Chapu Apaolaza-ABC

  • Imagino que hubieran violado a cientos de mujeres hasta matarlas

Alguien pedía hace unos días que imagináramos que Gaza era el País Vasco y que, después de un atentado, el Gobierno hubiera bombardeado San Sebastián para terminar con el comando Donosti. Yo imagino que Gaza hubiera sido Euskadi, que hubieran matado a Gregorio Ordóñez y hubieran exhibido su cadáver, arrastrado entre masas enfervorecidas al grito de ‘Gora ETA’. Que hubieran entrado a Burgos por Miranda de Ebro y hubieran asesinado a 1.200 personas y herido a otras miles. Que les hubieran cortado la cabeza con azadas, que hubieran matado a sus hijos delante de sus propios ojos, que los hubieran quemado vivos en los refugios en los que se resguardaban. Que hubieran grabado sus muertes mientras sonreían y daban vivas, y que las hubieran colgado en retransmisiones en directo en las redes sociales. Que hubieran entrado en un festival de música por la paz y hubieran matado a 400 participantes mientras intentaban huir, que hubieran ametrallado los cuartos de baño portátiles, lanzado granadas en las habitaciones. Que hubieran violado a cientos de mujeres hasta matarlas, que hubieran amputado sus órganos sexuales. Que miles de civiles de zonas cercanas a Burgos hubieran entrado a su vez en los pueblos limítrofes a llevarse las cosas de los muertos, a robar cuerpos, a rematar a los moribundos y robarse los triciclos de los niños recién huérfanos.

Que durante décadas hubieran estado lanzando cohetes a las zonas residenciales aquellas regiones que hubieran tenido que protegerse con sistemas antimisiles. Que durante años se hubieran preparado para acuchillar, disparar o hacerse saltar por los aires y matar al mayor número de personas. Que ese día del atentado hubieran secuestrado a decenas de hombres, niños, ancianos y mujeres, que a ellas les hubieran cortado los talones para que no escaparan y las pasearan descoyuntadas en la parte de atrás de las furgonetas mientras la masa de Bilbao les escupía y agredía con piedras y palos. Que durante dos años de cautiverio hacinados en zulos hubieran matado a la mitad y negociaran con entregar sus cuerpos. Que no les hubieran dado acceso a tratamientos médicos, que los dejaran ayunar hasta pesar cuarenta kilos. Que los hubieran obligado a cavar sus propias tumbas mientras los grababan con sus teléfonos. Que, ante la respuesta del Ejército español, hubieran utilizado a sus propios civiles como escudos humanos y los hubieran dejado masacrar. Que hubieran disparado sus cohetes y asentado sus cuarteles debajo de hospitales, escuelas y guarderías y hubieran convertido sus ciudades en campos de batalla mientras ellos se escondían en quinientos kilómetros de túneles construidos con los miles de millones que recibieron para desarrollar el país. Que se hubieran robado la comida y el agua de la ayuda humanitaria para revendérsela a la población famélica sobre la que ellos mismos dispararan. Que hicieran manifestaciones en su apoyo en las universidades, que se dijera que lo hacían en legítima defensa y que todo el resto del mundo portara ikurriñas por la liberación del pueblo vasco.