Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Los competidores de Kimmel se han solidarizado con él frente a Trump; en España ha ocurrido lo contrario. Buena parte de los periodistas prefirieron solidarizarse con el gobierno y en contra de sus colegas

Hay que reconocer la habilidad de la izquierda, no en España sino en todo el mundo, para cambiar el eje de los debates que le resultan incómodos. El despido del humorista Jimmy Kimmel y la ola de solidaridad que ha levantado entre sus colegas es un ejemplo de ello. En apenas unos días han conseguido que el mártir de la libertad de expresión ya no sea Charlie Kirk sino Jimmy Kimmel. Al parecer un despido es mucho más grave que un disparo. ¡Dónde va a parar la diferencia entre que te quiten un programa de televisión o que te quiten la vida!

Entre los más preocupados por los ataques del trumpismo contra los medios críticos están los mismos periodistas españoles que callan frente a los ataques de Sánchez a los medios de comunicación. Hace unos meses se manifestaban ante el Congreso para pedir la expulsión de Vito Quiles y otros gamberros mediáticos de la derecha. Ya sabemos cómo acabó aquella historia: en un ridículo monumental en el que los promotores de la cancelación acabaron siendo víctimas de su iniciativa. Es lo que suele ocurrir cuando se ataca la libertad.

Hace mucho tiempo que no piso los pasillos del Congreso de los Diputados, pero recuerdo que cuando lo hacía como Secretaria de Estado de Comunicación me parecían un lugar bastante salvaje donde no se respetaban los más elementales códigos de conducta en las relaciones entre los políticos y los periodistas. No eran pocos los profesionales que me daban la razón, pero solo en conversaciones muy reservadas, no fuera a ocurrir que alguien les acusara del terrible pecado de coincidir con un gobierno de derechas. Ya en aquellos tiempos había activistas que utilizaban el periodismo para la agitación política, pero a nadie se le ocurrió proponer medidas de restricción de su actividad. Formaba parte del juego democrático que el político de turno aceptara su presencia y sorteara sus preguntas de la manera más hábil posible.

Cuando los periodistas parlamentarios –esos que en su fiesta anual nunca premian a los diputados del PP y menos aún de Vox– pidieron restricciones, pensé para mí: «¡Cómo han cambiado los tiempos!». Después de haberse tragado sin pestañear los plasmas de Sánchez, las convocatorias sin preguntas, los desplantes de los portavoces y el apartheid informativo contra los colegas que no tienen la suerte de trabajar en medios afines al gobierno, ahora pedían limitaciones a la libertad de información. ¡Vivan las cadenas!

Los competidores de Kimmel se han solidarizado con él frente a Trump; en España ha ocurrido lo contrario. Buena parte de los periodistas prefirieron solidarizarse con el gobierno y en contra de sus colegas cuando empezaron a florecer los innumerables casos de corrupción. ¿Se acuerdan del manifiesto Intxaurrondo? Para ellos la libertad de expresión, si se dirigía contra Sánchez, no era más que una «campaña de bulos, falsedades y acoso que atenta contra las bases de la democracia parlamentaria y el Estado de Derecho». Ni la portavoz de Trump, esa entusiasta Karoline Leavitt, lo hubiera expresado con mayor empeño y fervor.

A Jimmy Kimmel, le han quitado su programa y la gente lo considera un atentado a la libertad de expresión. Aquí Sánchez llegó al poder y a la semana El País había despedido a todo el equipo de Antonio Caño. Pero aquello, por lo visto, no era un ataque a la libertad de expresión sino un homenaje a la libertad de empresa.