Editorial-El Español

En la madrugada de este miércoles, la tensión entre Rusia y Occidente ha alcanzado su punto álgido en lo que va de guerra en Ucrania.

Las Fuerzas Armadas polacas han derribado, con apoyo de aliados de la OTAN, casi una veintena de drones rusos que invadieron su espacio aéreo, y ha declarado «el nivel máximo de alerta».

No es la primera vez que se producen incidentes con drones rusos en el espacio aéreo de países limítrofes con Ucrania, como Polonia y Rumanía, aunque hasta ahora se había evitado derribarlos.

Pero esta vez el gobierno polaco ha considerado que «se trata de un acto de agresión que ha supuesto una amenaza real para la seguridad de nuestros ciudadanos».

Es por tanto la primera vez que un miembro de la Alianza se ve obligado a neutralizar vehículos no tripulados de Rusia.

Y, por ende, de la primera agresión de Rusia a la OTAN desde el comienzo de la guerra. Lo que ha llevado al primer ministro polaco a describir la situación como «la más cercana a un conflicto abierto desde la Segunda Guerra Mundial».

La reacción de los socios europeos está siendo, como procede, prudente.

Ursula von der Leyen ha recuperado la idea de reforzar el flanco oriental europeo, con la propuesta de construir un «Muro de Drones» para frenar a Rusia en los Estados miembros más próximos al frente, y consolidar la independencia militar europea en materia de Defensa.

Polonia ha invocado el artículo 4 del tratado de la OTAN, que contempla celebrar consultas con los aliados cuando uno de ellos considera que su «integridad territorial, independencia política o seguridad» se ven amenazadas. Un movimiento que plantea interrogantes sobre una posible activación del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que recoge el principio de defensa colectiva ante cualquier «ataque armado» contra uno de los 32 miembros de la Alianza.

Y los principales líderes europeos han mantenido en la tarde del miércoles conversaciones de alto nivel sobre la crisis, de las que ha vuelto a quedar excluido Pedro Sánchez.

Ahora, el reto de los aliados será discutir, junto a Donald Trump, cómo responder a la agresión sin escalar hasta un choque directo con Rusia.

Un Trump que ni siquiera ha condenado el ataque, sino que se ha limitado a proferir un chascarrillo escueto y coloquial: «¿Qué pasa con Rusia violando el espacio aéreo de Polonia con drones? ¡Vamos allá!».

Es decir, que el presidente ha vuelto a impostar sorpresa ante la beligerancia de su colega Putin y a reprenderle con un pellizco de monja, como si no hubiera quedado sobradamente acreditada su irreverencia hacia cualquier solución diplomática para Ucrania.

En cualquier caso, la respuesta que están consensuando los aliados debe materializarse. Y debe ser contundente.

Porque la incursión de los drones en Polonia no es un accidente, como ha intentado hacer ver el Kremlin, sino una agresión en toda regla.

De hecho, esa veintena de drones formaban parte del último ataque masivo, con más de 400 drones y misiles balísticos y de crucero, que el ejército ruso ha lanzado sobre Ucrania.

Un ataque que se engloba dentro de la nueva estrategia que Rusia comenzó en verano, consistente en disparar ataques aéreos a gran escala contra todo el territorio ucraniano para intentar colapsar los sistemas de Kiev.

Tampoco parece casualidad que la invasión aérea de un país de la OTAN se haya producido cuando Putin acaba de regresar de China, después de haberse reunido con Xi Jinping y de haber reafirmado junto al resto del eje antioccidental su programa de lucha contra el «hegemonismo» y la creación de un orden multipolar.

Ha quedado más que probado que cada vez que Trump intenta un avance en las conversaciones de paz con el Kremlin, este responde incrementando la crudeza de la ofensiva sobre Ucrania.

Ahora Putin continúa con sus provocaciones a Europa y Occidente, midiendo la reacción de la OTAN para testar si esta realmente sirve para algo.

Es decir, si es verdad que EEUU ejerce de garante de la seguridad en este concierto transatlántico, y si los europeos están dispuestos a salir a defender en bloque a uno de sus aliados, tal y como predican.

Por eso, si la OTAN no responde a la agresión rusa con una contundencia al menos proporcional, demostrará que el compromiso de la Alianza con la seguridad colectiva es poco más que papel mojado.