Iñaki Iriarte López-El Correo
Profesor titular de la EHU-UPV
- ¿Alguien cree que la población inmigrante va a aceptar peores sueldos, ver a sus familias rotas o vivir en barrios más inseguros?
Partamos de lo evidente: ser extranjero no te hace peor (ni mejor) persona. Basta con cruzar varias veces cualquier frontera para comprobarlo. Dicho esto, es cierto que cuando uno viaja al extranjero suele constatar la existencia de conductas aceptadas en un país que no lo son en el propio (y viceversa). Pero, sin desdeñar los problemas que esto genera, lo cierto es que las reglas de convivencia más esenciales (no matar, no robar, etc.), son comunes a, prácticamente, todo el orbe. Las excepciones serían aquellos lugares donde algún conflicto ha hecho estallar cualquier atisbo de moralidad.
Europa está crecientemente polarizada entre quienes proclaman su voluntad de salvar a la civilización occidental de la invasión foránea y quienes defienden la migración como un derecho universal incondicional. Ambos deberían poder asumir lo siguiente: que el punto de partida, el fin y los medios de toda política migratoria a la altura de nuestra tradición (religiosa, filosófica, jurídica) deberían ser acordes con el respeto a la dignidad de todo ser humano. Y, en segundo lugar, que, respetando ese límite, una sociedad libre ha de poder discutir sobre políticas migratorias, sin que salte como un resorte la acusación (inquisitorial) de estar haciéndole el juego a los discursos de odio.
Necesitamos debatir, en efecto, con sosiego y profundidad sobre esta cuestión, porque, innegablemente, está alterando nuestras vidas. La de los nativos y la de los inmigrantes. Una sociedad empresarial puede trasladarse a otro país y luego a otro, etc., sin que eso amenace su continuidad. Una colectividad humana, no. Por lo menos hasta estos tiempos líquidos, los pueblos, las comunidades, las naciones (llámenles como les apetezca), no han deambulado por el ciberespacio, sino que han vivido en conexión histórica a un territorio. Habrá quien haya apretado ya el botón de «alerta, facha detected» al leer esto, pero le ruego que considere lo siguiente: si el genocidio de los pueblos ancestrales en América fue tan terrible, ¿no obedece también al hecho de que se los despojó de sus tierras? Y si la propuesta de hacer de Gaza un resort sin palestinos es tan criminal, ¿no lo es porque ésta les pertenece a aquéllos? Por supuesto que históricamente ha habido pueblos (judíos, armenios, etc.) que han tenido que vivir repartidos en comunidades dispersas, pero con una accidentada existencia. Amazon puede traernos a la puerta de casa hasta aquello que compramos en la tienda de abajo. Pero la producción de energía, minerales, comida, etc., no acontece en la red, sino en territorios físicos, sometidos al control de un poder soberano. Si esto es algo que el progreso está en trance de abolir o si es el resultado de un atavismo biológico, es algo que no me siento capaz de resolver.
Lo que tengo bastante claro es que los procesos migratorios masivos que estamos viviendo no son el resultado de la libre autodeterminación de los migrantes, sino una exigencia de las necesidades del capitalismo global. Y suponen, además, una onerosa pérdida de capital humano y una fuente de tensiones para los países en desarrollo.
Deberíamos preguntarnos a qué horizonte migratorio apuntamos. ¿Convertir a los países ricos en algo así como unos Emiratos Árabes Unidos, con un 80% de foráneos, todos trabajando para empresas privadas, mientras el 20% de nativos vive de alquilarles las casas y del gobierno que los primeros sufragan? Temo que nuestras economías se hayan convertido ya en chiringuitos piramidales, basados en la importación masiva de mano de obra, deuda pública y privada, la subproletarización de los jóvenes, la huida de las clases medias hacia el funcionariado y la subida estratósferica de la vivienda. Todo para asegurar un sistema de pensiones que se ha vuelto inviable demográficamente. ¿De verdad alguien piensa que la población inmigrante va a aceptar tener peores sueldos, trabajos más precarios, ver sus familias rotas, vivir en pisos compartidos en barrios más inseguros y una renta per cápita mucho más baja, mientras los nativos disfrutamos del empleo público y de una larguísima jubilación? Creo que lo justo sería que todas las personas pudieran vivir dignamente en sus propios países, aunque nos exija dar la vuelta a unas estructuras económicas y geopolíticas que están devorándonos.
¿Propongo que cada uno permanezca atado al país donde nació? En absoluto. Pero, a buen seguro, un orden económico mundial justo disminuiría los flujos migratorios, haciéndolos mucho más fáciles de gestionar para las sociedades receptoras y mucho más libres para los propios migrantes. Alcanzarlo sería caro. Pero la distopía de esta gran diáspora global en la que nos hemos metido terminará saliéndonos mucho más cara.