- Nada importa. Sánchez no gobierna, trampea. Y ahora, porque le conviene, miramos a Gaza desde una visión mentida, mientras a su mujer y a su hermano les llama el banquillo
Acaso lo más indignante de Sánchez, en su defensa del colchón de Moncloa, sea que sólo piensa en el día siguiente. Más allá, se verá cuando llegue. Y así nos va. No sigue un plan riguroso; trampea, zigzaguea. Su único plan es él mismo. En política exterior es un desastre que nos mete en todos los charcos, y en política interna se limita a favorecer a su lado del muro, a agradar a los suyos. Y no gobierna porque no puede sin la aquiescencia del prófugo. Por ahora. No entra en el fondo de las cuestiones. Cree que mandar es un chollo, y lo aprovecha.
En política interior se proclama feminista, pero se apoyó en saunas nada equívocas; redujo las condenas y puso en la calle a miles de violadores con su ley del sí es sí; desprotegió a mujeres amenazas con el fiasco de las pulseras; se rodeó de puteros de catálogo a los que defendió. Ocupa instituciones y empresas utilizándolas en su beneficio político; prescindió del Plan Hidrológico Nacional que hubiese minimizado las consecuencias de la Dana; respondió tarde y mal al grave problema del Covid, ay, aquel 8 de marzo de 2020; incumplió sus compromisos con afectados de catástrofes, los de La Palma viven en barracones. Manipula las cifras económicas, entre ellas las del paro. Oculta a la UE qué hace con los fondos europeos y destina buena parte a camelos ideológicos. Se inventó la «memoria democrática» mirando al pasado con un solo ojo. No responde, y a veces fomenta, un republicanismo radical que añora la desastrosa II Republica, con ataques a la Corona como nunca los habíamos vivido. Desmonta la Constitución paso a paso por la puerta de atrás. Y a menudo se sirve del Rey que, así lo parece, le deja hacer. Pero ser arbitro implica señalar faltas y pitar penaltis.
En política exterior nos ha enfrentado a Trump y acercado al Grupo de Puebla, radicales y exguerrilleros. Es indeciso con Ucrania, indefinido con Putin, volcado con Pekín, meloso con el narcoestado de Maduro, amigo de los terroristas de Hamás que le felicitan, enfrentado a Israel, única democracia de Oriente Medio. Baboso y contradictorio ante Marruecos: entregó el Sahara y al tiempo protegió al líder del Polisario. Se dejó engañar por Londres en Gibraltar. Y cada vez es más nebuloso en la UE. Todo un récord Guinnes de confusión e incompetencia. Algunos de estos regates tienen como fondo los negocios de Zapatero, pero afectan a la seguridad y al prestigio de España. Utiliza al Rey, como en su prescindible intervención ante la ONU, siguiendo la alocada línea gubernamental, y con la risa cómplice entre Rey y presidente como fondo. Al final, el envío de un buque de guerra para escoltar a la flotilla de Colau. Otro error que podría acabar mal.
Como Sánchez no puede gobernar, distrae al personal. Ahora asociaciones «de la memoria», sufragadas con dinero de todos, le piden una «legislación específica de ámbito estatal y de obligado cumplimiento para garantizar la enseñanza de la historia de España entre la proclamación de la II República y la Transición». Lo demás no cuenta, ¿Para qué enseñar a los chavales quiénes fueron El Cid, Colón, Carlos I, Cajal o Cánovas, entre tantos? Aprenderán las virtudes de la II República, de Largo Caballero, ese tipo pacífico que buscó la guerra, o de quienes organizaron Paracuellos y, desde luego, abominarán la proscrita etapa del franquismo. Pero seguiremos cobrando las pagas extraordinarias, acudiendo a la Seguridad Social, a los hospitales públicos, y beneficiándonos de los pantanos. Y más. En cuarenta años se tomaron decisiones positivas. También desde 1975. Juzguémoslo todo con objetividad.
Sánchez, declaró: «Equiparar víctimas con verdugos es lo contrario a la concordia», «jamás debe utilizarse la Historia como táctica política porque eso no se llama concordia, se llama revisionismo histórico», «recordar es una obligación». Pero recordar la Historia entera y como fue, no limitada en beneficio de parte. Quien utiliza la Historia «como táctica política» es él y el «revisionismo histórico» es suyo. Muchos verdugos, para él víctimas, gozan de calles en pueblos donde ejercieron de asesinos. Los descendientes de sus víctimas no cuentan.
Nada importa. Sánchez no gobierna, trampea. Y ahora, porque le conviene, miramos a Gaza desde una visión mentida, mientras a su mujer y a su hermano les llama el banquillo.