casos se venían denunciando en la prensa, pero el Gobierno de Mariano lo negaba todo, poniendo «la mano en el fuego» por su honradez e insultando a los periódicos que destapaban la corrupción («los digitales de los bulos»). Mariano iba de superfeminista, mientras dirigentes de su partido se repartían a las meretrices como si fuesen ganado, según se probó con grabaciones.
Mariano tenía hasta su propio Watergate, un caso de guerra sucia política contra una presidenta autonómica del PSOE, que acabó con el fiscal general del Estado en el banquillo (aunque no dimitía, porque Mariano no le dejaba).
Con este clima, y tras 94 subidas de impuestos, los españoles estaban hasta el bolo. En sus maratones contra el «corrupto» Mariano y su desgobierno, los valerosos Ferreras, Cintora, Fortes y Javier Ruiz recordaban además a la audiencia que los datos del paro estaban manipulados, o que España iba a sufrir unos duros aranceles por la delirante política exterior de Mariano, aliado con Hamás. Las televisiones también destacaban la extraña sumisión de Mariano al sátrapa alauita, que había comenzado justo después de que le vaciasen su móvil con un programa espía (acción obra de los servicios secretos marroquíes, según el Parlamento Europeo).
La guinda que se llevó por delante al presidente Mariano fue su escaqueo ante las catástrofes nacionales. Primero hubo una pandemia, y tras okupar la tele a todas horas durante tres meses, al ver que el desafío iba para largo, Mariano pasó de todo, inició una campaña de distracción contra el Rey Juan Carlos y le pasó el embolado a las autonomías.
Después irrumpió una dana pavorosa, con 235 muertos en tres regiones. De nuevo Mariano se negó a tomar el mando. En una visita a la zona cero en compañía de los Reyes huyó además como un conejo ante una protesta vecinal.
Pero la gota que colmó el vaso y provocó la colosal manifestación ante Génova fue una ola de incendios. Con el país ardiendo por los cuatro costados, con miles de evacuados y media docena de muertos, Mariano tardó ocho días en darse por enterado y acudir a las zonas afectadas. Se mantuvo acantonado en su paraíso estival, pegándose la vida padre en un palacete del Estado en Lanzarote y limitándose a publicar tuits vacuos de ánimo.
Ese desdén, ese insulto al pueblo que sufría, le costó finalmente el puesto, porque los españoles no son pastueños ni están anestesiados. Aquí el que la hace la paga. Aunque solo si es de derechas, por supuesto.