Ignacio Camacho-ABC

  • Agresores favorecidos por un bodrio jurídico y miles de víctimas pendientes de un artilugio fallido. Está todo dicho

Mienten. De nuevo. Como siempre, más bien, porque desde que el populismo despenalizó la mentira los políticos la han convertido en un hábito. Y el último engaño de este Gobierno consiste en afirmar que se enteró del fiasco de las pulseras antimaltrato por la memoria del fiscal cuando el Consejo General del Poder Judicial había advertido ya varias veces al ministerio del ramo. El de Igualdad, vaya por Dios, el mismo –aunque con distinta responsable– que se cubrió de gloria con la ley que liberó o rebajó la pena a cientos de agresores sexuales condenados. El de la banda de la tarta, el juguete que Pedro regaló a la mujer y las amigas de Pablo para que convirtiesen el feminismo más radical y estrafalario en una política de Estado.

Pulseras que se venden en Aliexpress y Alibaba, madre del amor hermoso: hay nombres parlantes que lo dicen todo por sí solos. Y cuando los dispositivos empezaron a fallar, primero por la pérdida de datos derivada del cambio de operador y luego por defectos funcionales crónicos, hicieron oídos sordos. Los jueces de violencia de género se hicieron eco de las denuncias y las transmitieron al correspondiente observatorio, que a su vez hizo llegar los testimonios a la nueva ministra del PSOE, Ana Redondo. Durante meses, quizás años, los portadores del aparato lo han gestionado solos –alguno hasta lo apagó para irse a la playa– añadiendo al sufrimiento de las víctimas un plus de inseguridad psicológica y oprobio.

Podían pedir perdón al menos. Asumir responsabilidades, un concepto que en política se interpreta dimitiendo, por la letal mezcla de decisiones incompetentes y errores chapuceros. Pero estas minervas nunca se equivocan; cómo van a hacerlo si están por definición en el lado correcto, el de la infalibilidad moral que proporciona el bando del progreso. Se trata de bulos de los medios o hipérboles tendenciosas de esos magistrados fachas empeñados en zancadillear al Ejecutivo más feminista que han visto los tiempos. Y en su criterio tampoco engañan porque la ocultación y la falsedad son su único rasgo verdadero, el sello de legitimidad que certifica la denominación de origen de sus métodos.

Irene Montero es hoy europarlamentaria y dedica algunos domingos a participar en sabotajes callejeros filopalestinos. Ana Redondo tuvo su momento de gloria en el Congreso con aquellos gritos –«¡¡vergüenza, vergüenza!!»– contra un diputado que había atacado a Begoña Gómez, delito de leso sanchismo. La primera pasará a la historia por el bodrio jurídico que el presidente aceptó transformar en disparate normativo. La segunda, de momento, por el más absoluto vacío. Ése es el balance de los últimos seis años en una cartera creada para combatir el machismo. Con el siniestro estrambote de más de cuatro mil mujeres en vilo, pendientes de unos artilugios fallidos a la venta en cualquier telebazar chino. Está todo dicho.