Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Todos los gobiernos de la historia han tenido que hacer frente a situaciones de emergencia por catástrofes, alarmas sanitarias, desastres económicos o ataques terroristas; unas crisis que han sorteado con mejor o peor fortuna, pero ninguno huyó de su responsabilidad

APedro Sánchez le ha costado una semana levantarse de la tumbona y llamar al presidente de la Xunta de Galicia para interesarse por los incendios forestales que están arrasando la provincia de Orense. Para sobrellevar tan larga espera ordenó al dúo cómico del Gobierno, Bolaños y Puente, entretener al personal con sus ocurrencias. Los Pompoff y Teddy de guardia cumplieron su función y montaron sus bufonadas habituales para ocupar el espacio que cualquier líder digno de tal nombre ya hubiera exigido para sí. Con su habitual repertorio de exabruptos y trolas, el ministro de los trenes que no circulan y el de acoso sin cuartel a la Justicia han intentado tapar el hueco dejado por el presidente que sigue escondido en La Mareta.

Ni Sánchez, ni ningún presidente autonómico tiene la culpa de la terrible ola de incendios de este verano; las intensas lluvias de la primavera pasada ya nos anticipaban un altísimo riesgo para los meses de calor y la magnitud de los fuegos, en la mayoría de los casos intencionados, también desborda los medios operativos habituales. Pero el presidente del Gobierno, al igual que los presidentes autonómicos o los alcaldes de los pueblos afectados, sí tiene la obligación moral de estar al lado de los ciudadanos que se ven golpeados por la catástrofe. No es tan difícil. Era lo que ocurría cuando la política se conducía por la prioridad del servicio público y no por la polarización. Hubo un tiempo en que, ante las crisis, a los políticos se le exigían explicaciones, gestión y cercanía; ahora, de Sánchez y sus ministros solo recibimos mentiras, desidia y soberbia.

Todos los gobiernos de la historia han tenido que hacer frente a situaciones de emergencia por catástrofes, alarmas sanitarias, desastres económicos o ataques terroristas; unas crisis que han sorteado con mejor o peor fortuna, pero ninguno huyó de su responsabilidad. Sin embargo, Pedro Sánchez se ha doctorado en una curiosa fórmula de gestión: los problemas siempre son de otros. Él es el presidente, el principal responsable de lo que ocurre en el país y quien más manda en España, por eso vuela en Falcón del Ejército y disfruta del verano en un palacio que Hussein de Jordania regaló al Rey Juan Carlos, pero que nadie le hable de gestión, lo suyo solo es el poder por el poder. Desde el desastre de la pandemia, se ha convertido en un especialista en escurrir el bulto. Lo hizo en Paiporta, en el apagón, con el sistemático caos ferroviario y ahora con esta ola de incendios. «Si quieren ayuda, que la pidan». Eso es lo máximo que cualquier ciudadano puede esperar de este Gobierno. Y cuando se pide esa ayuda, más allá de la UME, no llega nada más. Bien lo saben los afectados por la dana de Valencia o el volcán de La Palma que aún siguen viviendo en barracones.

Cualquier manual de gestión de crisis en el ámbito de la política señala la necesidad de transparencia y la búsqueda de cohesión social ante la incertidumbre. El manual del sanchismo prescribe lo contrario: polarización y mentiras; cualquier cosa para evitar que los ciudadanos recuerden al Gobierno su obligación que actuar como tal. Si es necesario hacer el payaso, se hace, como demostraron esta semana Bolaños y Puente. Lo importante es que nada perturbe el descanso del presidente que primero levantó un muro contra la mitad de los españoles y ahora se refugia tras de los muros de La Mareta para que no le incomode la realidad.