Pedro Chacón-El Correo
El alcalde Aburto quiso prevenir contra lo de Jumilla y generalizó con que «los pueblos del sur del Estado» serían lo último en que se podría convertir Bilbao. Después lo ha querido arreglar con lo de «los pueblos del norte» o lo de que «los pueblos del sur son extraordinarios», pero el parche ha sonado tan forzado que demuestra con ello no saber salir de la cultura política en la que ha vivido siempre, destilada del núcleo mismo de cómo concibe el nacionalismo vasco lo que es España y el tema de las migraciones.
En toda migración hay dos factores clave a tener en cuenta: la cantidad y la politización. Si aquí tuviéramos la misma proporción o mayor que la de Jumilla, seguro que ya no veríamos el tema del mismo modo. Y sobre el número viene la politización. Por ejemplo, las casas regionales en el País Vasco no están politizadas y el españolismo no actúa en ellas como si fueran una diáspora propia dentro del País Vasco, que es lo que hace el nacionalismo vasco con las Euskal Etxeak. Y los pueblos del sur del Estado son extraordinarios, sí, los de Murcia o Cádiz, lo mismo que los de Burgos, Soria o Zamora, porque tampoco están politizados. Son lugares de veraneo y también de donde proceden prominentes políticos nacionalistas, a los que sus naturales acogen con los brazos abiertos, en lugar de reprocharles que quieran independizarse, teniendo como tienen allí su segunda vivienda e incluso enterrados a sus antepasados.
La politización en cambio sí ocurrió en País Vasco y Cataluña a finales del siglo XIX, cuando surgieron los nacionalismos expresamente para hacer frente a la inmigración española en sus respectivas comunidades. Fue solo a partir de entonces cuando se empezó a construir en estas regiones una mitología separatista como nunca antes se había dado.
Tras un periodo franquista que quiso equiparar como españoles a nativos y sobrevenidos, los nacionalismos vasco y catalán pusieron en práctica su particular resarcimiento con los resultados conocidos, inculcando de modo intensivo, sobre sus enormes poblaciones inmigradas con raíces profundas por toda España, la idea de que patria solo hay una, la vasca o la catalana. Una aculturación en toda regla, no exenta de tragedia, porque ETA también intervino ahí y de qué manera.
Los nuevos migrantes en esos pueblos del sur del Estado de los que habla Aburto irán, por tanto, encajando en función de su cantidad y politización. Pero en País Vasco y Cataluña que nadie espere que funcione de nuevo el modelo «antiespañolizador» practicado con los migrantes anteriores, por el que la mayoría de ellos se plegó a la visión propia de las élites nacionalistas respectivas, con el consentimiento y apoyo del Estado. Porque estas nuevas migraciones ni son españolas, ni mayoritariamente católicas, ni están dispuestas a dejar atrás ninguna de sus señas de identidad.