Las víctimas del terrorismo no van a ser admitidas como un factor fundamental para la convivencia política por el Parlamento vasco. Se las despolitiza, pasaban por allí. El nacionalismo sí tiene causas para el terrorismo; las víctimas, por el contrario, son consecuencias pasivas de los orígenes del conflicto.
Discutían el lunes dos jubilados acerca del paraguas plegable que porta en su mano izquierda la estatua de José Antonio Aguirre de la calle Ercilla de Bilbao. Ellos decían que en aquella época no había paraguas plegables. Quizás la efigie se haya inspirado en una foto hecha en los Estados Unidos, en sus últimos años. Aguirre murió joven y allí, que tenían la Coca-Cola, estaban mucho más avanzados que en la triste y pobre España, que sólo empezó a desperezarse casi en los años setenta. Y además tenían almacenes de chinos que seguro vendían paraguas plegables. En qué se fija la gente.
Lo cierto que ahí está Aguirre, como está Sabino Arana, el que nunca tuvo que morir, cerca de la que fue su casa. Los dos mirando a la historia, serios y trascendentes en comparación con el paseante Ramón Rubial, el líder socialista que camina muy cerca del Guggenheim. Unos nos indican el futuro y los demás paseamos, humanos y un poco encorvados, con las manos en los bolsillos, que parece ser nuestro papel en esta patria que se nos niega. Siempre ha habido clases.
Las cosas son así. Unos, a pedir permiso para todo, a estar casi de prestado; algo habremos hecho. Las víctimas del terrorismo, que está muy mal matarlas, no van a ser admitidas como un factor fundamental para la convivencia política por el Parlamento vasco. Se las despolitiza, pasaban por allí. El nacionalismo sí tiene causas para el terrorismo; las víctimas, por el contrario, son individuos asépticos para no ser tratados como sujetos de la política, son consecuencias pasivas de los orígenes del conflicto.
También hay trabajadores y trabajadores a la hora de hablar de derechos. Tenemos a 176 enseñantes interinos que han perdido el puesto de trabajo por no haberse adaptado a los niveles de euskera que les exige la Administración y ven con sorpresa que varios sindicatos no mueven un dedo por ellos después de estar 18 años trabajando. Es que esos sindicatos son nacionalistas. Pero habrá algo que enseñar en castellano, digo yo, que no es que estemos en situación muy boyante según el último estudio sobre educación y nos sorprendemos al ver a nuestros tiernos infantes sustituir la «q» por la «k» en sus redacciones.
Otra vez el euskera como objeto de controversia. Para su normalización, en el Casco Viejo de Bilbao se va a emprender una campaña que empieza con las bolsas de plástico rotuladas en euskera, supongo que subvencionadas por alguna institución pública. Sin embargo, el primer factor de normalización tendría que haber sido no convertir el idioma en un instrumento de exclusión, empezando por esos enseñantes. Porque llevar, en pleno espíritu navideño, una bolsa en euskera inmediatamente me va a recordar las angustias de esos 167 profesores. Estas iniciativas ni prestigian ni promueven nuestro viejo idioma.
En este Bilbao fucsia, adornado con los labios del travestido Mairena, gruesos, moda silicona, y con robots tipo Mazinger Z de color fucsia también -no se sabe a qué viene, pero, por lo menos, esta vez no ha tenido explicaciones en la historia, en los derechos históricos o en la idiosincrasia de los vascos; simplemente, es un color nunca visto en la ciudad-, se está rehabilitando el monumento al Sagrado Corazón de Jesús. Esta colosal estatua, fruto de las épocas nacional-católicas, erigida en plena dictadura de Primo de Rivera, sí que tiene historia e historias. Estuvo a punto de acelerar la guerra civil cuando el Ayuntamiento del Frente Popular decidió derribar el monumento y nacionalistas, tradicionalistas y monárquicos se lanzaron en multitudinarias manifestaciones contra el espíritu laico de los republicanos. Ahora se está rehabilitando la estatua, cuando lo mejor era quitarla, que no en vano estamos en un país aconfesional. Pero lo único que se quita es la palabra «España» de la expresión «Reinaré en España» que figura al pie de ella.
Qué gran obra para suprimir esta palabra maldita. Ya puestos, ¿no se podía sustituirla para que dijera «Reinaré en el Estado»? Aunque se debería quitar también el «Reinaré», y el monumento entero, y si es posible, el edificio donde está la Delegación de Tráfico.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 16/12/2004