Diego Carcedo-El Correo

  • El paréntesis de tranquilidad relativa en que desembocó la Guerra Fría se ha agotado las amenazas vuelven a donde solían

Puede asegurarse que la mayor parte de la humanidad sueña con la paz, el bien más valorado por la inmensa mayoría, pero la realidad es que no nos rendimos a la tentación de la guerra. La Historia lo recuerda: las ambiciones de poder y el odio son sin duda las principales razones que la explican por mucho que se buscan otros argumentos para justificarla. Lo estamos viviendo estos días en que la posibilidad de algún estallido bélicos se está multiplicando y en varias latitudes.

Hay dos, aunque no los únicos, que despiertan mayor inquietud tanto por la proximidad geográfica como por la capacidad de causar víctimas. El peligro oscila entre dos personas poderosas, y quizás por eso más ambiciosas, que quieren alcanzar la supremacía internacional: Donald Trump y Vladimir Putin, presuntamente amigos pero en la práctica enemigos hereditarios de unas ideas que acaban propulsando el enfrentamiento. El paréntesis de tranquilidad relativa en que desembocó la Guerra Fría se ha agotado las amenazas vuelven a donde solían.

El ataque ruso a Ucrania fue una agresión que resultaba inimaginable y casi tres años después resulta inconcebible: miles de muertos y un país destruido es el balance de un anticipo de la contienda armada entre el bloque Rusia, China y Corea del Norte, con la Unión Europea escudada en la Alianza Atlántica con el liderazgo de los EE UU. Los intentos por conseguir el fin de las hostilidades no solo han fracasado, sino que se han convertido en una alerta clara de lo que parece inevitable. La agresión con drones contra Polonia, las violaciones del espacio aéreo de Estonia y Rumanía, y las maniobras militares en Bielorrusia son una provocación clara

Con la guerra en la Franja de Gaza, donde la represión contra el terrorismo de Hamas se ha convertido en una situación dramática que mezcla el odio con la venganza amenaza con una nueva contienda entre Israel e Irán y su ámbito religioso que se extiende a Líbano, Yemen o Catar, partiendo de sus avanzadillas terroristas de Hezbolá o los Hutis. El Oriente Próximo lleva muchas décadas en tensión sin perspectivas de arreglo. La constitución de un Estado Palestino, defendida por organismos internacionales y anticipada por numerosos países, tropieza con la falta de garantías de concordia que Israel, siempre respaldado por los norteamericanos, intenta asegurarse, pero sin que nadie quiera proporcionársela.

En el ambiente general que bien podría describirse como prebélico, también en América se escuchan amenazas armadas contra el narcotráfico. La Administración de Trump está actuando con su potencial bélico contra la dictadura de Nicolás Maduro y no sólo por su régimen autoritario y cruel, sino por la implicación de sus fuerzas armadas en el mercado de drogas. El Pentágono desplegó unidades militares en las costas, ha puesto precio a la captura del dictador y destruido ya tres narcolanchas con siete muertos. No se trata de una alerta de la magnitud de las que amenazan a Europa o al Próximo Oriente, pero en las actuales circunstancias ningún foco de tensión es de minimizar.