Carlos Souto-Vozpópuli

  • El gobierno está lejos. Lejos de la gente, lejos de los problemas, lejos de la realidad

Salimos con retraso, pero aterrizamos en hora. Iberia sabe recuperar el tiempo perdido en el aire. Ojalá los seres humanos supiéramos cómo hacerlo.

La ciudad me recibió inundada. Lluvia copiosa, incesante, olas de agua. Buenos Aires es un diluvio como para ponerse a construir un arca, parece Pontevedra. Y, sin embargo, lo extraño de estas primeras 24 horas no ha sido la tormenta, sino la conversación. Porque siempre, apenas llego, me preguntan por Sánchez y no por España. Esta vez, por primera vez, no me preguntaron por Sánchez, sino por España. Y más precisamente, por los fuegos, los fuegos españoles.

Ahí me di cuenta de que estaban en la tele. Encendí el televisor y en todos los noticiarios aparecía un informe, de diversos medios, sobre los incendios. España entraba en las noticias de Buenos Aires no por la política, ni por la economía, sino por esos fuegos criminales.

Y yo no pude menos que contestar que no se trataba de fuegos artificiales, ni de fuegos que atraen a la mala suerte, sino de los fuegos que dejan al desnudo, más que la fragilidad ambiental, la fragilidad social que generan esos pirómanos y, en relación inevitable, la política.

Los incendios españoles tienen, vistos desde aquí, algo de metáfora. Como si las llamas revelaran un sistema político incapaz de coordinarse, de planificar, de actuar con un mínimo de eficacia. España tiene 17 comunidades autónomas, cada una con sus protocolos, sus funcionarios, sus despachos. Se dice que existen hasta 400 protocolos distintos para incidentes de este tipo. Cuatrocientos. Demasiados fuegos de papel para tan poco fuego apagado. La maraña burocrática quema más que las brasas.

Desde Argentina se entiende: aquí también los papeles pesan más que el agua. Y mientras tanto, pueblos enteros arden. En algunos casos literalmente, en otros, como metáfora de un país que se va deshaciendo en compartimentos estancos.

Pedro Sánchez aparece, en este escenario, como ese astronauta de Gravedad (Gravity) que flota solo, lejos de todos, desconectado, sin rumbo. Un líder que orbita en el vacío, mientras el suelo se consume. Y la imagen se repite: en la Dana y en los incendios. Siempre la misma sensación: el gobierno está lejos. Lejos de la gente, lejos de los problemas, lejos de la realidad.

España se ahoga en fuegos

En Buenos Aires, bajo el diluvio, la paradoja se vuelve evidente, aquí adonde yo estoy; apenas te mojas. Pero hay zonas del “conurbano bonaerense¨ (alrededor de la ciudad) que sufren el agua de las tormentas con inundaciones indescriptibles por falta de infraestructura. Flotan los colchones y se pierde todo. Nos ahogamos en agua, España se ahoga en fuegos. Y tanto en un caso como en el otro, la política se muestra impotente. Aquí la discusión eterna con el peronismo no conduce a nada; allá la burocracia eterna impide actuar.

Y es inevitable que aparezca la nostalgia, ese espejo cultural entre España y la Argentina; tan idéntico a veces, tan roto otras: un compás marcado por un bandoneón y respondido en contratiempo por un paso doble.

El incendio español revela algo más profundo: un país atrapado en su propio diseño institucional. El Estado autonómico, que tantas veces fue presentado como modelo de descentralización equilibrada, se convierte en un obstáculo cuando lo que se necesita es reacción inmediata

En los balcones porteños golpea la lluvia con insistencia, como si quisiera limpiar la ciudad de una vez por todas. En los montes españoles, en cambio, el fuego avanza como una metáfora política: no destruye solo árboles, destruye confianza. Como escribió Machado: “Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Aquí podríamos decir: una de las dos Argentinas ha de empaparte hasta los huesos.

El incendio español revela algo más profundo: un país atrapado en su propio diseño institucional. El Estado autonómico, que tantas veces fue presentado como modelo de descentralización equilibrada, se convierte en un obstáculo cuando lo que se necesita es reacción inmediata. La fragmentación es sinónimo de lentitud, y la lentitud, en medio del fuego, es sinónimo de desastre.

Lo más grave no es la falta de agua, sino la falta de dirección. La incapacidad de encender un plan estratégico común, un mando único. Porque, en definitiva, ¿qué importa de qué comunidad autónoma es el bombero, si el bosque que arde pertenece a todos?

No se trata de meteorología, ni siquiera de ecología. Se trata de política. Una política que se fragmenta, que se aleja, que se queda orbitando en el vacío.

Mientras tanto, en Buenos Aires, la lluvia no cesa. Pienso que España necesitaría, aunque fuera por unos días, esta cortina de agua que se empeña en caer. Pero más que agua, lo que España necesita es un liderazgo capaz de unir, de coordinar, de decidir. Lo que necesita es menos protocolos y más acción.

Y esa es, al final, la lección más amarga de los fuegos. No se trata de meteorología, ni siquiera de ecología. Se trata de política. Una política que se fragmenta, que se aleja, que se queda orbitando en el vacío.

Mientras tanto, los fuegos de España siguen ardiendo, igual que las lluvias de Buenos Aires siguen cayendo. Y en el fondo, las dos orillas comparten el mismo destino: incendiarse en discusiones o inundarse en palabras, mientras el tiempo —ese que Iberia logra recuperar— nosotros lo seguimos perdiendo.