Alejandro Espinosa Solana-El Debate
  • Piden más cementerios islámicos porque han venido aquí a instalarse definitivamente y a procrear niños musulmanes a pesar de nuestra supuesta discriminación y racismo. Reclaman el velo como una opción libre de identidad religiosa, aunque el velo es un desafío fundamentalista más a nuestra convivencia

Los países islámicos son sociedades teocráticas, al contrario que nosotros, los occidentales europeos, cuyos estados de derecho aspiran a ser democráticos. Mientras en Europa nos damos nuestras propias leyes a través de las urnas y mayorías parlamentarias, la ley que los países de mayoría musulmana aplican a muchos aspectos de su vida y sociedad, es la ley de su dios a través de hadices, la sunna y el Corán, que datan del siglo VII. Los fundamentalistas, con influencia creciente entre sus fieles, tratan de volver a aquella época como solución a la actual degradación de las sociedades occidentales. No admiten que el hombre pueda darse sus propias leyes, si no que sólo Alá puede hacerlo.

Por esta razón la democracia es «haram» (prohibida) para ellos, pero se valen de ella en nuestros países occidentales para irse implantando paulatina y subrepticiamente. Ballot or bullet (voto o bala) dicen en inglés: para muchos de sus clérigos y élites, nunca podrá haber descanso hasta que conviertan al mundo entero al islam y en un califato.

Mientras tanto, Occidente había llegado a ser la civilización más avanzada en garantías y derechos, y en prosperidad económica. Quizás por eso decenas de miles de musulmanes huyen cada año de sus países hacia ese Occidente libre y democrático donde desean encontrar una vida mejor. Sin embargo, cuando llegan y se establecen de forma masiva y creciente, nunca parecen estar satisfechos tampoco a donde voluntariamente huyeron, y comienzan una retahíla sin fin de demandas, quejas y exigencias para implantar aquí el modo de vida del que escaparon, alterando muchas veces nuestra paz social y el orden legal establecido.

Piden comida halal y rechazan el cerdo en comedores públicos, escuelas y cárceles, que además pagamos los demás contribuyentes con nuestros impuestos. Piden la enseñanza del árabe, del islam y de la cultura marroquí en las escuelas. En ellas también rechazan las clases de música, ajedrez y baile por ser manifestaciones del demonio. Tampoco acuden a clases de piscina o gimnasia con alumnos del sexo opuesto. Los alumnos musulmanes se ausentan de las aulas masivamente durante sus propias festividades islámicas. En Europa, escuelas y colegios adaptan sus enseñanzas de historia, geografía, etc … para no ofenderles, y obligan a descender el nivel educativo porque llegan sin conocer el idioma local, ya que en sus casas y barrios no lo hablan ni aprenden. Reclaman más mezquitas e imanes, muchos de ellos radicales salafistas que predican el odio hacia nuestras sociedades, al infiel, los homosexuales o los judíos. Por si no fuera suficiente con los templos que ya tienen, rezan frecuente y masivamente en calles y lugares públicos. Degüellan miles de corderos vivos cuando nuestras leyes persiguen el bienestar animal, pero los animalistas tampoco se atreven a enfrentarse a ellos. Igual que las cobardes feministas desaforadas cuando los violadores son musulmanes. Piden más cementerios islámicos porque han venido aquí a instalarse definitivamente y a procrear niños musulmanes a pesar de nuestra supuesta discriminación y racismo. Reclaman el velo como una opción libre de identidad religiosa, aunque en realidad el velo es un desafío fundamentalista más a nuestras leyes, instituciones y convivencia.

Todo ello lo hacen en nombre de una libertad religiosa y de culto que ellos no practican con el resto, si no que repudian. En sus países no se permite la apostasía ni el proselitismo de otra religión que no sea el islam, que está severamente castigado en sus respectivos códigos penales. En los países de mayoría musulmana no se construyen nuevas iglesias, y las pocas que pudiera haber en antiguas colonias como Marruecos están desacralizadas, destruidas, o se destinan a otros usos. En Francia se derrumban al menos dos iglesias al mes y se construyen otras tantas mezquitas. Nuestra libertad de expresión y de pensamiento tampoco existe en sus países, e incluso la cercenan abiertamente en los nuestros con la excusa siempre perversa y falaz de la islamofobia, que nos acalla, y que amordaza cualquier oposición fundamentada a su expansión impositiva, fechorías y desmanes. Tenemos que tragar con todo sin rechistar si no queremos que nos acusen de racistas. Esto, cuando su reacción no es violenta, como en tantos casos desgraciados en nuestras ciudades europeas: apuñalamientos, atropellos masivos… Pero ellos sí ejercen aquí esa libertad de expresión para evidenciar constantemente su descontento, su victimismo y el desafecto hacia la sociedad que les acogió cuando huyeron de las suyas.

Nuestras leyes garantistas y nuestra policía nos sirvieron mientras fuimos una sociedad homogénea que mayoritariamente remaba hacia un objetivo común. Pero ahora, una población creciente y subversiva que muchas veces odia al infiel o al colonialista europeo, y otras está instrumentalizada y radicalizada por sus élites fundamentalistas, nos va socavando desde dentro mismo en nuestra casa.

Aquí también se sirven de nuestro derecho de asociación para implantarse subrepticiamente en todas las capas de nuestras sociedades: organizaciones islamistas como los Hermanos Musulmanes se infiltran y utilizan otras asociaciones y ONGs para implementar su agenda radical islamista entre sus fieles, blanquear el islam político, y arremeter contra quienes se oponen a su expansión. En España, la Comisión Islámica de España (CIE), la Liga Islámica por el Diálogo y la Convivencia, la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE), y la Federación de Entidades Religiosas Islámicas (FEERI), desarrollan una agenda expansionista para su paulatino asentamiento en todas las esferas de nuestra sociedad: educación, política, medios de comunicación, cultura, religión, deporte, asociacionismo… Siempre he advertido de lo contradictorio que resulta ese entramado asociativo tan caro y complejo jurídicamente, con comunidades que siempre se presentan como marginales.

Igualmente recurren al derecho de manifestación para reclamar sus derechos supuestamente vulnerados en países que se han erigido como los más garantistas del mundo actual civilizado. No es sino una estrategia más de victimización. O sus cansinos llamamientos al respeto y a la igualdad que tampoco ellos profesan con minorías como los homosexuales, las mujeres o los judíos y, en fin, con quienes no sean ellos mismos.

Alejandro Espinosa Solana es autor del libro: «Hacia una Europa Islamizada»