Ignacio Camacho-ABC
- Puigdemont ha vivido la paradoja metafísica del gato. Sin moverse de su sitio es a la vez progresista y reaccionario
Tras el debate sobre la reducción de jornada laboral, Puigdemont ha perdido –provisionalmente– su pasaporte progresista. El progresismo es un concepto que la izquierda, en especial la sanchista, administra de manera selectiva. La regla de admisión es bien sencilla: progresista es todo aquel que ayuda al presidente a conservar su mayoría. El prófugo fue aceptado en ese bando la noche de las últimas elecciones y recibió la correspondiente credencial sin necesidad de pedirla. El grito de «somos más» se la daba por concedida aunque el beneficiario exigió que el título le fuera compulsado mediante la concesión de una amnistía tan a medida que su abogado participó en la redacción legislativa. Lo que no le dijeron entonces fue que el certificado de buena conducta ideológica es retráctil e igual que se otorga se retira si el portador se niega a cumplir determinadas premisas. Y eso es lo que acaba de suceder cuando Junts ha tumbado el proyecto estrella de Yolanda Díaz.
Esa votación le ha arrancado al partido independentista la etiqueta que la investidura de Sánchez le dejó impresa. Ahora ha pasado a integrarse en el lado oscuro, el de la derecha mamporrera de la patronal y demás plataformas de opresión burguesa. Y se la ha arrebatado la misma vicepresidenta que fue la primera autoridad institucional que visitó al fugado en Bruselas para empujarlo a situarse en la posición política correcta. El líder de la insurrección separatista se hizo de rogar –necesitó que personajes tan fiables como Santos Cerdán y Zapatero lo convencieran con ayuda de cierta mediación salvadoreña– pero acabó aceptando la propuesta de ser recibido con todos los honores en la elástica alianza de la izquierda. Es posible que incluso se le prometiese facilitarle con el tiempo el retorno a su añorada presidencia. Había que alistarlo al precio que fuera y después ya habría tiempo de ver las contrapartidas concretas.
Con el rechazo al recorte de horarios, motivado por la oposición de autónomos y empresarios pequeños y medianos que son parte esencial de su electorado, Puigdemont ha inaugurado el progresismo cuántico, como el famoso gato vivo y a la vez muerto de la paradoja de los estados entrelazados. Sin moverse de su sitio es progresista cuando ofrece al Ejecutivo su apoyo parlamentario, y reaccionario cuando se opone a los planes del Gobierno y los sindicatos. Su condición pasa alternativamente de prófugo a exiliado, y viceversa, según sea el plano de interés o de utilidad del sujeto que lo está observando. Dado que Sánchez no conoce otra metafísica que la del poder ni otro cálculo que el de su relativismo pragmático, lo volverá a considerar miembro de su bloque si logra arrancarle el respaldo presupuestario. Por si acaso prefirió no abrir la caja de Schrodinguer e irse al cine dejando a Díaz sola ante el varapalo. Está dispuesto a dar otra oportunidad al gato.