Francisco Rosell-El Debate
  • Sánchez ejecuta un «democidio» –la muerte por eutanasia de las democracias a manos de los caudillos populistas– para tapar el supuesto «genocidio» –término que él banaliza con antisemitismo de ocasión– bajo la bandera de conveniencia del sufrimiento gazatí como cebo para bobos incautos

Hace años, Ennio Flaiano, guionista favorito de Fellini, promovía que la enseña italiana debería estamparse con la divisa: «¡Tengo Familia!». Tal invocación sintetizaría cómo sus gobernantes anteponen los lazos de sangre (nepotismo) o de amistad (favoritismo) a los de la nación. Es lo que, tras su experiencia en un lar de la Italia sujeto a la mafia, bautizó como «familismo amoral» el sociólogo norteamericano Edward C. Banfield en 1958. En «Los fundamentos morales de una sociedad tradicional», explica que el Mezzogiorno legitima cualquier cosa que sirva para aprovecharse del Estado en beneficio propio o de la parentela. El interés común sólo se procura si reporta ventajas sobrevenidas.

Tal «familismo amoral» caracteriza la Corte del «Faraón» Sánchez quien vulnera normas y usos para atornillarse a la poltrona jactándose, como el miércoles en la sesión de control parlamentario, de que, en su septenio, Francia haya tenido tres primeros ministros y el PP tres líderes. Olvidó que todos ellos se han atenido a lo usual en una democracia y diferencia al liberal Bayrou, o el socialdemócrata Scholz, de un «Noverdad» Sánchez que se eterniza como Maduro sin dar, por ahora, un pucherazo como el jefe del Cártel de los Soles.

Con La Moncloa como la Corte –que no es la Zarzuela con Felipe VI– del Faraón, ¡qué buena adaptación podría hacerse de la parodia que el cineasta José Luis García Sánchez estrenó hace 40 años de la zarzuela «La Corte del Faraón» con Ana Belén y Antonio Banderas si el gremio no anduviera tan empesebrado! No en vano, no se conoce primer ministro europeo cuya «consuerte» convierta La Moncloa en centro de negocios, o aloje allí de extranjis a su hermano mientras declara estar domiciliado en Portugal para no tributar en España. Con Sánchez de consentidor y encubridor, no es que se haya muerto el Robert Redford protagonista de Todos los hombres del presidente sobre la defenestración de Nixon (‘Dick, El Mentiroso’), es que la democracia está siendo amortajada a ojos vista. Sánchez ejecuta un «democidio» –la muerte por eutanasia de las democracias a manos de los caudillos populistas– para tapar el supuesto «genocidio» –término que él banaliza con antisemitismo de ocasión– bajo la bandera de conveniencia del sufrimiento gazatí como cebo para bobos incautos.

De esta guisa, la esposa de Sánchez pasa de llevar la contaduría de las saunas paternas a catedrática de Universidad sin licenciatura con La Moncloa como Oficina de Tráfico de Influencias bajo el patronazgo de quienes se agracian -como Air Europa- con rescates dinerarios, mientras la Oficina de Conflictos de Intereses adscrita al Gobierno escamotea el enjuague al irle en ello la nómina. Por eso, si el modesto despacho de Juan Guerra en la Delegación del Gobierno en Andalucía le costó la vicepresidencia y la vicesecretaría del PSOE a su «enmano Arfonzo», el yerno del proxeneta Sabiniano Gómez, quien sufragó su vida regalada y su carrera política, se vanagloria de su impunidad. Luego de plagiar su tesis, consumar gatuperios y mercadear su Presidencia al prófugo Puigdemont, atesora una hoja de servicios propia de jefe de «la banda del Peugeot».

Si a Miriam González, esposa del viceprimer ministro Nick Clegg, la habrían quemado viva en Trafalgar Square, según ella, y su cónyuge habría tenido que coger el portante en la Gran Bretaña donde Boris Johnson salió escopeteado por el «Partygate» del Covid-19 y le habrían guillotinado si hubiera encubierto a un hermano que le toma el pelo al fisco alojándolo de tapadillo en el 10 de Downing Street, aquí el imputado fiscal general protege la Corte del Faraón y actúa como el perro de Pávlov. Desentendido de una corrupción que también apresa a él mismo, García Ortiz garzonea para, haciendo como que investiga los crímenes de Netanyahu, contribuye al ruido y a la furia de Sánchez para cambiar el relato, después de intentar ganárselo a Diaz Ayuso.

El Ufano de La Moncloa doblega y somete a las instituciones del Estado, mientras valora a sus ministros no por su negligente labor departamental, sino por su ardorosa defensa de «Begoña y yo». Como nunca ha sido el referente moral que le exigía ser a Rajoy, se aferra a La Moncloa sin admitir el escrutinio de la Prensa y de la Justicia cuyo papel sólo se objeta en democracias en demolición por parte de «democidas» como Sánchez. Como alerta la Comisión Europea en su Informe del Estado de Derecho en España, «son los principios constitucionales y el sistema democrático -no tan fácil de conseguir y preservar como la perezosa costumbre suele hacer creer-, los que están en cuestión».

… Y aún hay quienes transigen con el fingido humanitarismo de un impostor que abrazaría, desde luego, a Netanyahu si fuera menester como a Maduro o Puigdemont y, sin duda, a Xi Jinping, cuya política de derechos humanos le hacer merecedor del Nobel de la Paz. Antes de que se eche la kufiya sobre el hombro, habrá que recordar aquello de Groucho Marx: «Sólo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntárselo. Y si responde ‘sí’, sabes que está corrupto». Más cuando, junto con los escándalos que le cercan, confluyen las aguas turbias del amazónico río del ‘Delcygate’ con la financiación del PSOE y de su candidatura a la Internacional Socialista a cambio de dejar en la estacada al opositor chavista Guaidó como presidente interino de Venezuela.

En suma, es la ‘famiglia’ y la destrucción de la nación, no Gaza, lo que mueve a un déspota que para fotografiarse en una guardería de Getafe despliega proporcionalmente más efectivos policiales que para el libre discurrir de la reVuelta 2025 que saboteó para su intifada. Desaforado, un Sánchez en apuros quiere traer Gaza a España recreando la Guerra de los mundos de Wells con su armada mediática como Orson Welles el Halloween de 1938 desatando el pánico en EE.UU. Todo por la ‘famiglia’.