Editorial-El Correo

  • Trump humilla a EE UU ante Putin, abraza la negativa rusa a una tregua y conduce a Zelenski a otra encerrona en la Casa Blanca

La precipitada cumbre en Alaska se recordará por la obsequiosa bienvenida que Donald Trump dispuso para Vladímir Putin, ilustrada por el episodio infame de los militares arrodillados para tender la alfombra roja que ha tenido que escocer en el Pentágono. Una deferencia humillante para Estados Unidos que el presidente escatima a los más leales aliados de su país pero derrocha con el dirigente de un Estado hostil que pugna desde hace más de una década por controlar Ucrania y desestabilizar la Unión Europea y la OTAN. En la puesta en escena entre el autócrata aficionado y el profesional del matonismo, Putin robó todos los planos y, para desgracia de los ucranianos, impuso una agenda de máximos que ahora su anfitrión ya defiende como propia.

Ya antes de la cita podía anticiparse que ambos mandatarios coincidirían en «terminar la guerra» en contra de los intereses de la nación invadida. La narrativa rusa había encontrado terreno abonado en la ignorancia geopolítica de Trump, hasta el punto de que ya ejerce sin sonrojo de portavoz del Kremlin cuando habla de «intercambio de territorios». No es esto lo que persigue Rusia, sino congelar el frente en Jersón y Zaporiyia a cambio de la completa «retirada» ucraniana del Donbás. De este modo, una agresión contra el Derecho Internacional para alterar fronteras por la fuerza reportaría a Moscú grandes zonas de Ucrania, que solo ha llegado a controlar parcialmente a sangre y fuego, junto con sus millones de habitantes y preciados recursos naturales. Sin cesión alguna del invasor, que siguió lanzando decenas de ataques sobre objetivos civiles durante la reunión de Alaska.

Putin regaló los oídos de Trump con su mención a las «elecciones robadas» de 2020, suficiente para que el republicano despreciara el alto el fuego que se había comprometido a defender a instancias de Kiev y los aliados europeos. Y para que invite mañana al Despacho Oval a Volodímir Zelenski, que ya sufrió allí una encerrona y que ahora «tiene que llegar a un acuerdo». Si el presidente ucraniano confiara en unas garantías de seguridad rusas que no valdrían ni el papel en el que estuvieran escritas, perdería la legitimidad interna y sería ya una presa fácil para el dúo de Alaska. Si mantiene su rechazo a entregar la soberanía de su país, se convertiría en un obstáculo. También Europa, enfrentada a la evidencia de que Washington elige la compañía del enemigo.