Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- Este método de elección desemboca en cuadros tan deprimentes como el cuarteto del Peugeot
Las colectividades humanas que viven en forma de sociedades políticamente organizadas esperan de sus gobernantes, elegidos democráticamente o autocráticos, que resuelvan los problemas derivados de su existencia en común, cuestiones tan dispares como la seguridad, la salud, el cumplimiento de los contratos, la justicia, la educación, el transporte, la defensa, o el suministro de recursos básicos como los alimentos, el agua o la energía, por citar unos cuantos relevantes. Aunque algunos creemos que la base de la prosperidad, la estabilidad y el crecimiento de las naciones es la libertad y que un excesivo intervencionismo del Estado suele traer más problemas que soluciones, es innegable que, más allá de fantasías anarco-libertarias, un cierto grado de acción pública es necesario para el desarrollo armónico, pacífico y satisfactorio de nuestra especie una vez superada la etapa imaginaria del buen salvaje solitario y autosuficiente.
Desde esta perspectiva, los ciudadanos aspiran a que aquellos a los que confieren autoridad a través de las urnas o que simplemente la toman por la fuerza en las dictaduras les faciliten su discurrir en el mundo y puedan pasear por las calles sin ser asaltados, ir a comprar a un mercado y encontrar productos abundantes y variados a un precio razonable, tener empleos dignos, albergarse bajo un techo con aceptable comodidad y disfrutar de luz, calor o frío al pulsar un interruptor. Se trata del sobado tema de la legitimidad del poder, por su origen o por su ejercicio. Así, el origen del poder de Pedro Sánchez es legítimo, unas elecciones limpias seguidas de la configuración de una mayoría parlamentaria, pero el ejercicio de sus competencias le ha sumido en la ilegitimidad más flagrante. Girando a un personaje de nuestra reciente historia, el general Franco, la legitimidad de su suprema magistratura no fue democrática ni pacífica, pero los resultados de sus largos años de mandato en los que las libertades políticas brillaban por su ausencia en términos de crecimiento del PIB y de la renta per cápita, creación de una amplia clase media laboriosa y productiva, baja criminalidad, alfabetización de la población, austeridad de la administración, construcción de viviendas asequibles, electrificación y atemperado nivel de corrupción, hicieron que millones de españoles le prestasen su concurso explícito o tácito, muriese a edad provecta en su lecho y las colas para rendir homenaje a sus restos fuesen de centenares de miles de personas.
En esta etapa oscura y decepcionante de nuestra historia los españoles padecemos una hornada de gobernantes en los planos local, regional y nacional, con las honrosas excepciones que procedan, que manifiestan en su ejecutoria una incompetencia evidente. Trenes que no circulan o que experimentan retrasos ofensivos, clasificación de nuestros estudiantes de primaria y secundaria en las evaluaciones internacionales en cotas sonrojantes, epidemias devastadoras pésimamente gestionadas, incendios forestales arrasadores debidos a una muy insuficiente prevención, un desempleo juvenil doble de la media de la UE, un déficit disparado y una deuda pública asfixiante, una inmigración irregular masiva incontrolada, una justicia de lentitud exasperante, un esfuerzo fiscal de particulares y empresas confiscatorio, inundaciones catastróficas debidas a políticas medioambientales absurdas, un apagón generalizado consecuencia de un mix energético erróneamente planteado, escasez de agua en determinadas áreas por falta de un plan hidrológico racional de alcance nacional, violadores a la calle por torpeza legislativa, mujeres maltratadas desprotegidas por negligencia ministerial y así podríamos seguir añadiendo ejemplos a cual más lacerante.
Trapicheos y corruptelas
Con este triste panorama ante los ojos, cabe preguntarse por las causas de esta anómala abundancia de ineptos en parlamentos y gobiernos de nuestro país. Hay dos que surgen de inmediato a poco que se analice el asunto. La primera es que la combinación de un sistema electoral proporcional de listas cerradas elaboradas por los jefes de partido y grandes circunscripciones produce una clase política en la que el ascenso a las máximas responsabilidades no viene determinado por la preparación, solidez moral, experiencia y mérito, sino por la adulación al líder y la habilidad en la intriga de pasillos. Este método de elección desemboca en cuadros tan deprimentes como el cuarteto del Peugeot, un portero de discoteca semianalfabeto, un maestro de primaria lujurioso, un técnico electricista tramposo y un falso doctor en economía financiado por los réditos del negocio más antiguo del planeta. ¿Qué podía salir mal?
La segunda es la mentalidad de nuestros políticos que entienden mayoritariamente su cometido como el arte o la técnica de ganar elecciones y no como lo que debería ser, la promoción de un sistema de valores y de una concreta visión antropológica y ética que se materialice en un programa normativo y de gobierno. Dedican casi todo su tiempo a las conspiraciones de partido, a neutralizar a sus posibles rivales internos, a mentir y a enmascarar sus verdaderos propósitos, a desacreditar a sus adversarios electorales percibidos como enemigos y en no pocos casos a forrarse mediante maniobras obligadamente ilícitas. Como es lógico, su atención a la gestión de los asuntos corrientes y no digamos a las estrategias a largo plazo es muy escasa, urgidos como están por sus trapicheos, sus corruptelas, la fabricación de su imagen y la urdiembre del consabido “relato”. La consolidación de unas elites políticas formadas por personalidades honradas, académicamente densas, cultas, intelectualmente dotadas, nobles de espíritu, expertas en las materias a su cargo, patriotas y con sincera vocación de servicio, no es un logro que se pueda alcanzar de la noche a la mañana. Requiere generaciones de ciudadanos con acceso a centros de educación de calidad, madurados en una red de instituciones inteligentemente diseñadas y bien asentadas, imbuidos de tradiciones probadamente beneficiosas para la mejora social e impregnados desde la cuna tanto en el entorno familiar como en las aulas de una cultura y una axiología que les impulse a situarse preferentemente en el lado del bien y la verdad. Para nuestra desgracia, en España nos queda un dilatado camino que recorrer hasta esa meta. Ojalá las próximas elecciones generales sean un primer paso en esta enaltecedora dirección.