- El desmoronamiento exterior de la imagen de Pedro Sánchez es total, y posiblemente lamente hoy no haber dado el salto internacional a tiempo.
Las cosas pasan tan rápido…
Parece que fue hace mucho tiempo, pero en 2024 Pedro Sánchez era considerado el mejor candidato para presidir el Consejo Europeo. Así lo decía este diario en enero de ese año.
El año anterior había empezado a sonar insistentemente como sucesor de Jens Stoltenberg al frente de la OTAN. Una trayectoria muy notable para quien dijo que deseaba prescindir del presupuesto en Defensa.
Ciertamente, Sánchez era mimado en el exterior, mucho más que dentro de España. Se maneja muy bien en el ámbito internacional, decían de él. Era, además, guapo como delataban las miradas de Ursula von der Leyen cada vez que ambos se cruzaban.
Y, sobre todo, hablaba inglés.
Esto se usaba masivamente para burlarse de Rajoy: he aquí un presidente joven, guapo y de izquierdas que habla inglés. Con esto está todo dicho. Luego resulta que el que realmente habla bien inglés es Espinosa de los Monteros, pero esa es otra historia.
Sánchez tenía a su favor un hecho elemental: el desconocimiento. El caso es que conocer los intríngulis de la política requiere bastante esfuerzo y dedicación.
Por eso, como mucho, uno aspira a entender lo que ocurre en su propio país. Pero sospecho que un altísimo porcentaje de españoles encontraría difícil decir quién es el canciller de Alemania. Y del de Finlandia ni hablamos, a pesar de que es aún más alto (y si saben quién es Kaja Kallas es porque es mona, pillines).
Este esfuerzo requerido para entender la política internacional hace que la idea de un país extranjero se extraiga por medios no siempre fiables: chismes, tópicos y corresponsales locales de medios internacionales.
A veces aparecía alguna nube en el deslumbrante cielo internacional. Tras reunirse con Joe Biden, Sánchez tuvo que dar una desangelada rueda de prensa en el aparcamiento de la Casa Blanca, diríase que ante la atenta mirada de los gorrillas.
Pero, en general, todo marchaba perfectamente.
Pero, claro, los medios españoles empezaron a alertar de la corrupción sanchista. En el interior, Sánchez podía atiborrar TVE con presentadores y graciosos, y lanzar a Pilar Alegría a hablar de lawfare y pseudomedios. Pero en el exterior es más complicado.
En todo caso, es imposible dejar de ver que un tipo que te firma comprometer el 5% del PIB en gasto de defensa, y a continuación da una rueda de prensa para explicar que sólo va a dedicar el 2,1% puede ser muy guapo, muy socialista y hablar muy bien inglés, pero no es de fiar.
En España, donde la ventana de Overton hace tiempo que se ha salido de sus goznes, todavía intentaron explicar que ambas cosas eran perfectamente coherentes, pero fuera no era posible.
Tampoco, por cierto, se ve con tolerancia en el exterior que España supedite la estrategia de seguridad europea al negocio lobista de Zapatero y (es razonable sospechar) Sánchez.
Y no se ve muy bien que se desmarque de la posición internacional para reconocer (de nuevo por necesidades domésticas) un Estado palestino, sin saber muy bien ni cuál ni cómo, pero recompensando en todo caso a un grupo terrorista.
Ahora hay voces en Estados Unidos que dicen que Marruecos es un aliado más fiable que España, lo que nos sitúa en un panorama bastante sombrío.
En junio, The Times se refirió a Sánchez como el primer ministro que huyó de las inundaciones de Valencia, guardó silencio sobre un apagón general y se inventó una conspiración para asesinarlo.
Ese mismo mes, The Telegraph titulaba esta noticia: nadie puede hundir al primer ministro de teflón. Hacía referencia a que alguien que hubiera pasado por tales catástrofes y casos de corrupción tendría que haber dimitido inmediatamente. Pero a Sánchez todo le resbala.
En julio, fue el turno de The Economist: «No hay ninguna buena razón para que (Sánchez) continúe». Y añadía que «para restaurar la fe en la democracia, debería asumir la responsabilidad y marcharse».
Ahora, el Financial Times saca una foto de Pedro y Begoña en portada. La mujer del primer ministro, acusada de malversación de fondos públicos.
El desmoronamiento exterior es total, y posiblemente Sánchez lamente no haber dado el salto internacional a tiempo. Tal vez la amnistía (que en Europa saben que hizo por su propio interés) no fue un gran negocio, y habría sido más saludable pasar a la oposición.
Ahora es demasiado tarde, y ya pueden salir Óscar Puente, Silvia Intxaurrondo, Sara Santaolalla o incluso Ignasi Guardans a criticar a jueces y pseudomedios. Pero Sánchez es un paria internacional. Al menos en lo más aseado de occidente.
El prestigio internacional de Sánchez está por los suelos, pero a cambio una influencer de Murcia se ha tatuado su nombre en una pierna. Empate.