El presidente del Tribunal Constitucional no debiera promover una discusión de taberna en el mismo tono y lógica que los hinchas del nacionalismo.
Le puedo disculpar a Jiménez de Parga que saque el tema de los surtidores de Granada como un «rebote» ante la prepotencia étnico-histórico-cultural de los nacionalismos periféricos españoles. Lo que no puedo disculpar es que haya llevado el debate al terreno de los nacionalistas: al absurdo y criminógeno terreno de lo étnico-histórico-cultural. A un terreno en donde no se encuentra ninguna solución de convivencia, al terreno de juego que marcaron las comunidades balcánicas hace tan pocos años. Lo que debiera haber planteado, al revés, más que desahogarse personalmente, es el marco único y posible de la convivencia que constituye la Constitución.
Ya sé que las personas de edad tienen el privilegio consentido de decir, como los niños (y Rodríguez Ibarra), lo que piensan en cada momento. Pero en el caso del presidente del Tribunal Constitucional no debiera promover una discusión de taberna en el mismo tono y lógica que los hinchas del nacionalismo. Es verdad que un señor ya mayor, andaluz, que alentó la democracia y la autonomía catalana, antifranquista (no como tantos otros que salen ahora, que si tantos hubieran sido Franco no acaba su caudillaje por muerte natural), harto de estupideces nacionalistas, a las que muchos «progres» le ríen la gracia -rh negativos, soberanía originaria, derecho de autodeterminación, cuestión de carácter, etc- queriendo sacarle la cara a Andalucía, que es histórica, qué menos, arme la marimorena por usar el plano y el tono que usan los nacionalistas: el prejuicio, el peso del historicismo, la exaltación enfermiza de lo propio o de lo inventado como propio.
Estos debates historicistas no conducen a nada. Quizás porque en los últimos tiempos en España no hemos podido discutir de política, parece más culto discutir de historia sin tener ni idea, discutir de unos prejuicios que no son historia. Estos debates no conducen a nada que no sea el conflicto civil. Infantilizan el debate político y lo llevan a un callejón sin salida que es lo que en Euskadi ha sucedido (la interpretación nacionalista de la Romanización, de la Reconquista, de los conflictos y hechos posteriores, no tiene nada que ver con lo científicamente avalado por la historia).
Para verse donde se mete Jiménez de Parga podríase recordar la interpretación de España de Pierre Vilar que la hacía surgir como resultado de la Reconquista, por lo que la valoración positiva de la civilización árabe en Andalucía de Jiménez de Parga se pone en contradicción con la España actual. Por el contrario, pone en valor a los que no se bañaban, -todavía muchos no se bañan lo necesario-, que reconquistaron España, los originarios españoles entre los que se encuentran los vascos. Por aquí no llegamos a ningún resultado político positivo.
Este tipo de lógica y de discurso es el que le va a Ibarretxe, en el que determinados hitos historicistas, mitos o prejuicios esculpidos por la propaganda desde la Administración en el imaginario colectivo, como el de la «soberanía originaria» de los vascos, predetermina toda consulta a los vascos para que decidan su propio presente y futuro. Si la «soberanía originaria» de los vascos es un derecho histórico ninguna consulta popular tendrá validez (por eso ya no valen ni la consulta constitucional ni la del Estatuto) hasta que se dé el resultado del derecho que es la soberanía. Con está lógica se podría evitar incluso el referéndum, cosa que tiene claro ETA, porque es un derecho, pero es que con referéndum parece más democrático.
Por eso darle importancia y autoridad a cuestiones históricas, culturales y étnicas, que para colmo suelen ser falsas, porque no hubieran dado como resultado esta realidad política que quieren los nacionalistas subvertir, e incluso aunque no lo fueran, es alejarnos de la lógica racionalista del constitucionalismo liberal que es el único que ampara la convivencia democrática. Y aunque el señor Jiménez de Parga esté harto de tanta falsedad nacionalista, a la que mucho izquierdista le hace la ola, no puede entrar en el juego y llevar el debate al terreno de los hinchas del nacionalismo dejándose llevar de otros prejuicios, que todos los tenemos, pero que son para otras cuestiones como el fútbol.
Por eso resulta muy meritorio el discurso de los intervinientes en el mitin de la Casilla de Bilbao organizado por Basta ya!. Porque estando ciertamente hartos de verse agredidos en su dignidad como personas y ciudadanos, no sólo no entraron en el debate de taberna ni en la provocación, sino que reivindicaron los aspectos fundamentales de la Constitución. Los que permiten la convivencia, no sólo para ellos sino para los que les agreden o quieren convertirlos en aprátidas. La Constitución es una cosa tan seria que lo último que se puede hacer con ella es llevarla a un debate en clave nacionalista, es decir, irracional.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS del País Vasco, 31/1/2003