En democracia, los centros educativos deben ser espacios de aprendizaje, no tribunas para la confrontación ideológica. Lo contrario supone convertir los colegios en madrasas de la ideología que con más eficacia logre amedrentar a quienes reclaman su neutralidad.
Las recientes polémicas en torno al velo islámico y las banderas palestinas en los colegios madrileños han puesto de manifiesto una realidad preocupante: el intento, por parte de Más Madrid, PSM-PSOE y Vox, de convertir las aulas en campos de batalla política y de tomar como rehenes de sus agendas partidistas a los menores madrileños.
Isabel Díaz Ayuso ha demostrado una coherencia democrática inatacable al rechazar tanto las pretensiones de Vox de prohibir el velo islámico como el uso partidista que la izquierda hace del conflicto de Gaza.
Su postura no responde al oportunismo político (nada más impopular en este momento que poner pie en pared frente a quienes pretenden empapelar los colegios madrileños con símbolos palestinos o frente a quienes arremeten contra el islam sin matices), sino a la defensa de dos principios democráticos fundamentales, la neutralidad educativa y el respeto a los derechos constitucionales.
En el caso del velo, la presidenta madrileña ha sabido distinguir entre libertad religiosa y seguridad ciudadana.
Frente a la propuesta «fraudulenta e inconstitucional» de Vox, Ayuso ha defendido que «no se puede ir en contra de la Constitución» y que las mujeres deben ser «formadas y libres» para decidir por sí mismas.
Esta posición respeta el artículo 16 de la Carta Magna, que garantiza la libertad religiosa, mientras mantiene la puerta abierta a restricciones justificadas por motivos de seguridad o identificación cuando se trate del burka o el niqab.
En relación a la retirada de símbolos palestinos de algunos colegios madrileños, la oposición ha acusado a Ayuso de «doble rasero» al comparar su actitud hacia Ucrania y Gaza.
Sin embargo, existe una diferencia sustancial. La campaña ‘Ucrania te necesita’ de 2022 se centró en la ayuda humanitaria a refugiados, sin proclamas políticas ni, mucho menos, acusaciones de genocidio.
Pero las actividades propalestinas documentadas incluyen lecturas de nombres de fallecidos con fines claramente políticos y la exhibición de símbolos de confrontación ideológica, aunque se disfracen de solidaridad frente a una crisis humanitaria en el contexto de las operaciones militares en marcha en la franja de Gaza.
Los datos son elocuentes. Ochenta y nueve colegios se han sumado a la «rebelión» palestina, organizando actos «de resistencia» coordinados que nada tienen que ver con la educación en valores y mucho con el adoctrinamiento político.
Cuando los sindicatos hablan de «vulneración de la libertad de cátedra» para justificar actos de propaganda política están pervirtiendo, por tanto, el concepto mismo de educación.
La respuesta de Más Madrid, llamando a Ayuso «embajadora del genocidio», o del PSOE, exhibiendo banderas palestinas en la Asamblea, revela su verdadero objetivo: utilizar el dolor ajeno para el rédito político doméstico.
Es especialmente grave que Manuela Bergerot preguntara si «los 20.000 niños asesinados en Gaza debían morir», instrumentalizando el sufrimiento para erosionar a un adversario político.
La pregunta es tan burda como populista. Bastaría con responderle si condena ella el asesinato de decenas de miles de niños cristianos en Nigeria; o las torturas, los secuestros y los asesinatos de las dictaduras venezolana y cubana; en un bucle infinito de peticiones de condena retóricas e inanes.
La neutralidad no es censura. Es garantía democrática. Los 800.000 alumnos madrileños tienen derecho a una educación libre de manipulación, donde se formen como ciudadanos críticos y no como militantes de causas ajenas a su desarrollo intelectual.
La educación pública debe estar además al servicio de todos los ciudadanos, independientemente de su ideología. Permitir que cada gobierno regional convierta los colegios en altavoces de sus preferencias políticas es el camino hacia la destrucción del consenso educativo.
Ayuso ha trazado una línea roja necesaria frente a Más Madrid, PSM-PSOE y Vox. Los niños van a la escuela a aprender, no a ser inoculados con el veneno de la política más sectaria.
La escuela debe enseñar a pensar, no qué pensar.