Gorka Maneiro-Vozpópuli

  • La desaparición de este PSOE, tan deseada por muchos, es, en el fondo, una ilusión, la Arcadia feliz a la que no vamos a llegar nunca

Las últimas encuestas vienen a resumirse en la siguiente tríada mundana y, por lo tanto, perfectamente entendible por el común de los mortales: el PSOE ya no puede bajar mucho más e incluso, por eso mismo, tiene cierto margen de mejora; el PP ya no puede mejorar mucho más y, en parte por Vox, podría empeorar los resultados de las encuestas más optimistas; y Vox, lejos de ser flor de un día, afianza su subida, especialmente entre los jóvenes.

Vox, como está ocurriendo en otras partes del mundo con partidos semejantes, se beneficia de los errores que cometen los partidos del sistema, o sea, los partidos tradicionales, a los que los ciudadanos suelen culpar de los males que los acechan o de los problemas que sufren, bien sea por crearlos, bien sea por no resolverlos. El problema es cuando a los partidos del sistema les conviene que existan ciertas formaciones ubicadas en los extremos ideológicos para perjudicar a su principal oponente con quien se juega el gobierno, lo cual facilita su crecimiento. Así, al PP le benefició electoralmente la existencia de Podemos y, aún más obvio, al PSOE le beneficia la de Vox, cuyo fortalecimiento fomenta siempre que puede, como medio de vigorar el voto del miedo y para dividir el voto de la derecha, o sea, para que a Vox lo voten más y al PP lo voten menos. Lo de luchar contra la extrema derecha es pura farfolla, porque lo que quieren los dirigentes del PSOE es que ascienda Vox y se fortalezca la idea de que la extrema derecha es una amenaza cierta y un peligro y, a continuación, ofrecerse como su freno o su muro. La competencia de Podemos la resolvió Sánchez por la vía rápida, es decir, convirtiendo al PSOE en Podemos al menos de fachada, es decir, sin dejar de ser partido sistémico, con todo lo que ello implica: por un lado, son populistas en cuanto a su discurso y a sus políticas; por otro lado sigue arraigado en los círculos de poder de toda la vida, lo que Podemos no podrá hacer nunca, porque el PSOE es mucho PSOE.

El PSOE no bajará mucho más, el PP está llegando a su límite, y el Vox sigue creciendo. Y con esos mimbres tiene que hacer su cesto de votos que le permita llegar a la Moncloa

El PP, por su parte, sigue sin resolver su cuestión pendiente: por un lado, cómo relacionarse con Vox; por otro lado, cómo debilitarlo sin que desaparezca del todo por si pudiera, aquí o allá, necesitarlo. Y con un problema añadido: lo que gane por su derecha podría perderlo por el centro, por donde está perdiendo fuelle el PSOE. Entiendo que los estrategas del PP estarán dando vueltas al enredo porque, como decía antes, el PSOE no bajará mucho más, el PP está llegando a su límite, y el Vox sigue creciendo. Y con esos mimbres tiene que hacer su cesto de votos que le permita llegar a la Moncloa.

Y el PSOE no bajará mucho más por varias razones: por un lado, porque bastante ha bajado ya y algunas encuestas lo sitúan en poco más que cien diputados; por otro lado, porque el debilitamiento del Estado de Derecho consecuencia de la ley de amnistía a la gente le importa menos de lo que a muchos nos gustaría, la ruptura de la igualdad que suponen la condonación de la deuda a Cataluña o el cuponazo quizás no llegue a entenderse del todo, y porque, en lo que tiene que ver con la corrupción, aún persiste cierto discurso que plantea que son iguales unos que otros y, además, tiende a olvidarse. Además, el PSOE, aunque sea capaz de ceder lo que sea para permanecer en la Moncloa, tiene suelo electoral —¡gente que no dejará de votarlo nunca!—, lo que traslada la idea de que, a pesar de todas sus barrabasadas, aguanta o, al menos, no se hunde del todo. La desaparición de este PSOE, tan deseada por muchos, es, en el fondo, una ilusión, la Arcadia feliz a la que no vamos a llegar nunca.

