Isaac Blasco-Vozpópuli

  • A eso se dedican los gurús del entorno presidencial: a llamar a las redacciones para quitar hierro a que un alto cargo de Trump señale públicamente a Zapatero

Entre tanto abalista, abalólogo y abalero, más la caterva adherida de indigentes morales enviciados en cuitas de alcoba, casi se nos escapa que Zapatero, el preso sombra del régimen sanchista, va camino de convertirse en un proscrito para las autoridades de EEUU.

La noche del pasado lunes, Christopher Landau, número dos de la diplomacia norteamericana, se descolgó con un mensaje en el que sugería la conveniencia de retirar el visado al expresidente socialista con tal de impedir su entrada en el país de las barras y las estrellas. La razón: unos indisimulados vínculos con el chavismo que lo han situado en el radar de las autoridades federales del país, decididas a que, por fin, algo se mueva en Venezuela.

Sin embargo, el tamiz sedante sobre la cruda realidad que pretenden imponernos pretende reducir a una «broma» que un altísimo representante del Departamento de Estado equipare a alguien que -para oprobio nuestro- pasea por el mundo el nombre de España con un delincuente internacional o un dictador bananero.

A eso se dedican los abnegados, y desbordados, gurús de la comunicación (?) del entorno presidencial: a llamar a las redacciones para quitar hierro al señalamiento público de un cargo principal del Gobierno de Estados Unidos.

Más aún: la agencia Tass (perdón, Efe), se apresuró a recoger la cosa con un punto de presunta jocosidad que da idea de las fintas informativas que sus profesionales se ven impelidos a perpetrar a diario: «Landau ‘bromea’ con usar su poder ‘quitavisas‘ contra Zapatero por su supuesto apoyo al chavismo». Así titulaba su despacho la delegación en Washington con la pretendida intención de reducir a un inocuo chascarrrillo lo que en realidad supone un pronunciamiento que permite obtener la medida de hasta dónde está la Administración Trump de la política internacional del Gobierno de España y, sobre todo, de la tutela que ejerce alguien tan vidrioso como ZP sobre el monaguillo que ocupa el despacho más prominente del Palacio de Santa Cruz.

Después emplear los medios oficiales para intentar aguar el vino, que la Casa Blanca exprese su preocupación por que «España, un miembro de la OTAN, haya elegido limitar potencialmente operaciones estadounidenses» debe de sonar en La Moncloa a chiste de Chiquito de la Calzada.

Después de hacer pasar por una «broma» la invectiva de Landau, que la Casa Blanca haya expresado después su «preocupación» por que España, un país miembro de la OTAN, se alinee con los terroristas de Hamás debe de sonar en La Moncloa a chiste de Chiquito de la Calzada

Pero lo cierto es que la advertencia emitida desde Washington sobre la deslealtad que supone alinear la política exterior española con los intereses de los terroristas de Hamás no tiene ninguna gracia.

Los circuitos con los que opera la mente de Donald Trump son muy peculiares. Alguien me contó hace poco que su respaldo a Israel responde a las razones obvias pero guarda también un motivo sentimental: sus dos nietas preferidas han sido educadas en la fe judía…

Del modo que sea, qué le vamos a hacer, da la casualidad de que un personaje intemperante como este es el hombre más poderoso del mundo. Y es tan poderoso, y sobre todo tan intemperante, como para no disociar entre un país y su penosa clase dirigente, representada en este caso por la dupla Sánchez-Zapatero, de la que, por cierto, ya ha rajado a gusto en privado.

Lo peor es que en el Despacho Oval y en sus terminales de poder están más que al corriente de que la decisión de convertir la diplomacia española en un ariete del activismo militante responde al interés directo del presidente del Gobierno en sacar de ella rédito político, que es lo único que le importa. Y es precisamente ese desahogo sanchista de anteponer una ambición personal al interés general de toda una nación lo que deja a los yanquis de una pieza. A cuadros.