Ignacio Camacho-ABC
- Existe una alta probabilidad de que Pedro acabe cayendo, pero los impacientes por verlo deberán controlar sus nervios
Empieza a volver gente de las vacaciones y los amigos o conocidos que uno encuentra le preguntan casi invariablemente cuánto va a durar «esto», sin necesidad de explicitar la referencia. (Inciso: aún quedan almas benditas dispuestas a creer que los periodistas disponemos de certezas, cosa que lamentablemente no ha ocurrido ni en los mejores tiempos de la prensa; como mucho podemos verificar o desmentir, y quizá sólo a medias, los embelecos con que los profesionales de la desinformación enredan). Así que la única respuesta posible, y con reservas a pesar de la unanimidad de las encuestas, es que «esto», o sea, el sanchismo, durará hasta las próximas elecciones, cuya fecha concreta quizá ni el propio presidente sepa. Hasta entonces lo que nos espera es un insoportable aumento de decibelios en los altavoces de esa barraca de feria en que esta estéril política ha convertido el antiguo debate de ideas. Los que ansíen un desenlace inmediato deberán armarse de paciencia.
Todo lo demás es especulación, incluido el pronóstico sobre un calendario y un resultado sometidos a múltiples variables. La primera, el avance de los procesos penales que comprometen al entorno y la familia de Sánchez. La segunda, los Presupuestos de 2026, que de aprobarse concederían al Gobierno un margen para tirar adelante. Aunque primero tendrá que presentarlos, cosa que aún está en el aire, y luego negociarlos con unos socios que hoy por hoy no parecen muy permeables. La tercera, la inteligencia con que los populares gestionen sus expectativas electorales, menos risueñas de lo que aparentan si Vox continúa recortándoles distancia en su sostenido avance. Y por último quedan los imponderables, esos factores contingentes, provocados o no, de los que la Moncloa suele sacar ventaja a base de trucos escapistas o, como en las recientes catástrofes, de debates sesgados –cuando no falaces– sobre el reparto de las responsabilidades.
Un gobernante en aprietos disuelve la legislatura en dos supuestos: bien porque atisba alguna posibilidad de salvarse o porque entiende que mientras más tarde en decidirse más graves serán los desperfectos. Quizá Pedro no se vea a sí mismo en ninguno de esos momentos. Su valoración está por los suelos y no se salva de la derrota en ningún sondeo, pero mantiene un suelo de intención de voto en torno al 26–28 por ciento que le permite albergar una mínima esperanza si logra ganar tiempo, y en el peor de los casos no arrastrar al partido a un siniestro completo. Y por otro lado el horizonte judicial no se afronta igual fuera del poder que dentro. Aguantará todo lo que pueda salvo que aviste una oportunidad en febrero, si un aldabonazo de Vox en Castilla y León le abre camino para lanzarse a explotar el voto del miedo. De cualquier modo existe alta probabilidad de que acabe cayendo, pero los impacientes por verlo deberán controlar sus nervios.