Ignacio Camacho-ABC
- El semblante tenso, los rasgos demacrados, la expresión áspera: la imagen de un hombre sobrepasado por las circunstancias
EL verdadero mensaje era la cara. Tensa, macilenta, desmejorada, áspera. En televisión lo más importante es la imagen, y la de Pedro Sánchez –que no destaca precisamente por la fiabilidad de su palabra– era la de un hombre de expresión devastada. Nadie hubiera dicho que volvía de unas vacaciones bien largas. Entra dentro de lo posible, no sé si de lo probable, que el aparato de comunicación de Moncloa acentúe esos rasgos demacrados en un intento de suscitar cierta empatía solidaria, pero si fue así el ensayo no funcionaba. Más bien parecía la víctima de una compulsiva intervención –tensores, ‘radiesse’, lo que fuere– de medicina plástica. Ni siquiera la impostura de la voz suave logró disimular la sensación de un dirigente sobrepasado por las circunstancias.
Se esperaba un presidente al ataque, en fuga hacia adelante, pero no fue ése el resultado de la entrevista. Ante un cuestionario previsible no dejó de mostrarse a la defensiva, lo cual no es la mejor receta cuando las encuestas pronostican que en las urnas puede recibir una paliza. Sólo sacó la artillería para disparar contra la Justicia, en particular contra los magistrados que investigan a su familia, con una hostilidad que recordaba demasiado a su némesis trumpista y dejaba claras unas prioridades más afectivas que políticas: a Ábalos, Cerdán y compañía los echó a los leones para sacárselos de encima. El tono compungido con que se fingía engañado movía a risa.
El resto fue Pedro en estado puro, en ese papel comedido y circunspecto que adopta cuando pretende pasar por un líder serio. El lobito bueno maltratado por una manada de pérfidos corderos. Con ese cinismo suyo tan desenvuelto para negar la realidad y falsear los hechos. Sin principios, sin escrúpulos, sin remordimientos. Ni siquiera movió un músculo –quizá el abuso del retoque facial le impida hacerlo– cuando Pepa Bueno le recordó el vídeo en que reprochaba a Rajoy la ausencia de Presupuestos. Ahora es distinto, dijo sin alterar el gesto. Lo es, en efecto; entonces se trataba de asaltar el Gobierno y ahora de mantenerse en él de cualquier modo y a cualquier precio. Arrojar la cara importa que el espejo no hay por qué, escribió Quevedo.
Ya no despierta demasiado interés. La audiencia del programa resultó más bien discreta pese a la difusión sincronizada en multiplataforma por una RTVE que el Ejecutivo ha ocupado como su medio de cabecera. Bertín y Sergio Ramos le sacaron mucha ventaja en la competencia. Hay hartazgo de política y los argumentarios prefabricados aburren a las ovejas. Tal vez por eso haya cargado su agenda de otoño con una gira por Europa y América en busca de más atención de la que sus conciudadanos le dispensan, cansados de que su único proyecto consista ya en apuntalar su propia supervivencia. Aunque existen indicios de que el declive de su reputación ha empezado a extenderse también por ahí fuera.