Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Tener al hermano escondido en el palacio de la Presidencia del Gobierno, por ejemplo, mientras engañas a Hacienda diciendo que vives y cotizas en Portugal, a la vez que cobras de una Administración local sin saber siquiera dónde está tu despacho sería materia para un cuento de Cela

Me satisface compartir medio con el joven Entrambasaguas, que representa lo mejor del periodismo. Está en el otro extremo del oficio de escribir periódicos, actividad que yo solo practico como opinador. No se me escapa el privilegio de los columnistas; estamos anclados a la actualidad, sí, por eso nuestros textos viven un día, con excepciones. Pero ese día, tras otro, y otro, nos deja hacer literatura ininterrumpida (el columnismo es un género literario). Y si uno tiene la fortuna de escribir en un medio libre e importante como este, que no se ha equivocado con las barreritas, esa literatura encuentra un gran público. Al otro extremo del oficio, decía, está el periodismo de investigación con resultados. Creo que Entrambasaguas es uno de sus últimos practicantes en España, y sin duda el que presenta logros más variados y asombrosos. Además, combina esa profesión en extinción con la producción de libros. Tengo en mis manos el más reciente: La Sagrada Familia. Lo leeré con avidez.

Las cosas que Entrambasaguas descubre a base de viajar, esperar, observar, preguntar, insistir y atar cabos tienen para mí un mérito doble. El mérito principal es evidente: casi todos los grandes escándalos del sanchismo los ha revelado él en estas páginas virtuales, y lo ha hecho cargado de información accesoria que se va uniendo a la existente, sin que él desperdicie ninguna ilación. De este modo, no hay un solo periodista, tertuliano o loca con micrófono en la televisión o en la radio capaz de aguantarle un debate a nuestro compañero. No uno de opiniones: uno sobre hechos. El mérito adicional es la capacidad que tiene Entrambasaguas, seguramente un don de juventud, para contarnos sin inmutarse una modalidad de corrupción que parecía olvidada en viejas historias de nuestros padres o abuelos. Hay un casticismo en la inmoralidad, un costumbrismo en la manera en que el poderoso se corrompe, abusa de su poder.

Si yo fuera Entrambasaguas no podría vencer la tentación de entregarme a la glosa cachonda de lo descubierto. Tener al hermano escondido en el palacio de la Presidencia del Gobierno, por ejemplo, mientras engañas a Hacienda diciendo que vives y cotizas en Portugal, a la vez que cobras de una Administración local sin saber siquiera dónde está tu despacho sería materia para un cuento de Cela… si al memorable Nobel gallego le hubiera dado por la crítica al poder en vez de darle por el oficio de censor. Nadie vea en esto un reproche al magistral autor de La colmena, que tantos placeres me ha procurado. Simplemente Cela no moralizaba: agarraba los trozos de realidad que un hombre serio evita y los estiraba para nuestro regocijo. Un regocijo amoral, si quieren, pero no inmoral. Inmorales son los novelistas españoles contemporáneos y su jueguecito de enarbolar causitas woke para caer bien al establishment, al editor, a la crítica y a Francino. Nada de esto interesa a Entrambasaguas, que solo descubre y cuenta hechos. Sin embargo, ese material tiene miga literaria. Que conste.