Irene González-Vozpópuli

  • España es una patria subyugada por un Estado monstruoso, inmoral e ilegítimo al erigirse contra el pueblo y contra las virtudes que hacen posible la convivencia

Una injusticia aislada provoca rabia en la comunidad que la conoce, pero cuando se encadena una serie de injusticias de forma impune lo único que nace en la sociedad es la desidia y la desolación. Quizá aparezca un cierto sentimiento de supervivencia individual, a veces de una pequeña colectividad reunida por el momento trágico ante la ineludible toma de conciencia de que nadie viene en camino a nuestro auxilio, ni que un solo mediocre con cargo público está moviendo un dedo para que no vuelva a suceder la tragedia que nos haya tocado sortear. Ahora son los múltiples incendios provocados de forma coordinada, al menos en tiempo y lugar, quedaría saber si por una o varias cabezas. Hace unos meses fue la riada de Valencia, un crimen de Estado de un régimen autonómico antiespañol contra el pueblo que costó centenares de vidas. Antes la pandemia.

Tener a la población ocupada en su propia supervivencia, o en alimentar las insaciables fauces tributarias del Leviatán, elimina la posibilidad de que los humillados, los abandonados y los expoliados dediquen su tiempo y esfuerzo a liberarse de unas cadenas que nos mantienen atrapados en lo que podemos denominar “la tragedia de España”, que no es la última desgracia y no se remonta al año 2020.

La sumisión y la aceptación de la mentira, la mediocridad, la desidia, la corrupción y la división entre españoles es la única opción que presentaron como democrática, y a eso lo llamaron moderación, consenso y constitucionalismo

Llevamos cincuenta años con un consenso impuesto desde arriba, especialmente desde el PP cuyo papel en este régimen es impedir toda oposición organizada de la España damnificada. Se instaló la idea de que hay maldiciones o tragedias inherentes a España de las que no nos podemos librar y hemos de adaptarnos a ellas sin que podamos hacer nada al respecto. Se ha asumido desde hace demasiado tiempo que hemos de aceptar y reverenciar que la anti-España secesionista subestatal dirija el futuro de la nación que odian. Que hemos de entender como tragedia costumbrista pintoresca no solo que exista el PSOE, sino que sea el dueño de un cortijo de corrupción donde ellos son los señoritos que nos insultan. Aceptar sin representación política en un sistema sin separación de poderes que nos expolien a impuestos y nos ahoguen en deuda pública, que nos expulsen del campo, nos encierren en ciudades multiculturales sin viviendas dignas para el español trabajador y que encima vengan a tomarnos por tontos hablando de “pacto de Estado contra el cambio climático”. La sumisión y la aceptación de la mentira, la mediocridad, la desidia, la corrupción y la división entre españoles es la única opción que presentaron como democrática, y a eso lo llamaron moderación, consenso y constitucionalismo.

No es casual, sino buscado ese sentimiento de impotencia, de soledad, abandono y desarraigo en un pueblo que ha olvidado quién es, dividido en artificiales autonomías donde los seres inferiores claman por una disputa competencial, mientras el gran asunto de fondo, el restablecimiento del Bien Común en torno a la patria es despreciado por todos los que lo sacaron de las formas de gobierno para hablarnos de autonomismo. También nos han hecho olvidar quiénes somos cada uno de nosotros en este mundo ante un puñado de miserables mediocres burócratas que nos han perseguido a multas, el arma del miedo contra los pobres apagando la vida de tantos. Incluso a costa de la vida de muchos españoles, haciendo callar a las víctimas en nombre de lo que han llamado democracia.

Unas urnas no pueden legitimar el crimen ni la mentira, podrán legalizarlo pero eso está a diez mil jodidas millas de distancia de ser un orden moral sustentado en la verdad y el bien común

El régimen del ´78, con sus autonomías y partidos de Estado, es un artefacto perfecto para que muchos trinquen y nadie sea responsable de nada. España es una patria subyugada por un Estado monstruoso, inmoral e ilegítimo al erigirse contra el pueblo y contra las virtudes que hacen posible la convivencia. Unas urnas no pueden legitimar el crimen ni la mentira, podrán legalizarlo pero eso está a diez mil jodidas millas de distancia de ser un orden moral sustentado en la verdad y el bien común.

Al igual que los habitantes del Puerto de Pandetrave en León, que contra toda normativa ecologista pirómana y criminal salieron a limpiar el monte e hicieron un cortafuegos con sus manos delante de las llamas de un fuego colérico y voraz consiguieron salvar su pueblo, sus casas, su pasado, su futuro y su vida, España ha de hacer lo mismo. Hemos de ser conscientes de la urgencia en abandonar esa idea narcoléptica de que “nada se puede hacer”. Es lo que quieren que pensemos y caigamos en el miedo, la apatía y la comodidad de la cobardía.

Mediocre clase dirigente

El régimen es insostenible, España no puede seguir así, no podemos seguir así. ¿Qué desgracia está dispuesto a esperar que le toque a su familia? Dicen que hicieron una Transición para “pasar de la dictadura a la democracia”, pero hoy conocemos todas las mentiras de dicha afirmación. Los españoles cedieron absolutamente todo el poder sobre nuestra vida y bienes al Estado antinacional con discursos de bonitas palabras como democracia y medio ambiente, quedando a expensas de la voluntad política de un Leviatán irresponsable sin otro incentivo que la corrupción.

España no es una tragedia irresoluble, aunque tengamos que vivir algunas para conocer el camino de la verdad. España no sufre una maldición de la que no nos podamos librar. España es mejor que su mediocre y miserable clase dirigente.

Es necesario que tras cincuenta años hagamos por fin una Transición que por primera vez sea en favor de la cuestión nacional, el bien común y con un mejor sistema democrático como el de los países soberanos. Es cuestión de supervivencia. No hay asunto más urgente.