Agustín Valladolid-Vozpópuli
- Discrepo de Cacho. El Rey está en lo alto del muro, y ahí debe seguir si queremos que juegue el papel reparador que debiera asumir en un próximo futuro
El pasado domingo, el editor de este periódico publicaba un muy comentado artículo en el que, bajo el título “Un Rey contra las cuerdas”, venía a pedir a Felipe VI una suerte de paso al frente que ponga fin a lo que denominaba el “drama español”. Jesús Cacho sostenía que el jefe del Estado “ha dilapidado con su silencio el enorme capital de prestigio que acumuló con su valiente discurso del 3 de octubre de 2017”. Discrepo. O como dijo el clásico (en este caso la clásica): estoy que no salgo de mi apoteosis.
Ciertamente, como afirma Cacho, este Gobierno, y en concreto su presidente, ha sometido al Rey a toda clase de humillaciones, pero es precisamente esa circunstancia la que dota de mayor valor el aplomo demostrado por el titular de la Corona. Puede que sea verdad que el monarca ande hoy más desasistido que nunca; y, sin embargo, lo que se revela cada vez que aparece en público es que está más acompañado que nunca.
No hay mejor termómetro del respeto -o del rechazo- que despiertan los personajes públicos que la reacción de la gente. Bien lo sabe Pedro Sánchez. No, Felipe VI no ha dilapidado ese respeto, el de la calle, que es el más valioso de todos; se diría que lo ha incrementado. El respaldo popular que acredita supera con creces el alcanzado por cualquier personaje público (a excepción de algunos deportistas) de la España democrática. Solo su padre, Juan Carlos I, Adolfo Suárez y Felipe González llegaron en distintas etapas a cotas de popularidad similares a las del monarca actual.
Es una temeridad pedirle al Rey que se sitúe a un lado del muro. Felipe VI, hoy, es el principal pegamento con el que cuenta el Estado. Y si no lo neutralizamos, será figura clave de una futura recuperación
Felipe VI no ha tenido una vida fácil. Se hizo cargo de la Corona en el momento de mayor descrédito de la institución; respondió con la firmeza que las circunstancias exigían a la intentona golpista del supremacismo catalán; y en estos últimos años ha conseguido mantener una muy necesaria posición de equilibrio en un contexto de brutal polarización. Ni ha tenido una vida fácil ni se lo están poniendo fácil. Pero cuando termine este período de cainismo político y deterioro institucional, su figura será una de las herramientas esenciales con las que construir cualquier proyecto de reparación nacional. Si no se lo ponemos imposible, claro.
Meses después del golpe independentista, Ada Colau le afeó al Rey en un acto público que no hubiera adoptado un papel más “conciliador” con los promotores de la asonada. La respuesta del monarca fue esta: “No puedo mediar entre quienes cumplen la ley y quienes no lo hacen. Yo estoy para defender la Constitución y el Estatut”.
Ansiosos abstenerse
Felipe VI llegó al trono con la lección bien aprendida: no hay futuro para la Monarquía fuera de la Constitución. Y ha sido el estricto cumplimiento de este principio, junto a una mayor complicidad con la sociedad a la que sirve, el factor esencial que ha permitido rescatar a la institución del peligroso proceso de desprestigio al que la había arrastrado el Rey Emérito. Acatar y defender la Constitución en cualquier circunstancia. También cuando el cepo que te colocan tiene la forma de fiscal general del Estado al borde del banquillo.
El mejor regalo que se le podría hacer a los enemigos de la monarquía parlamentaria es el de un Rey que, como insinuaba Cacho, pusiera pie en pared y se negara a cumplir con sus obligaciones constitucionales. El mayor error que llevan tiempo esperando los que ya no saben a qué agarrarse para permanecer en el poder, sería ese Rey con dos dídimos bien puestos al que algunos interpelan.
No creamos que ya lo hemos visto todo. No descartemos que alguien provoque la madre de todas las polarizaciones conformando un bloque con la propuesta estrella de un referéndum sobre el modelo de Estado
No es necesario dar nombres para hacer una lista de los diez personajes más interesados en situar en el primer plano de la discusión pública el debate Monarquía-República. Ni tampoco hay que pensar mucho para imaginar quién la podría encabezar. No creamos que ya lo hemos visto todo. No descartemos que para que las concesiones a los independentistas, la corrupción o la vivienda pasen a ocupar un segundo plano en una campaña electoral, alguien decida echar el cuarto a espadas definitivo, la madre de todas las polarizaciones, conformando un bloque con la celebración de un referéndum sobre el modelo de Estado como propuesta estrella.
¿Política ficción? Puede, pero yo no correría ningún riesgo. De ahí que sea una temeridad pedirle al Rey que se sitúe a un lado del muro. Felipe VI, hoy, es el principal pegamento con el que cuenta el Estado. Y más adelante, cuando Pedro Sánchez ya no esté, y si antes no lo hemos echado a perder, será la figura clave en la que apoyarse para, entre otras urgencias, restablecer la reputación de España, y quién sabe si nuestro viejo papel mediador, en política internacional.
De modo que, por favor, tomen nota los impacientes del aviso de Alain de Botton: “La ansiedad es el precio que pagamos por imaginar un futuro catastrófico”.