- Para escurrir el bulto de los asuntos domésticos que comprometen judicialmente a su familia y sus colaboradores directos en el PSOE y en el Gobierno, Sánchez usa la palabra «genocidio»
Como «Noverdad» Sánchez, émulo de aquel bolchevizado Largo Caballero que «actuó como hoy queremos actuar nosotros», se ha convertido en una parodia de sí mismo, puede espetarles a los periodistas: «Tengo que decirles la verdad, como siempre». La anécdota sucedió el viernes en la rueda de prensa en La Moncloa con el canciller alemán Friedrich Merz, quien le soltó las verdades del barquero sobre Gaza y el reconocimiento del catalán en la Unión Europea. Cogobernando con los socialdemócratas, lo de Merz tiene mérito en unos tiempos en que se sublima lo banal y las ideas se suplen con ocurrencias de quita y pon cocinadas por asesores duchos en decir una cosa y su contraria a desmemoriadas audiencias.
Claro que, en Sánchez, la verdad es siempre sospechosa porque ni siquiera puede recurrir a aquel «leed en mis labios» de Bush padre para vencer el escepticismo electoral sobre la bajada fiscal. Por eso, echa mano de una extenuante propaganda que su nutrida acorazada mediática repite a todas horas como en la distopia orwelliana del «Gran Hermano», incluidos los minutos de odio que encizañen la convivencia satanizando al adversario/enemigo y sometiéndolo a una espiral de silencio que les cierre la boca.
Así, cuando la bandera de la regeneración apesta a corrupción, cuando el feminismo es puterío, cuando la protección de la mujer es suelta de violadores o las pulseras antimaltrato dejan indefensas a las amenazadas mientras se derrocha el dinero en campañas de «¡manda huevos!», cuando los servicios públicos abandonan a su suerte a la ciudadanía fiados a ineptos con carnet de partido, cuando se sabotean los engranajes del estado de derecho o cuando se pone en almoneda la nación con un «cesionismo» que acerca al separatismo a la meta final… , un Sánchez a la desesperada se aferra al poder montando su guerra… en Gaza, importándola a España y reeditar desde el Consejo de Ministros el «No a la Guerra» que la izquierda promovió en 2003 contra Aznar desde la oposición. Como ayer reincidió Sánchez en la Fiesta de la Rosa del PSC para agudizar la polarización y perpetuarse en el Gobierno desactivando a una oposición enredada como un gato con una madeja por no saber llamar a las cosas de forma diferente al marco de relato impuesto por la izquierda.
Echa mano de una extenuante propaganda que su nutrida acorazada mediática repite a todas horas como en la distopia orwelliana del «Gran Hermano»
Para escurrir el bulto de los asuntos domésticos que comprometen judicialmente a su familia y sus colaboradores directos en el PSOE y en el Gobierno, Sánchez usa la palabra «genocidio» –banalizando el holocausto judío– para que signifique, como para el personaje de Humpty Dumpty en «Alicia a través del espejo», lo que él quiere «ni más ni menos», mientras la evita para una Rusia que protagoniza una guerra no declarada contra el Viejo Continente a la que golpea híbridamente mientras afirma su bota en la invadida Ucrania. Una ofensiva avalada por un gigante chino que coloniza España a marchas forzadas: bien controlando sus sistemas de escucha policiales con Huawei que reporta al Partido Comunista, bien adentrándose en su comercio electrónico con AliExpress. Todo ello con Zapatero haciéndose de oro junto a quienes saben poner Acento a los negocios del poder aun a riesgo de que el expresidente figure en la lista negra de EEUU por su ligazón con el cártel de los soles del dictador Maduro.
Ante la presbicia del sanchismo que distingue con minuciosidad lo que le queda a trasmano y no atina a ver el bulto que tiene ante sus ojos, la oposición no debiera dejarse enmarañar con la reposición del «No a la guerra» por quienes anhelan ganar la suya manipulando el litigio de Gaza en detrimento de sus habitantes a los que se orilla desde que Hamás domina la Franja. El canciller Merz lo explicó muy bien al referir que un pueblo como el suyo culpable del mayor holocausto de la historia no puede propiciar el antisemitismo de terceros países bajo organizaciones comunistas en cuyo nombre se han asesinado más personas en la historia de la humanidad y se sigue haciendo. Aquí nadie es lo que parece. Si expresidente francés Mitterrand ironizaba durante la Guerra Fría en que «nosotros tenemos los pacifistas y los soviéticos tienen los misiles», ahora los supuestos redentores esclavizan al pueblo palestino retroalimentando los crímenes de lesa humanidad de Netanyahu con su ley del talión tras la matanza de hace dos años.
