Ignacio Camacho-ABC
- El PP aborda su relación con Vox desde el postureo táctico, pero se trata de un problema estratégico mucho más complicado
Las encuestas de esta semana –y las que vendrán porque la tendencia no va a cambiar a corto plazo– han abierto en el PP el debate sobre la relación con Vox, al ver que no está funcionando la idea de comprarle el marco programático rebajándole unos cuantos grados. Eso le puede ir bien a Ayuso pero a Feijóo le saca de su sitio natural y le obliga a moverse a contramano de su carácter moderado. El problema es de difícil solución, porque el desparrame sanchista beneficia al rival que propone respuestas radicales en sentido contrario, de tal modo que la primera condición para abordarlo es entender que se trata de una cuestión estratégica de ámbito mucho más amplio que el superficial postureo táctico. El gran desafío de los partidos sistémicos consiste en encontrar la manera eficaz de defender la institucionalidad en medio de una atmósfera de polarización y choque frontal de bandos donde la política populista encuentra su hábitat apropiado.
Aznar aconsejó hace tiempo la fórmula Ben Gurión, aplicada por el líder sionista cuando los judíos se enfrentaban a la vez a los alemanes que pretendían su exterminio y a los británicos que controlaban el territorio palestino. Combatir a los primeros como si no existiesen los segundos y a los segundos como si no existiesen los primeros, sin perder de vista el verdadero objetivo. Para eso la derecha convencional debería olvidarse de hipotéticas alianzas ‘a posteriori’ y centrarse en sus propios principios, en la alternativa que ofrece al país para desalojar –no para heredar– al sanchismo. Y marcar diferencias con la formación que le disputa el espacio, no acercarse a ella dando al electorado la impresión de que su proyecto es más o menos el mismo. Al PP le falta un relato, un método y un equipo en los que los españoles reconozcan la solvencia suficiente para merecer la condición de favorito que sigue conservando a pesar de sus bandazos continuos.
A Vox, en cambio, le basta con dejarse llevar por el viento de múltiples circunstancias favorables. El hartazgo ante los excesos ‘woke’, la corrupción rampante, la creciente preocupación por el aluvión migratorio o las dificultades de vivienda y trabajo de la juventud han puesto en crisis el bipartidismo en todas partes. Y a esto suma un excelente manejo de los mensajes bajo radar –xenofobia incluida– en los entornos digitales. Un discurso arriscado, a menudo extremista, le permite rentabilizar sin gran esfuerzo el acusado desgaste de Sánchez, quien a su vez utiliza la progresión de Abascal como espantajo para tratar de sacar de la abstención a sus votantes decepcionados y atrapar en una pinza a los populares, que han de batirse contra todos con riesgo de no contentar a nadie. Aun así están en clara ventaja, pero tendrían ya una mayoría consolidada a su alcance si fuesen capaces de conectar las responsabilidades de Estado con el malestar de la calle.