Ignacio Camacho-ABC
- La socialdemocracia reformista queda ya muy lejos de un partido abducido por el populismo de un caudillaje de hierro
Un grupo de exdirigentes socialistas ‘históricos’ –entre ellos Ibarra, Redondo, Bofill, Urquizu, Sevilla, Cercas o Zapatero ‘el bueno’, o sea, Virgilio– se están organizando para tratar de rescatar el partido de la deriva «antidemocrática y populista» (sic) impuesta por el sanchismo. No pretenden volver sino encontrar en la generación más joven los aliados precisos para lanzar un proyecto alternativo que esté listo cuando el líder haya caído y la organización tenga que abrir un nuevo ciclo. El intento merece suerte porque se enfrenta a la dificultad de armar un sector crítico en una formación donde el debate quedó hace tiempo laminado en beneficio del cesarismo, y porque el PSOE actual se parece ya muy poco al que estos honorables cuadros han conocido.
Sánchez controla sus filas con una impronta autoritaria. Incluso se ha permitido autoproclamarse candidato sin ningún formulismo de aparente respeto a la estructura orgánica. No hay nadie que se atreva a discutir una decisión así en voz alta pese a que abundan quienes creen que el colapso de la legislatura los arrastra a una debacle anunciada; es el P… Amo y su voluntad no necesita el respaldo expreso de la militancia, que desde luego tampoco iba a cuestionarla. El que manda, manda. Irán hasta el final con él, agarrados a la leve posibilidad de que las encuestas vuelvan a fallar y la derecha tropiece consigo misma en otro exceso de confianza.
En ese marco, la aventura de los disidentes pasa por esperar a que una derrota fuerce un cambio de liderazgo, a sabiendas de que Pedro está tomando medidas para evitarlo o, al menos, dirigir su propia sucesión y asegurar su legado testamentario. Pero la socialdemocracia reformista y autónoma a que aspira esta especie de oposición interna ha caducado; se extinguió para dar paso a un modelo de frente amplio con los nacionalistas y la extrema izquierda de la mano, una alianza radical que ha triturado los consensos constitucionales y la tradición de acuerdos de Estado, sustituyéndolos por una estrategia de polarización civil y de confrontación de bandos. Y el partido difícilmente va a abandonar ese estímulo cismático.
En todo caso, a la estabilidad política del país le convendría que ese benemérito esfuerzo tuviera éxito y lograse fortalecer siquiera en parte el decaído paradigma de la moderación y los espacios de encuentro. Hipótesis improbable, para ser sinceros; no es ése ni de lejos el ambiente que se respira en las Casas del Pueblo. Los promotores de la corriente regeneracionista son ahora mismo inmensa minoría en una organización ‘podemizada’ por dentro y abducida por un caudillaje de hierro. El postsanchismo, cuando sea que llegue, lo administrará Sánchez, o en su defecto, Zapatero, convertido en el rasputín que inspira los movimientos del Gobierno. Ambos necesitan un heredero comprometido a preservar su posición de privilegio.