A ese propósito se suman los añorantes de la guerra fría y los «soldados del amor» del «No a la guerra» con su común guerracivilismo y su empeño en hacer realidad el delirio confeso que transmitió el escritor José Bergamín abrazado a ETA a Fernando Savater: «Desengáñate, la solución es otra guerra civil y que esta vez ganen los buenos». Así, notorios apologistas de Podemos, cuyo programa ha asumido el sanchismo como Largo Caballero sovietizó el PSOE erigido en el «Lenin español», equiparan a Gaza con el Madrid de la Guerra Civil. Así, para el cineasta Fernando León de Aranoa, «las democracias europeas dan hoy la espalda a Gaza del mismo modo que hace sólo 90 años esas mismas democracias dieron la espalda al gobierno legítimo de la República Española».
Una ofensiva avalada por un gigante chino que coloniza España a marchas forzadas: bien controlando sus sistemas de escucha policiales con Huawei
Más allá del elogio de Aranoa a Álvarez del Vayo, expulsado del PSOE para luego ser rehabilitado por Zapatero, pese a fundar el grupo terrorista FRAP en el franquismo, quizá convenga recordar que Churchill catalogó aquella «República sin republicanos» de «réplica perfecta del período de Kerenski en Rusia» con «la creciente degeneración del régimen parlamentario español y la fuerza de la revolución comunista en marcha». Tanto que, al inquirirle la escritora Eleanor Roosevelt, esposa del cuatro veces presidente de EE.UU., «¿por qué no hicimos más para ayudar a los antifascistas durante la Guerra Civil?», quien plantó batalla al nacionalsocialismo ante una opinión pública encantada con la política apaciguadora de Chamberlain le replicó: «Porque a usted y a mí nos hubieran cortado la cabeza si hubieran ganado».
Para ocultar esa obviedad, hay sanchistas -singularmente ese energúmeno dizque ministro Puente- que se ha lanzado al cuello de Felipe González. «¿De verdad usted -preguntó el refundador del PSOE socialdemócrata- no quiere que maten a niños y a mujeres y no sé qué de la Franja de Gaza, que es intolerable? ¿Por qué no suelta a los rehenes? ¿Cuál es la razón después de los 1.400 muertos?¿Quiere quitarle totalmente la razón a Netanyahu? Muy bien: suelte a los rehenes».
Pero la prioridad de Hamás y de los nostálgicos del Telón de Acero es finiquitar la nación judía y, a la sazón, única democracia de la zona. De ahí que reventaran los acuerdos de Abraham de Israel con varios países árabes con la masacre del 7 de octubre de 2023. Como se decía de Yasser Arafat, incapaz de llevar a cabo la paz que firmó con Israel por miedo a ser asesinado por los suyos, hay quienes jamás desaprovechan la oportunidad de desaprovechar una oportunidad.
Para ocultar esa obviedad, hay sanchistas que se ha lanzado al cuello de Felipe González
En esas circunstancias, la causa palestina sirve para pescadores de aguas revueltas y oportunistas como Sánchez que hacen bandera de Gaza –como lo intentó con Ucrania de la que se desmarca pasito a pasito– para sustituir a aquellas otras que hoy lo retratan. Para este menester, Sánchez rescata al Rey del ostracismo internacional al que lo ha relegado este septenio. Lo ha hecho con el último viaje a Egipto donde Felipe VI tuvo una ocasión inmejorable de conocer de por qué este país y otros árabes son reacios a reconocer el Estado de Palestina cuando la ONU ofreció esa posibilidad en 1947, y lo hará en esta Asamblea Anual de la ONU. A tiro de escopeta se ve, el engaño de quien habla de genocidio en Gaza, mientras ejecuta el democidio de España.