Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Además, todo se transforma en cansina política banderiza entre los dos viejos partidos, que, según lo que convenga en cada momento, aprovechan la ínsita ambigüedad del ordenamiento jurídico en todas sus materias para señalar al otro con el dedo

Son tantas las negligencias, tantos los errores de diseño competencial, y tan poca la antelación que el bipartidismo practica con las tragedias previsibles, que las teorías de la conspiración no hacen ninguna falta. No es que descarte la posibilidad, que sé yo, de una secta de incendiarios financiada por perversas empresas que se forran cuando un bosque desaparece. Y que no son pocas. Solo afirmo que no hacen falta para explicarse la quema de España. Así que saquemos de la faltriquera la navaja de Ockham: Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem. Ya tenemos entia suficientes a la vista. Comentaré solo uno: la fragmentación legislativa.

Las relaciones administrados-Administración transcurren en un laberinto tan diabólico que también extravía a los funcionarios. Luego pierde a los políticos cuando las relaciones son entre distintas administraciones. Tras hincar los codos con el Derecho Administrativo, el ingenuo estudiante queda convencido de la existencia de un orden. Cree el pobre que, por encima de la diarrea legislativa de las comunidades autónomas, de las sospechosas competencias de las diputaciones, de los consejos comarcales o insulares allá donde los hay; cree que más allá de la normativa municipal general y de las decisiones de los ocho mil ayuntamientos junto con sus incontables entidades locales menores; cree que por encima incluso de las normas europeas (que al final acaban decidiendo el setenta por ciento de la legislación española), una batuta guía a los músicos, un director último los pone al compás, les indica la intensidad del momento, de modo que, al final, todo funciona armónicamente.

Y que si no es así, llegará para poner orden la Justicia. Y si esta errara, el TC. (Un momento, que me estoy partiendo el pecho. Ya). En último extremo tendremos al TJUE. Pues bien, nuestro estudiante se equivoca, y lo comprobará muy pronto, en cuanto acumule un cierto número de vivencias o lecturas. Un día, de repente, comprende que no hay director, ni batuta, ni armonía, ni orden. Hay una orquesta descoordinada menos noble que la del memorable libro de Juan Antonio Vallejo-Nágera Orquesta para instrumentos desafinados. Hay una catarata de normas que se solapan, que desbordan sus ámbitos sin ton ni son, que llevan a menudo a la contradicción, casi siempre a dilaciones dañinas y absolutamente siempre a la injusticia.

Como el ciudadano de a pie normalmente no conoce el Derecho Administrativo, no sufre la depresión de nuestro pobre estudiante al descubrir la verdad. En realidad, este es uno de los pocos casos en los que el profano encuentra la certidumbre antes que el experto. Basta con que haya abierto los oídos a familia y vecindario. La gramática parda funciona para este rollo. Además, todo se transforma en cansina política banderiza entre los dos viejos partidos, que, según lo que convenga en cada momento, aprovechan la ínsita ambigüedad del ordenamiento jurídico en todas sus materias para señalar al otro con el dedo. Con un matiz. Cuando hay catástrofe, emergencia nacional, el Gobierno central siempre es competente y debe tomar la iniciativa.