Ignacio Camacho-ABC
- Consignas repetidas letra por letra, frase por frase. Muñecos parlantes como una escolanía de autómatas a imagen de Sánchez
Con esa chispa suya tan intuitiva para acuñar sintagmas de eficaz popularidad satírica, Carlos Herrera bautizó como «Loro Park» al desfile de ministros que cada día se desparraman por toda clase de actos y programas repitiendo las consignas del laboratorio de frases monclovita. Da igual el asunto: los presupuestos, la amnistía, el concierto catalán, la Vuelta ciclista, Palestina. La cosa no tendría nada de particular si para divulgar la opinión del Gobierno, lógicamente colegiada, utilizasen fórmulas más o menos distintas, cada uno a su estilo como personas capaces de pensar y sobre todo de expresarse por sí mismas. Pero el designio impuesto desde arriba es que actúen como una escolanía de voces unívocas recitando una partitura recién aprendida, una correa humana de transmisión de doctrina al servicio de su misión propagandística. Y así el teórico equipo de dirección del Estado –hoy no toca hablar de tertulianos y analistas– se convierte, ante la ausencia de gestión que desempeñar, en un coro de muñecos parlantes manejados por telemando para ejecutar un número sincronizado de ventriloquía colectiva. Todo un ejercicio de renuncia devocional a cualquier atisbo de autonomía, con el agravante de que el compromiso de disciplina incluye la obligación estricta de reproducir sin pestañear, al pie de la letra dictada con enunciación precisa, la colección de contradicciones y mentiras que constituye el núcleo del discurso sanchista.
Siendo llamativa esta lealtad literal al argumentario remitido por Presidencia desde bien temprano, lo es aún más la disposición a secundar sin reparos los frecuentes cambios diametrales de criterio que el jefe adopta en horas veinticuatro. Es obvio que cuando se acepta una cartera van incluidas en ella ciertas servidumbres del cargo, pero un concepto elemental de la dignidad o el amor propio impone también un margen de pudor a la hora de encajar volantazos que faltan el respeto a la inteligencia del electorado. En el Ejecutivo de Sánchez ese sentido de autoestima está descartado de antemano; al convertirse en miembros del Gabinete, los elegidos renuncian a cualquier amago de subjetividad, siquiera retórica, para someterse a un guión prefabricado cuya rigidez exige su reproducción palabra por palabra, párrafo por párrafo. Reducidos a la condición de portavoces como único trabajo, deben atenerse al texto en su tenor exacto y replicarlo en las cámaras de eco del periodismo, las redes o los debates parlamentarios. Hasta los sinónimos tienen vetados, vaya que alguien los interprete como un indicio de discrepancia del liderazgo. Hay quien elogia y hasta envidia –en la oposición, pongamos por caso– esta uniformidad radical como método de construcción de un relato, el objetivo esencial del oficio político contemporáneo. Pero los mejores relatos son siempre los que renuncian a tomar por idiotas a los ciudadanos.