Rosa Martínez-Vozpópuli
- Parece que el Estado sólo es y está precisamente para quienes menos quieren formar parte del país
Escucho a la gente de un pueblo narrar cómo la junta vecinal se organizó para impedir que el fuego llegara a las casas del pueblo. Como todos pusieron lo único que tenían: sus manos, cubos, mangueras, palas, rastrillos… Para intentar cortar el paso de un incendio que amenazaba con reducir a cenizas todo el pueblo. Y cómo, mientras estaban desbrozando, llegó la Guardia Civil a preguntarles si tenían permiso. Y se me cae el alma a los pies.
Y luego tengo que ver en televisión a tertulianos que de todo opinan y nada saben, defender a capa y espada a unas leyes y a un Gobierno que solo les beneficia a ellos, repetir hasta la saciedad que no está prohibido limpiar los montes, infectando con esta zafiedad las mentes más retorcidas de las redes sociales, que se dedican a hacerles los coros. ¿Y a quién va a creer usted? ¿Al ecologista de sofá, al opinólogo que cobra por chillar más alto en un plató, a favor del amado líder, o al señor del campo que, con la cara aún manchada por el hollín y los ojos vidriosos, le dice a quien quiera escucharle que están vendidos y que los han dejado abandonados?
Vuelvo a escucharle decir que el Estado somos todos y me echo a temblar, porque inmediatamente comprendo que estamos viviendo lo mismo que con la gota fría de Valencia: los ciudadanos abandonados en medio de una guerra política por demostrar quién es menos competente y los vecinos arrimando el hombro
Volvemos a asistir nuevamente a un discurso cobarde por parte de nuestro presidente. Vuelvo a escucharle decir que el Estado somos todos y me echo a temblar, porque inmediatamente comprendo que estamos viviendo lo mismo que con la gota fría de Valencia: los ciudadanos abandonados en medio de una guerra política por demostrar quién es menos competente y los vecinos arrimando el hombro como pueden. La gente está respondiendo de manera ejemplar: ofreciendo refugio en sus propias tierras y donando alimento para el ganado superviviente del vecino, lanzándose al monte a luchar contra el fuego a palazo limpio… Y viene este señor, con su camisa rosa y sus vaqueros ajustados a contarme que el Estado somos todos.
Pues quién lo diría. Porque parece que el Estado solo es y está precisamente para quienes menos quieren formar parte del país. Ya no es solamente que no haya ayudas para los españoles y que se beneficie precisamente a quienes reniegan de ser español, es que hemos llegado a un punto en el que ni siquiera ante una emergencia, se mira por el español.
A cambio, nos ofrecen en la televisión debates, donde no se debate nada, en los que se nos repite una y otra vez que no está prohibido cuidar de los montes.
Esto es muy sencillo, señores, tanto, que hasta un niño de cinco años lo entiende: si tienes que pedir permiso para hacer algo, ¿no será porque tienes prohibido hacerlo? Y no olvidemos ni subestimemos nuestra burocracia, porque pedir permiso para recoger leña seca, talar un árbol podrido, realizar una quema de poda, desbrozar o hacer un cortafuegos no es tan simple como que un adolescente pida permiso a sus padres para pasar el fin de semana en casa de unos amigos.
Unos 180 aviones dedicados estos días a extinguir los incendios tendrían que quedarse parados este fin de semana, porque los pilotos no pueden exceder las horas de vuelo estipuladas. ¿En serio? Pues sí, tan en serio, como que los propios pilotos pidieron que se haga una excepción con la ley
Tenemos leyes que no se basan en proteger lo que dicen proteger. Desde las leyes de montes, pasando por la ley de bienestar animal, hasta la ley del sí es sí o la ley trans. Todas estas leyes, traídas de la mano de las políticas actuales de izquierdas, lo que hacen es centrarse en prohibir, multar y sancionar. El resultado es el mismo para todo: menos libertades, menos derechos, más desprotección y más inseguridad para los ciudadanos de bien.
Escucho a un señor contar que lo ha perdido todo: su casa, su coche, sus muebles y lo más preciado: las fotos familiares de unos recuerdos imborrables que el fuego se ha empeñado en borrar. Y mientras le escucho hablar no me pregunto si es gallego, asturiano, leonés… Porque no hace falta: es un español que lo ha perdido todo, mientras esperaba, en vano, que aparecieran los bomberos, los Canadair o incluso el mismo ejército en su ayuda.
Después escucho que, por ley, unos 180 aviones dedicados estos días a extinguir los incendios tendrían que quedarse parados este fin de semana, porque los pilotos no pueden exceder las horas de vuelo estipuladas. ¿En serio? Pues sí, tan en serio, como que los propios pilotos pidieron que se haga una excepción con la ley, para poder seguir trabajando, ya que el fuego no entiende de horarios. No es que yo quiera que un señor esté llevando agua con un avión 24 horas seguidas, lo que me pregunto es cómo es posible que no tengamos gente suficiente en este país para hacer los relevos oportunos, en lugar de tener que dejar parados 180 aviones. Y lo que me pregunto es con qué cara le explicas que tienes casi dos centenares de aviones aparcados, al señor que vive en el medio rural, que está exhausto porque lleva dos días sin dormir, llevando cubos de agua y dando palazos a un suelo abrasado.
¡Ah! somos la mar de ecologistas
Luego muchos pensarán que por tener cuatro cubos de colores en la cocina y separar su basura está salvando el planeta. Porque somos muy ecologistas.
Pues me van a perdonar que no les diga lo que pienso que somos, pero la basura que la separe Sánchez, que está enterrado en ella hasta el cuello y el monte arde, pero el humo lo tenemos en Moncloa.