Rafael Pampillón-El Debate
  • El capitalismo de Estado de Trump no es un proyecto de desarrollo sostenible, sino un experimento de alto riesgo

Hace años, los expertos sostenían que, a medida que China se liberalizara, su economía acabaría pareciéndose a la de Estados Unidos. Sin embargo, ha ocurrido lo contrario: el capitalismo en EE. UU. empieza a parecerse al de China. Aquí van algunos ejemplos:

  1. Trump obligó a dimitir al director de Intel, uno de los mayores fabricantes de chips del mundo, y el gobierno federal compró el 10 % de la empresa.
  2. Washington exigió una acción de oro (derecho de veto) en U.S. Steel para permitir su compra por la japonesa Nippon Steel.
  3. Trump afirma haber conseguido compromisos de empresas y gobiernos extranjeros para invertir 1,5 billones de dólares en Estados Unidos, y dice que él mismo supervisará desde la Casa Blanca cómo se cumplen esas promesas.
  4. Además, lleva tiempo orientando a las empresas hacia la producción nacional para fomentar la relocalización de industrias clave.
  5. En julio de 2025, impuso un arancel universal del 10 % a todas las importaciones, con tasas de hasta el 50 % para productos indios y brasileños. Esto refleja una política proteccionista extrema.
  6. Por último, desmanteló el Departamento de Educación y eliminó la ayuda humanitaria internacional (USAID), sin contar con el Congreso.
  7. Trump presiona constantemente a los medios de comunicación, censurando comediantes críticos, debilitando sátira televisiva y limitando libertad de expresión.

Esto no es socialismo, donde el Estado posee los medios de producción, sino más bien capitalismo de Estado: un híbrido entre socialismo y capitalismo en el que el Estado orienta las decisiones de empresas nominalmente privadas.

Es cierto que el sistema de mercado y la globalización han mostrado sus debilidades. El desempleo entre las clases medias, las deslocalizaciones industriales, la dependencia de componentes y de tierras raras chinas y la falta de inversión en sectores estratégicos dejaron en evidencia que en EE. UU. el modelo estaba fallando.

Como respuesta, Trump se dedica a practicar el intervencionismo. Con un estilo personalista y agresivo, ha convertido sus medidas económicas en espectáculo y ejerce presión sobre las empresas, utilizando el Estado como herramienta de control.

El problema del capitalismo de Estado

La historia demuestra que, cuando el Estado pretende asignar u orientar el capital de forma centralizada, fracasa. Peor aún: Trump utiliza el aparato estatal para hostigar a medios y empresas críticas, mientras premia a quienes le apoyan.

Como consecuencia, la confianza se erosiona. El populismo convierte la intervención en capricho y siembra un entorno volátil. Para las empresas, la incertidumbre política resulta letal porque bloquea la toma de decisiones. El guion se repite: discurso del pueblo contra las élites y políticas que frenan el crecimiento. Estados Unidos ha adoptado ese modelo.

En la última década, EE. UU. ha disparado su deuda pública superando el 125 % del PIB. La política fiscal de Trump la ha agravado con recortes tributarios y más gasto en defensa y subsidios a la industria de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón). Esto ha dañado la percepción sobre la estabilidad del país.

El espejo chino

Trump encarna la lógica populista: proteccionismo comercial, desprecio a las instituciones y uso arbitrario del poder. El capitalismo de Estado chino es distinto: funciona con disciplina centralizada desde Pekín, con una burocracia sometida al Partido Comunista. En Estados Unidos no existe esa estructura: todo descansa en el liderazgo presidencial. De ahí que el experimento estadounidense sea imprevisible.

Mientras Xi Jinping presenta a China como defensora de un multilateralismo alternativo, Trump adopta una estrategia casi mafiosa: exige lealtad y reparte favores inciertos. La paradoja es que, aunque ambos erosionan el orden liberal global, lo hacen por caminos distintos.

El talón de Aquiles: el empleo

Los datos recientes del mercado laboral americano muestran una situación preocupante, rompiendo la narrativa de un crecimiento robusto. Los sectores más afectados fueron precisamente aquellos que Trump prometió revitalizar.

Manufactura, construcción, energía y minería encabezaron las pérdidas, con una caída combinada de 25.000 empleos. El golpe es doble: económico y político, porque debilita la base social que sostenía el discurso del renacimiento industrial. El mercado laboral, lejos de ser un terreno de triunfo, se convierte en recordatorio de los límites del populismo económico.

Un experimento de alto riesgo

El capitalismo de Estado, en apariencia, ofrece protección frente a un mercado salvaje. En la práctica, genera ineficiencia y arbitrariedad. Y, cuando se combina con el populismo, su potencial destructivo se multiplica.

En conclusión, el capitalismo de Estado de Trump no es un proyecto de desarrollo sostenible, sino un experimento de alto riesgo. Si las instituciones no corrigen esta deriva, el país podría pagar un precio más alto de lo que sus ciudadanos imaginan. Y si este modelo se perpetúa, podríamos hablar de otra «generación perdida», en alusión a los escritores estadounidenses de principios del siglo XX –como Hemingway, Fitzgerald o Steinbeck– que abandonaron su país. Solo que esta vez no serían novelistas, sino emprendedores y científicos quienes emigrarían por no encontrar su lugar en Estados Unidos.

  • Rafael Pampillón Olmedo es catedrático en la Universidad CEU San Pablo y en IE University