A Feijóo, con la pegajosa presencia de Vox a sus espaldas, le cuesta articular un discurso alternativo: si tratas de ser constructivo, eres un cobarde; y si muestras contundencia, abrazas las tesis ultras de Vox

Además, Sánchez es habilidoso para introducir en el debate público aquellas cuestiones que le interesan; este mismo lunes anunció la aprobación de una ley que imponga el embargo de armas a Israel, ante la que el PP tiene difícil dar una respuesta clara y concisa, lo que podría perjudicarle, porque a ver quién es el listo que se opone a la iniciativa sin que parezca que apoya los crímenes de Gaza. Y es que, en general, a Feijóo, con la pegajosa presencia de Vox a sus espaldas, le cuesta articular un discurso alternativo: si tratas de ser constructivo, eres un cobarde; y si muestras contundencia, abrazas las tesis ultras de Vox. Y el sanchismo mediático maneja bien esas contradicciones, de las cuales saca partido.

Y luego está Vox, ese partido que, según Arturo Pérez-Reverte, es el único que tiene ideas, aunque sean malas ideas. Si a Sánchez le da igual H que B siempre que pueda seguir siendo presidente, al PP de Feijóo es difícil ubicarlo ideológicamente o saber qué haría con muchas de las cuestiones que nos preocupan. Se sabe que se opone a Sánchez, lo cual no es mala cosa, pero falta concreción sobre algunos de los temas que están sobre la mesa. Y Vox ahí se mueve como pez en el agua, con tres o cuatro ideas que, aunque muchos rechazan, al menos todo el mundo entiende: inmigración, seguridad ciudadana, «ideología de género», cambio climático y unidad de España, principalmente. Y, tal como reflejan todos los estudios, no hace falta ser de extrema derecha para votarles; de hecho se nutre también de exvotantes socialistas. Y la inmigración, en concreto, está cada día más presente en las conversaciones de la calle.

Lo que la gente quiere es que, quien llegue, tenga trabajo en lugar de dedicarse a la indigencia o a la delincuencia, no tanto porque sean malos sino porque son pobres, y que cumplan la ley como el resto de los mortales

Porque, dejémonos de huevadas: en España hay racismo como lo hay en todos los países, pero España no es un país racista; y lo que a la gente de a pie le preocupa mayormente es la seguridad de sus hijos y sus hijas, poder pasear tranquilo por su barrio y no verse salpicado por reyertas, peleas o agresiones; hay a quien le puede preocupar que quien viene de fuera le quite su puesto de trabajo, pero estos son los menos, porque los que llegan ocupan puestos de trabajo que los residentes locales rechazan. Lo que la gente quiere es que, quien llegue, tenga trabajo en lugar de dedicarse a la indigencia o a la delincuencia, no tanto porque sean malos sino porque son pobres, y que cumplan la ley como el resto de los mortales. A los que llegan y encuentran trabajo se los integra sin grandes dificultades. O sea, lo que preocupa es la inseguridad, especialmente la de algunos lugares de España. Hace unas semanas pasé varios días en una ciudad del sur de Madrid, feudo histórico del socialismo. De las cuatro veces que me senté a tomar un café o una cerveza en cuatro lugares distintos, en tres ocasiones hubo quien vociferó diatribas contra la inmigración y los inmigrantes, y en la otra hubo quien se quejó de que «las ayudas sociales son siempre para los de fuera«. A gritos, con la aprobación o al menos el silencio de los vecinos. Y la tensión se palpaba en el ambiente. No había visto nunca cosa parecida.

Existe, por tanto, en determinados barrios y ciudades, un conflicto más que soterrado de integración y de convivencia. Yo no sé cómo se resuelve pero sí sé cómo puede agravarse: negando que el problema exista, tal como hace la izquierda. Bien harían los partidos en tomarse el asunto en serio, porque de ello también dependerá quién gobierne. Y eso seguro que les importa.