Antonio Soler-El Correo

  • No hace falta echar la vista atrás para que un personaje como Trump nos pareciera una broma

No es necesario recurrir al espíritu del abuelo Cebolleta para asombrarnos de lo que está ocurriendo en el mundo en comparación con el pasado. Ni siquiera hace falta echar la vista atrás al siglo pasado para que un personaje como Donald Trump nos pareciera una broma. Que alguien de esa catadura estuviese al frente de la todavía primera potencia mundial no era creíble. Y menos aún que hubiera sido elegido democráticamente. O que los argentinos votaran masivamente por un individuo que esgrime una motosierra como principal argumento político. No, la degradación no podía llegar a niveles propios del subsuelo mental, del alcantarillado. Una película futurista que emprendiera ese camino habría estado destinada al fracaso a no ser que su género fuese el de la comedia y el esperpento. Pero he aquí que la comedia, al ser realidad, se convierte en drama. De momento en drama, ya veremos si vira hacia una tragedia de consecuencias irremediables.

Ya pueden los sociólogos analizar el por qué de todo esto. Las redes sociales en sustitución de la prensa profesional, el populismo sin freno o la desinformación que paradójicamente ha propiciado la época de mayor acceso a la comunicación. El resultado es que alguien que puede considerarse la persona de mayor influencia mundial puede aconsejarnos que bebamos lejía para combatir la covid y comunicar a sus ciudadanos como medida negociadora que tiene una larga cola de jefes de gobierno dispuestos a besarle el culo. O proponer que Gaza se convierta en un complejo turístico una vez que las bombas saquen de allí a la población autóctona. Y no pasa nada.

Amenazar a periodistas, tratar de acabar con la libertad de prensa y humillar a las mujeres. Perpetrar espectáculos de baja estofa en el despacho oval. Hacer ostentación de su incultura. Y conseguir con ello el aplauso, no ya de sus votantes incondicionales, sino de una corte de representantes políticos que lo adulan y tratan de emularlo. Una corte de los milagros encabezada por el líder de la motosierra que se comunicaba con el espíritu de su perro muerto, se jactaba de mandar al carajo ministerios de educación, cultura, sanidad y auspicia la corrupción familiar. Hermanos espirituales como el también corrupto y golpista Bolsonaro. Monaguillos como Santiago Abascal y socios inmobiliarios, y funerarios, como Netanyahu. Con el jefe de gobierno israelí comparte impudicia. Si el israelí está empeñado en imitar a los nazis para acabar con un grupo terrorista como Hamas, el norteamericano ampara la masacre diaria ante la frustración de la opinión mundial. Y no pasa nada. Bueno, sí. A Trump le pueden dar el Nobel de la paz.