Agustín Valladolid-Vozpópuli

  • La prioridad debe ser echar a Netanyahu, pero no será factible hacer justicia al pueblo palestino sin antes conseguir que Israel recupere la calma

“He dejado claro [al Gobierno israelí] que no deben tomar represalias, y también he aclarado que nuestra decisión es la mejor manera de respetar la seguridad tanto de Israel como de los palestinos”, declaraba el lunes a la BBC Yvette Cooper, ministra de Exteriores británica, tras anunciarse que el Reino Unido había decidido reconocer el Estado palestino. Reconocimiento sí, pero que se sepa ninguna sanción. Un sermón sin penitencia. Algo así como te amonesto pero no te lo tomes demasiado en serio. Ya dejó dicho Tamayo que “la hipocresía y la culpa son hermanas gemelas”, y en el caso de Gran Bretaña la hipocresía de ahora es consecuencia de los errores cometidos en el pasado, cuando el territorio hoy en conflicto estaba bajo su control. Pero no hay desagravio completo sin rectificación.

Al gobierno de Keir Starmer le ocurre como a la mayoría de las democracias europeas: se han equivocado tanto, han mirado tantas veces para otro lado, que apenas les queda capacidad de presión. Los mandatarios del Viejo Continente, urgidos por un sector de sus opiniones públicas, han renunciado a contar la verdad a sus gobernados. Toda la verdad: que el drama palestino es también la consecuencia de décadas de abandono, de transigencia cómplice con las autocracias árabes que han financiado el terrorismo en la región y que, desde 1949 hasta hoy, han torpedeado por intereses ajenos a los del pueblo palestino cualquier opción de alcanzar una paz duradera.

La inseguridad, el maná de la ultraderecha

Ha sido con gobiernos moderados en Israel, de centro-izquierda o centro-derecha, cuando más viable se ha demostrado la solución de los dos Estados. Y ha sido precisamente el sistemático fracaso de esos intentos y la consiguiente radicalización de las posiciones, incluyendo el repunte de las acciones terroristas, los factores que en las últimas décadas han impulsado los discursos más radicales y de ultraderecha en Israel. “Desde mediados de la década de 2000, debido a este fracaso [el de los procesos de paz] y al incremento de las amenazas a la seguridad percibidas, se ha producido una tendencia constante a la baja de los partidos de izquierda y un dominio creciente de los partidos de derecha” (Israel y Palestina: reflexiones sobre el futuro y el legado de Oslo. 2025. Guillermo Escolar Editor. Págs. 238-239).

Los coordinadores y también coautores de este clarificador opúsculo, David Villar y Jordan Spencer Jacobs, nos recuerdan que mientras Hamás siga siendo la fuerza predominante en Gaza, la solución de los dos Estados es una entelequia; que hoy “las amenazas a la seguridad del país pueden llevar a la gente a buscar líderes de derecha radical que apoyen políticas agresivas”; y que, cuando a primeros de año Villar y Jacobs entregaron el libro a la imprenta, casi dos tercios de los encuestados judíos opinaban que los palestinos no tienen derecho a un Estado. Ahora, probablemente sean más.

Un atajo abominable

Se llama miedo. Es el pánico que transversalmente se apoderó de la sociedad israelí el 7 de octubre de 2023 la única explicación plausible al hecho de que una buena parte de aquellos que hoy niegan el derecho a un Estado propio a los palestinos sean los mismos que apenas un mes antes del brutal ataque de Hamás se manifestaron masivamente contra el golpe urdido por Netanyahu para controlar la Judicatura y acabar con la separación de poderes. Muchos de los que entonces se echaron a la calle, asisten entre compungidos y paralizados a la despiadada acción de su gobierno, porque, tras el masivo asesinato de compatriotas el 7-O, han llegado a la terrible conclusión de que quizá sea esta la última oportunidad que se presente en mucho tiempo de acabar con la amenaza de Hamás.

Un pueblo atrapado entre la visión de un horror indescriptible y la tentación de aceptar, desde un acrecentado sentido de pertenencia, un atajo abominable. Para nosotros europeos, cómodos observadores a miles de kilómetros de distancia del espanto, puede resultar incomprensible esa actitud, que permite compaginar vergüenza y orgullo. Y, sin embargo, es perfectamente posible, porque ya se ocupa la propaganda del infame Netanyahu, en línea con todos los dictadores que en el mundo han sido (y son), de aprovechar el creciente aislamiento internacional para debilitar todavía más la atemorizada contestación interior. Cuanto más se atiza sin matices el sentimiento anti israelí, más fuerte se hace la ultradederecha que apoya el exterminio.

A codazos en la ONU

No habrá dos Estados en tanto no cambie el gobierno en Israel. Y esto no será verosímil mientras persistan las actuales amenazas a la seguridad del país. La posición de los StarmerMacron o Sánchez, contundente frente a la barbarie de Netanyahu, pero percibida en Tel Aviv o Jerusalén como obscenamente retórica y equidistante respecto a Hamás -además de vacua e ineficaz-, no ayuda precisamente a que la opinión pública israelí provoque el vuelco electoral indispensable para dar una nueva oportunidad no ya a una paz más o menos duradera, sino a una solución final. No será factible hacer justicia con el pueblo palestino sin antes conseguir que Israel recupere la calma. Para ello, echar a Netanyahu debe ser la prioridad. Misión imposible mientras unos dirigentes atemorizados por sus opiniones públicas locales, a codazos en Naciones Unidas por una porción de protagonismo, sigan sin exigir, a lomos de su medrosa corrección política, la neutralización de Hamás y no denuncien la criminalización que algunos pretenden de todo el pueblo judío.

Bien resumido por Reyes Mate en El País: “Es sano que la sociedad se movilice contra esa guerra y se ponga del lado de las víctimas de ambas partes; que se critique a Netanyahu pero que no se jalee a Hamás, ni a lo palestino que ellos representan. En esas manifestaciones no sólo se olvida que fue Hamás quien, en un gesto suicida, provocó la guerra, sino que, para conseguir la paz, también tienen que cambiar, además de la política de Israel, muchos contenidos políticos que se esconden en las banderas palestinas que ondean los manifestantes”.