Ana Zarzalejos-El Español
  • Cuando el presidente de un país felicita a las cadenas de televisión por despedir a presentadores como si eso fuera un servicio a la patria, es momento de preocuparse.

Llorando se presentó Trump a las elecciones y llorando las ganó. Llorando por la cultura de la cancelación, por la falta de libertad de expresión, por la censura que amordazaba el pensamiento conservador en Estados Unidos.

El mismo día de su investidura, 20 de enero de 2025, firmó una orden ejecutiva para “restaurar la libertad de expresión y acabar con la censura federal”. Ese día dijo que “la censura gubernamental de la libertad de expresión es intolerable en una sociedad libre”.

Simple, claro, comprensible hasta para una moral de mediana sensibilidad.

Pero a Jimmy Kimmel le han cancelado el programa que presentaba indefinidamente por hacer comedia en su monólogo sobre la reacción de Trump a la muerte de Charlie Kirk.

Perdone, presidente Trump: se le ha caído una orden ejecutiva en su marcha imparable para salvar los Estados Unidos de América.

Cuando el presidente de un país felicita a las cadenas de televisión por despedir a presentadores como si eso fuera un servicio a la patria, es momento de preocuparse.

Como con tantas otras causas que le auparon al poder (desde la lista Epstein hasta la guerra de Ucrania), Trump ha cogido la libertad de expresión y se la ha metido por la boca a Jimmy Kimmel en el momento exacto en que ha dejado de servirle.

Me imagino a Trump haciendo llamadas desde la Casa Blanca. “Qué primera enmienda ni qué niño muerto, me retiran a Kimmel o lo retiro yo”.

Y los ejecutivos de la cadena, que seguro que son de los que se ponen el arcoíris en LinkedIn en el mes del Orgullo porque es lo que manda la doctrina del capitalismo moralista, corriendo a cumplir con las órdenes que dicta el dogma de las sensibilidades ofendidas.

Es el dinero, amigos.

Luego se reunirán en congresos para debatir cómo salvar la profesión, se lamentarán de la pérdida de credibilidad de los medios de comunicación, y todos se pondrán de acuerdo en que la culpa la tiene la polarización.

Ninguno se atreverá a decir que es la cobardía lo que está matando el sector.

No, lo que necesitamos no es otra guía «de transparencia y buenas prácticas».

Lo peor no es Trump. Trump hace de Trump.

Trump habla a bordo del Air Force One a su regreso de una visita de Estado.

Trump habla a bordo del Air Force One a su regreso de una visita de Estado. Kevin Lamarque Reuters

Lo peor es el coro que aplaude y la caterva que calla convencida de que, si guarda silencio, quizá la guadaña pase de largo. Como si la historia tuviera por costumbre premiar la prudencia de los tibios.

Mientras tanto, no se te ocurra sugerir en un programa de comedia (más bien mediocre, por otro lado) que se está politizando la muerte de Charlie Kirk. Porque quizá los mismos políticos a los que criticas aprovecharán la coyuntura para cerrarte el chiringuito. Así dejarán bien claro que, por supuesto, no se está instrumentalizando un homicidio.

Y al que se le ocurra sugerirlo se le mandará al paro.

Make America Great Again resulta era la misma historia, pero con distinto villano. No es digno decir que no se sabía lo que se nos venía encima.

Y todo esto en nombre del asesinato de una persona que hizo carrera dialogando con todo el que pensaba de manera diferente.

Es difícil ser más cínico.