Carlos Souto-Vozpópuli
- Lo que vive hoy España no es sólo un mal gobierno. Es una crisis sistémica que amenaza la democracia misma
La única forma de dividir un átomo es bombardearlo aleatoriamente desde todos los ángulos. La única forma de confundir a una sociedad es estimularla con noticias trascendentes mezcladas con intrascendentes, estrambóticas, imposibles, increíbles y ridículas lanzadas desde cada uno de los 360 grados posibles. Así se logra que nadie vea la crisis, aunque la crisis esté ahí, latiendo, y devorando los cimientos del Estado para dejar la fachada y refundar un sistema de vida a mediano plazo. Eso es lo que está ocurriendo en España. En los últimos días, el Gobierno ha multiplicado la crispación social con herramientas de distracción propias de los regímenes autocráticos. Se trata de una coreografía ensayada: escándalos encadenados, anomalías deliberadas, giros internacionales calculados para que la ciudadanía pierda la noción de lo importante. El resultado es una niebla espesa que cubre el escenario. Y detrás de esa niebla, un país entero se precipita hacia un abismo institucional En mi columna de hace una semana que se titulaba “España en Guerra” adelanté el sentido de la jugada de Sánchez con Ia guerra y con Israel. En tan solo una semana, Sánchez abrió el asunto como una dama de un golpe abre su abanico.
La situación judicial y política de Pedro Sánchez es insostenible. Si alguien recortara en frío el contorno de lo que ocurre, lo que se vería sería un monstruo que cualquier democracia sana debería derribar de inmediato. Pero no ocurre. No ocurre porque Sánchez maneja con destreza las técnicas de la confusión. La justicia avanza, sí, pero lo hace entre sombras. Cada paso que acerca la conclusión de que Sánchez habría delinquido, queda sofocado por una nueva cortina de humo. Su mujer y su hermano habrían mentido y delinquido también. Su número dos está en prisión. Su número tres, desaparecido en acción. Y voces incómodas como las de Koldo, Aldama y otros caídos en desgracia, han sido reducidas por la sociedad a la categoría de comedia barata y ya casi no cuentan. Sánchez no teme a la libre opinión. Eso es manejable con publicidad institucional, censura sutil y campañas de descrédito. Como todo buen aprendiz del chavismo, sabe que los periodistas se compran, se ignoran o se aplastan con el ruido digital. Lo que teme es otra cosa: teme que la crisis quede retratada como tal. Que alguien le quite las capas de humo y la muestre desnuda. Porque entonces, se derrumba.
Guerras y prostitución
Mientras la crisis no se reconozca como crisis, Sánchez tiene salidas. Si se la nombra y se la enfrenta, no. Por eso convierte lo personal en político, lo político en institucional y lo institucional en internacional. Técnicamente el relato se despide de España. Lo más lejos posible. A cualquier precio. Escala, siempre escala. Igual que Putin, igual que Xi Jinping, igual que Maduro. Para los autócratas, huir hacia adelante es la única dirección posible. Si España no estuviera en medio de debates internacionales fabricados a medida —como la flotilla de Gaza auspiciada por la Generalitat, el antisemitismo de nuevo cuño promovido desde La Moncloa celebrando el aborto de la vuelta ciclística de España, o la alineación con regímenes latinoamericanos decadentes—, sus problemas judiciales serían la noticia del día. Pero cualquier detonador externo le sirve para ganar tiempo. Cualquier anomalía le basta para esconderse. El cinismo es tan enorme, que el discurso oficial estos días produce cosas como, “Qué absurdo, mientras España y su gobierno están tomando partido en una crisis de guerra, la oposición habla de prostitución¨. Pero claro hombre, mira que comparar guerra con putas y corrupción, cuánta maldad y torpeza.
Ruido y confusión
El daño, sin embargo, es profundo. La democracia española está en riesgo y muchos ciudadanos ni siquiera lo imaginan. Los resortes institucionales crujen, la crispación social se multiplica, la economía se resiente, la salud pública baja su calidad, la seguridad se erosiona, la educación no importa, los servicios a la sociedad se deterioran y la política exterior convierte a España en anomalía fuera y dentro de la Unión Europea. Todo ocurre a la vez, mientras Sánchez escala en cada frente porque escalar es su única manera de sobrevivir. Las crisis, decía Albert Einstein, “son la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque las crisis traen progresos”. Tenía razón en abstracto. Pero esa bendición sólo funciona cuando la crisis se reconoce y se enfrenta, no cuando se la utiliza como instrumento de supervivencia personal. Las crisis son útiles para los autócratas porque paralizan a sus adversarios. La oposición tibia prácticamente desaparece. La oposición firme crece, sí, pero incluso eso le conviene, porque acentúa la división social y equilibra artificialmente la relación sus menguantes fuerzas con las ajenas. En el caos encuentra su tabla de salvación. Lo que vive hoy España no es sólo un mal gobierno. Es una crisis sistémica que amenaza la democracia misma. Una anomalía deliberada, diseñada para salvar a un líder en apuros judiciales y políticos. Nada es casual. El ruido, la confusión, la escalada, la huida hacia adelante forman parte de un guion. Los japoneses suelen decir que toda crisis es también una oportunidad. Quizá. Pero lo que los españoles tienen que comprender es que la única persona que encuentra una oportunidad en esta crisis se llama Pedro Sánchez. España está en crisis. La desgracia es que, para Sánchez es una oportunidad y para el país, una condena.