Editorial-El Español
Lo que amenazaba con convertirse en un acto susceptible de enturbiar la imagen de la Justicia española, por la presencia en la solemne apertura del año judicial del encausado Álvaro García Ortiz, ha acabado siendo noticiable por algo más edificante: una reivindicación de la independencia del Poder Judicial a cargo de la presidenta del Tribunal Supremo.
Isabel Perelló, que ya el pasado enero censuró en presencia de Félix Bolaños las «críticas totalmente infundadas» del Gobierno a las decisiones del juez Peinado en la instrucción del caso de Begoña Gómez, ha vuelto a condenar este viernes, en presencia del ministro de Justicia, los «reproches» que el Ejecutivo sigue profiriendo contra algunos magistrados.
«Resultan totalmente inoportunas y rechazables las insistentes descalificaciones a la Justicia provenientes de los poderes públicos», ha dicho, tajante, la también presidenta del CGPJ.
Y esta reconvención aludía a las palabras del presidente del Gobierno, que en su entrevista del lunes en TVE afirmó que «hay una minoría de jueces haciendo política», refiriéndose a los que investigan a su esposa y a su hermano.
Unas declaraciones que el propio Bolaños secundó después.
Este discurso se ha granjeado los aplausos del auditorio pese a que el protocolo no lo preveía. Pero igualmente aplaudido ha sido (aunque con menos entusiasmo) el discurso de su predecesor en el uso de la palabra, el fiscal general.
Es decir, que finalmente la ceremonia ha discurrido con normalidad, en un ambiente de calma chicha lejos del revuelo que se esperaba. No se ha producido por parte de los jueces presentes ninguna incidencia ni desplante a García Ortiz.
Ningún desplante a excepción del de Alberto Núñez Feijóo, que este viernes se ratificó en su decisión de rehusar la invitación al acto para no «blanquear ni al fiscal ni los ataques de Sánchez a los jueces» con su presencia.
A la luz de que el presidente ha continuado su campaña de desprestigio contra los jueces que investigan a su familia en la prensa internacional, y de la insoportable situación que entraña que García Ortiz haya hablado ante siete de los miembros del Tribunal Supremo que van a juzgarle en los próximos meses, no hay nada que afearle a Feijóo.
Máxime cuando sobre el líder de la oposición no pesaba ninguna obligación legal de acudir.
No cabe decir lo mismo del presidente del Senado, cuya ausencia en la ceremonia no tiene justificación. Porque, a diferencia del presidente del PP, en este caso debió prevalecer la lealtad institucional aparejada al cargo sobre la estrategia de partido.
Lo que no tiene sentido es que el Gobierno haya arremetido contra Feijóo por «deteriorar las instituciones» y faltarle al respeto al Rey con su ausencia, cuando el propio presidente del Gobierno tampoco ha acudido.
Y es evidente que si Sánchez no lo ha hecho, es porque ha querido evitar escuchar los reproches que indirectamente Perelló iba a dirigirle.
Quien sí estaba obligado por ley a personarse en el acto es el fiscal general. Lo cual no quita para que resulte una anomalía que García Ortiz haya llamado a cumplir con la legalidad cuando está en duda que él mismo la haya cumplido.
Tanta extrañeza envolvía a la estampa que el fiscal no ha podido esquivar el hacer mención a su coyuntura personal, admitiendo ser «plenamente consciente de las singulares circunstancias de mi intervención como consecuencia de mi situación procesal».
Pero se ha defendido asegurando que «si estoy aquí como fiscal general del Estado es porque creo en la Justicia y también en la verdad».
Determinar su inocencia o su culpabilidad corresponderá al juez instructor. Que, además, ha tenido con García Ortiz la deferencia institucional de esperar a la inauguración del año judicial antes de ordenar la apertura del juicio oral.
Pero el magistrado dictará el auto inminentemente. Por lo que la próxima vez que García Ortiz acuda al Tribunal Supremo será para sentarse no en el estrado junto al resto de autoridades, como este viernes, sino en el banquillo de los acusados. Y el fiscal nunca debió haber dado pie a una tesitura tan rocambolesca.