Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli

  • La reacción divergente ante la tragedia de Ucrania y la de Gaza expresa una indecente doble vara de medir

Hasta ahora había, podría decirse, dos clases de genocidio: los conocidos que escandalizan a la opinión pública, y los olvidados, como el británico de los nativos de Tasmania, el alemán de hereros, namaquas y bosquimanos en África meridional, ambos del siglo XIX, y el mucho más reciente de los yazidíes en Irak por Estado Islámico. A estas dos clases hay que añadir el de los genocidios inventados como arma política. Ucrania, viejo país europeo, tiene la mala suerte de sufrir las tres clases.

Una información selectiva e interesada

En España, el único genocidio que escandaliza ahora es el atribuido a Israel en Gaza. La opinión pública es sumergida día tras día en imágenes e informaciones de denuncia en todos los medios de comunicación de masas, casi todas de la misma fuente única: Hamás y sus aliados. Otras operaciones de exterminio de población sistemáticas, que quizás merecen la calificación de genocidio, padecen el eclipse informativo bajo el monopolio de esa masacre escogida: contra los cristianos africanos del Sahel y Nigeria, los uigures musulmanes en China, o los armenios expulsados en masa de Nagorno Karabaj por Azerbaiyán. Y hay otros casos aún más olvidados. Hay que denunciar los genocidios y detener a sus autores, sí, pero todos y no sólo los escogidos: no escasean ni escasearán, porque el siglo XXI amenaza con ser un fiel aprendiz, o más, de los genocidas siglos XIX y XX. También hay que denunciar el posible genocidio perpetrado ahora mismo en Ucrania tras más de tres años de invasión rusa, la llamada por Putin, con cínico eufemismo, “operación militar especial”.

Ucrania tiene amplia experiencia en esta forma de tragedia. Entre 1932 y 1933, por decisión de Stalin, el Holodomor mató de hambre a entre 1’5 y 12 millones de personas; la enorme horquilla de víctimas se explica porque nunca se ha podido investigar a fondo (como tampoco los genocidios perpetrados por Mao Zedong en China). El pretexto fue la colectivización de la tierra, acabando con la propiedad privada para sustituirla por enormes granjas industriales colectivas (koljoses) terriblemente ineficientes. Pero es evidente que Stalin, uno de los mayores genocidas de la historia, quiso quebrar la posible resistencia de Ucrania, la segunda república soviética de aquella falsa federación que fue la URSS.

Del Holodomor a Mariúpol

El Holodomor nunca fue investigado como genocidio porque la URSS estaba en el bando vencedor de Alemania, había sufrido su propio genocidio a manos de los nazis -para ellos los eslavos eran oficialmente subhombres asesinables en masa-, y entre los aliados nadie creyó no ya oportuno, sino siquiera imaginable pedir a Stalin responsabilidades parecidas a las de los nazis por sus crímenes contra la humanidad. También jugaba a su favor el inmenso prestigio ganado en la guerra por la Unión Soviética en las sociedades aliadas, y especialmente entre intelectuales y periodistas que se negaban a reconocer los crímenes soviéticos de lesa humanidad, denunciados por muy pocos ante la mayoritaria indiferencia u hostilidad. El maniqueísmo siempre es muy eficaz: si los nazis eran lo peor, los soviéticos que tanto habían sufrido y los habían derrotado eran lo mejor. El delito de genocidio quedó pues vinculado al nazismo aunque, en realidad, comenzara con el imperialismo decimonónico y creció con el comunismo soviético; el exterminio de clases enteras, predicado por Lenin, no está muy lejos del concepto. Lo que quiere decir que, desde su propia concepción jurídica, el genocidio pasó a ser manipulado como arma discrecional del arsenal geopolítico, denunciado en unos casos e ignorado o encubierto en otros. Así, Japón se libró de la acusación, a la que hizo muchos méritos por sus masivas atrocidades en China, porque durante la Guerra Fría no interesaba debilitar al bloque occidental; por supuesto, la URSS jamás aceptó ninguna responsabilidad por su propio y rico historial genocida, mientras acusaba de perpetrarlo a las democracias. Como tampoco Turquía por el de armenios ejecutado por su antecesor, el Imperio Otomano.

Respecto a Ucrania, en 2022 el Parlamento Europeo aprobó reconocer el Holodomor como un genocidio, sobre todo por el impacto de la nueva invasión rusa de Ucrania, acompañada de crímenes contra la humanidad masivos. ¿Cuántas víctimas hay de esa guerra no declarada? Fuentes basadas en datos documentados calculan como mínimo más de un millón entre muertos y heridos. Cálculo que puede ser un dato conservador porque aún se desconoce qué ha pasado exactamente en los territorios ucranianos ocupados por Rusia, con pruebas incontestables de matanzas de civiles y prisioneros de guerra en Mariúpol y otras localidades. Estos mismos días se han encontrado nuevas fosas comunes masivas en la Ucrania temporalmente ocupada. Además, Rusia ha secuestrado a miles de menores ucranianos que pretende “reeducar” como niños de Putin al mejor estilo soviético, que sigue intacto en la vieja Rusia, otro acto de genocidio según el derecho internacional. Lejos de eso, Putin quiso justificar la invasión denunciando un falso genocidio de ruso-hablantes a cargo del gobierno de Zelensky.

Rusia les gusta, Israel no

¿Por qué todo esto apenas causa escándalo?: por una parte, Rusia es el modelo de régimen de una amplia coalición ideológica roji-parda que en nuestro caso va desde Falange Española a la caverna de progreso de Podemos, Sumar, Bildu, ERC y compañía; además, con Ucrania falta un reactivo de simpatía como el antisemitismo, y Rusia no es Israel: genera mucho menos odio. Putin ha tenido mucho éxito normalizando una agresión bélica que no molesta a sus aliados orientales, ni a Irán, los árabes y la India de Modi. Ucrania es parte del occidente democrático, es Europa, y por eso su tragedia no conmueve a quienes no simpatizan con nosotros, critican nuestra decadencia (al estilo Vance) o prefieren vernos sometidos, comenzando por el enemigo interior. La reacción divergente ante la tragedia de Ucrania y la de Gaza expresa una indecente doble vara de medir: sólo molestan los posibles genocidios que afecten a los nuestros. En los demás casos, indiferencia, encubrimiento o complicidad. No sólo no hemos avanzado nada, sino que estamos retrocediendo a épocas prematuramente dadas por superadas. Ha vuelto la fuerza ilimitada, y para entender su lógica es mejor leer a Tucídides y Maquiavelo, o a Lenin, que al ingenuo Kant de la paz perpetua.