Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Si los manifestantes se hubieran limitado a mostrar pacíficamente su apoyo al pueblo palestino, no hubiera ocurrido nada de lo que hemos visto, pero lo que se ha dilucidado en este episodio no era una protesta legítima sino una imposición intolerable

Hoy, por fin, concluirá la Vuelta Ciclista a España más penosa de los últimos tiempos; se han recortado etapas, se han suspendido clasificaciones, se han registrado accidentes y también abandonos por razones extradeportivas; toda la carrera ha acabado convertida en una crónica de sucesos. El espectáculo de la competición y el esfuerzo de los ciclistas han quedado desvirtuados a causa de las protestas organizadas por activistas propalestinos, que han reventado la ronda.

Estos grupos no son más que la misma izquierda radical de siempre; los que presumen de antifascistas, pero no se privan de ejercer la violencia para defender sus postulados. Te los puedes encontrar saboteando la Vuelta Ciclista, quemando contenedores en protesta por una sentencia judicial, impidiendo que las fuerzas de seguridad devuelvan una vivienda ocupada a sus legítimos propietarios u organizando homenajes a asesinos terroristas. En el País Vasco, donde empezó el boicot, estuvo liderado, cómo no, por un reconocido miembro de Batasuna. Como siempre, la vieja ETA convertida en faro, guía y avanzadilla de la extrema izquierda española.

Si los manifestantes se hubieran limitado a mostrar pacíficamente su apoyo al pueblo palestino, no hubiera ocurrido nada de lo que hemos visto, pero lo que se ha dilucidado en este episodio no era una protesta legítima sino una imposición intolerable. Lo que se exigía era la cancelación; imponer la expulsión de un equipo por la única razón de estar patrocinado por un millonario judío.

Primero se trataba de crear un ambiente irrespirable para forzar su abandono, que se fueran voluntariamente «por el bien de la carrera» , luego se quiso intimidar a los responsables de la Vuelta y finalmente la amenaza fue contra cualquiera implicado en el evento: los ciclistas, los organizadores o los aficionados. El ultimátum era inapelable: o se van os los echan o no hay Vuelta. Y no hubo Vuelta.

El gobierno no movió un dedo, en solidaridad ideológica con los saboteadores y Televisión Española convirtió a sus periodistas deportivos en expertos en política internacional y derecho humanitario. Solo Perico Delgado se atrevió a discrepar e incluso a soltar alguna chanza a propósito del boicot lo que le valió sufrir las iras de almas tan puras que ni siquiera toleran el sentido el humor.

Que la izquierda tiene un gen autoritario no es una sorpresa para nadie. Tampoco lo es que históricamente haya buscado el amparo de causas justas para maquillar esa repulsión visceral contra el libre albedrío. La superioridad moral de la que hace gala siempre ha sido el instrumento para justificar su tentación totalitaria y eso es lo que estamos viendo en todo el mundo con este resurgir de la izquierda woke al rebufo del conflicto en Oriente Medio.

Aquí en España, la extrema izquierda ha reventado la Vuelta Ciclista y Sánchez nos exige que califiquemos como genocidio lo que ocurre en Gaza. O dices genocidio o tú mismo te conviertes en cómplice de Netanyahu y en asesino intelectual de niños palestinos. Así funciona el mecanismo de la intimidación moral que ahora se ejerce con la excusa de la causa palestina como antes se ejerció con el feminismo en los tiempos del #metoo y sus excesos. Pero no nos engañemos, nada tiene de justo ni digno ni de preocupación humanitaria; es solo la vieja aversión de siempre a la libertad.