Manfred Nolte-El Correo
Alemania vuelve a ser noticia, y no por buenas razones. Tras crecer un 0,4 % en el primer trimestre de 2025, impulsado por un adelanto de las exportaciones hacia Estados Unidos antes de la entrada en vigor de los nuevos aranceles, la economía germana ha retrocedido un 0,3 % entre abril y junio pasados. No se trata de una recesión técnica —haría falta otro trimestre negativo—, pero la imagen es clara: el motor industrial de Europa vuelve a griparse. La producción industrial se estanca, la construcción cae, el empleo pierde dinamismo y la confianza empresarial retrocede.
La imposición en abril de un arancel del 10% por parte de Estados Unidos a las importaciones europeas ha afectado a Alemania, el país más dependiente del comercio exterior de la Unión Europea (UE), con unas exportaciones que representan el 50% de su PIB. Lo que en el primer trimestre fue una avalancha de pedidos anticipados se convirtió en el segundo en una sequía inquietante, con una caída del 4,7% en las exportaciones de vehículos, según Destatis.
Con todo, sería un error pensar que todo empezó con la irrupción del proteccionismo norteamericano. Alemania llevaba años creciendo poco. Entre 2017 y 2021, su PIB avanzó apenas un 1% de media anual, el ritmo más bajo del G7. La pandemia, la crisis energética y la guerra en Ucrania agudizaron después esta tendencia.
La competitividad industrial alemana ha venido descansando en tres pilares: energía barata, apertura comercial y estabilidad fiscal. Hoy los tres se tambalean. El gas ruso, clave para la industria pesada, desapareció tras la invasión de Ucrania, y los costes energéticos, un 30% más altos que antes de 2022, persisten pese a los esfuerzos para contratar nuevos proveedores. China, mercado clave para la maquinaria y la tecnología alemanas, atraviesa una desaceleración manufacturera, mientras Berlín aplica una política de ‘de-risking’ con un cauteloso distanciamiento político. La combinación de energía cara, menor demanda externa y proteccionismo en auge complican el modelo exportador alemán.
Existen además problemas internos. La población envejece con rapidez, la mano de obra cualificada escasea y la transición digital avanza con lentitud. La burocracia y la rigidez administrativa dibujan un cuadro poco favorable a la inversión y la innovación. A todo ello, para más inri, se suma la estricta disciplina fiscal consagrada hasta ahora en la Constitución. Desde 2009, el ‘freno de la deuda’ (‘Schuldenbremse’) limita el déficit estructural federal al 0,35% del PIB. Esta regla, aplaudida durante años como garantía de estabilidad, se ha convertido, con los avatares de la pandemia y la guerra en Ucrania, en un serio obstáculo para un crecimiento razonable en coyunturas difíciles.
En 2025, Alemania rompe las cadenas de su ortodoxia fiscal con un plan colosal liderado por Friedrich Merz. Bundestag y Bundesrat con el respaldo de demócratas, socialistas y verdes, aprobaron una reforma constitucional que desata un torrente de inversión: un fondo de 500.000 millones de euros en 12 años para revitalizar infraestructuras, educación, sanidad, transporte y la transición energética, con 100.000 millones dedicados al tema del clima. La defensa, exenta de límites fiscales, se blinda frente a un mundo incierto. Este giro, que proyecta un billón de euros en una década, junto a una regulación más ágil, busca resucitar la economía alemana y su liderazgo europeo.
El Bundesbank respalda la flexibilización fiscal: con un déficit ampliado al 1,4% del PIB, Alemania podría movilizar alrededor de 220.000 millones de euros adicionales hasta 2030, impulsando el megaplan de Merz sin comprometer la estabilidad económica.
Merz define este cambio copernicano como una ‘Zeitenwende’, una inflexión histórica que trasciende la defensa y redefine la política económica alemana en su conjunto. El presupuesto 2027-2029 proyecta un déficit de 172.000 millones y un gasto en defensa apuntando al 5% del PIB, unas cifras de vértigo.
¿Bastará este volantazo histórico para resucitar una economía anémica? No será fácil. Alemania se prepara para un salto cuántico, abandonando un modelo anclado en las exportaciones, la energía barata y la disciplina fiscal. El éxito pende de un hilo: Berlín deberá sortear un mundo fragmentado por tensiones geopolíticas, retrocesos autárquicos y resistencias internas. En esta coyuntura incierta, el audaz plan de Merz apuesta por reinventar el motor económico alemán, motor hasta ahora de Europa.