- No es un interlocutor aceptable, es un manifiesto enemigo de España que dio un golpe de Estado, se fugó de la justicia y jamás se ha arrepentido
Hay que resistirse y negar la realidad paranormal que nos intenta imponer el PSOE debido a las penurias electorales de Sánchez e Illa. Aún a riesgo de resultar aburridos, en estos tiempos de amnesia izquierdista -orwelliana se vuelve obligado recordar lo que hizo Puigdemont –y Junqueras– y las razones por las que el prófugo de Waterloo no es un interlocutor aceptable. Existen unos hechos gravísimos, que ocurrieron hace solo ocho años, que no se pueden borrar de la memoria solo porque en la Moncloa more un presidente felón con su país y la Generalitat esté presidida por un nacionalista catalán que milita en el PSC.
Existe una verdad incontrovertible y unos claros delitos y toca recordarlo. Y más cuando se producen fotos tan repugnantes como la de ayer de un hiper sonriente Illa adulando a Puigdemont en su fuga belga (también pasó por taquilla el abad de Monserrat, esperemos que fuese solo para confesar al prófugo, porque un clérigo de su importancia no debería pastelear con quien a día de hoy sigue siendo un delincuente en busca y captura).
Puigdemont y Junqueras protagonizaron el más serio desafío que ha sufrido España en lo que va de siglo XXI. Primero anunciaron a las claras unas «leyes de desconexión» para romper nuestro país y declarar una República Catalana independiente (e insólitamente el Gobierno de Rajoy y la justicia les permitieron seguir avanzando en su ruta ilegal, porque hasta que el Rey dio un aviso con su discurso del 3 de octubre de 2017 aquí nadie se puso serio).
Después organizaron un referéndum ilegal, a pesar de todas las advertencias del Estado y toreando a la sobrevalorada Sorayita, y hasta utilizaron a la Policía Autonómica para ello. Y finalmente declararon su República. Solo un instante, sí, pero lo hicieron. No fue «una ensoñación», como escribió erróneamente en su sentencia el por lo demás estupendo juez Marchena, que supo ver la gravedad de los delitos condenando a sus dos principales cabecillas a sendas penas de 13 años de cárcel (que ninguno ha cumplido, porque España ya no es un país que se haga respetar).
Pero hubo más. Esa gente se pasó años insultando al resto de los españoles, llamándonos ladrones, presentándonos como unos vagos atrasados que chupaban la sangre al probo y superior pueblo catalán. Esa gente malversó nuestro dinero en su obsesión independentista, al tiempo que éramos tan panolis que les pagábamos la fiesta rescatándolos con el FLA (y ahora Sánchez va a perdonarles esa deuda). Esa gente se apropió abusivamente de Cataluña, fingieron encarnar el sentir de toda ella y declararon que la independencia era el sentimiento mayoritario. Mintieron, ignorando que más de la mitad de la población catalana estaba en contra y acosando a los disidentes del rodillo nacionalista. Esa gente se mofó de nosotros montando embajadas por doquier, que les costeábamos para que pusiesen a parir a España en el extranjero (e Illa sigue abriendo más).
Esa gente es xenófoba y antiespañola y es la culpable de las leyes que han prohibido de facto el español en las escuelas y en los comercios, aun siendo la lengua más hablada en Cataluña. Esa gente utilizó la violencia en favor de su causa, acorralando a los policías nacionales y guardias civiles en los días más calientes, cortando con barricadas la autopista que une a España con Francia, ocupando a la brava la estación del AVE y la terminal del aeropuerto de Barcelona. Esa gente jamás se ha arrepentido. Proclaman una y otra vez que lo volverán a hacer en cuanto tengan ocasión (y así será, porque son fanáticos de su causa y porque nos odian y desprecian, como se ha visto en el modo en que nos han dado la espalda e ignorado por completo durante los dramáticos incendios de agosto).
Por eso es penoso que el Gobierno de Sánchez haya comprado su discurso victimista y golpista y le haya enmendado la plana al Tribunal Supremo con una amnistía que sería inconstitucional en cualquier lugar del planeta excepto en Sanchistán. Y por eso es inaceptable que tengamos que pagar el pufo provocado por la mala cabeza del separatismo catalán con un desquiciado borrado de su deuda y un cuponazo bicoca, que pagaremos el resto de los españoles a pesar de que rompe el sistema y premia la deslealtad.
Y por eso aunque la prensa catalana y el tertulianismo sanchista celebren la «desinflamación», «el diálogo», «los puentes», «el encaje» y otras zarandajas, millones de españoles seguimos pensando que la jovial y arrobada visita del nacionalista Salvador Illa al delincuente separatista Puigdemont es una vergüenza. Amén de una prueba más de que el PSOE, que de manera sarcástica todavía sigue apellidándose «Español», supone hoy un peligro mayúsculo para España y una fuente de humillación para sus ciudadanos (al menos para los que tengan dos dedos de frente y conserven un mínimo rescoldo de patriotismo).