En el “milagro económico” español proclamado por el Gobierno aparece de manera inequívoca un problema básico, el de la productividad. Su mediocre comportamiento, por ser generosos, se traduce y se traducirá en un estancamiento-declive del aumento del nivel de vida de las generaciones presentes y futuras.
Esto no obedece a ninguna maldición crónica sino es el resultado de una estrategia negligente y de un cinismo político patente que condena a la economía nacional, de manera deliberada o por ignorancia, a una posición de estancamiento permanente en lo esencial: el aumento del nivel de vida de los españoles .
Y es que la política gubernamental constituye un ataque frontal a los fundamentos del crecimiento económico y del bienestar de los ciudadanos a largo plazo, eso sí, a cambio de un espejismo de falsa prosperidad subvencionada a corto.
Durante décadas, la teoría neoclásica del crecimiento, popularizada por Robert Solow, explicaba el aumento del PIB como el resultado de la acumulación de dos factores de producción: el capital y el trabajo. Sin embargo, gran parte del crecimiento real no podía ser explicado por esa simple adición. Hay algo más.
A esa parte inexplicable y misteriosa se la denominó el «residuo de Solow» o Productividad Total de los Factores (PTF) en términos del argot. Esta se contemplaba como un factor exógeno, una especie de maná caído del cielo representado por el progreso tecnológico.
El verdadero progreso viene de construir mejores factorías
Pero había un problema muy claro: el «residuo» era inmensamente grande. Era necesario explicar el por qué y, clave, eso no dependía de los dioses para ningún analista racional.
¿Qué determina el ritmo al que se produce el progreso tecnológico y la adopción de las innovaciones que hacen posible crecer con niveles de productividad elevados? Aquí es donde la teoría neoclásica del crecimiento se quedó corta.
La acumulación de capital o de trabajo son importantes, pero no suficientes para explicar las vastas diferencias en el nivel de vida existentes entre las naciones y, además, a partir de un umbral tienen rendimientos decrecientes.
Para decirlo de manera clara, un país no se hace rico simplemente construyendo más fábricas. El verdadero progreso viene de construir mejores factorías, de usar tecnologías más eficientes y de reorganizar la producción de manera más inteligente.
Para conseguir esa meta es básico un modelo que incentive en lugar de desalentar la destrucción creativa y la asignación eficiente de los recursos. Y aquí es donde entra una política gubernamental, la española, que ha hecho todo lo contrario. Ha construido un muro infranqueable para proteger la ineficiencia y asesinar el dinamismo económico.
La política económica del Gobierno es un engaño deliberado a los españoles
Así, por ejemplo, la contrarreforma laboral de la Sra. Diaz ha creado un mercado laboral rígido y, peor, incapaz de reasignar talento. Ha desplegado una actuación destinada a lograr una bunkerización del empleo, priorizando una estabilidad artificial, precaria y falsa sobre la eficiencia. El resultado es un estancamiento de los salarios reales, una economía sin alicientes para mejorar y un mercado laboral con las mayores tasas de desempleo de la UE y de la Eurozona.
Por otra parte, la regulación excesiva y un sistema fiscal que penalizan el éxito empresarial actúan como una plaga que asfixia el crecimiento. Se introducen impuestos y cargas burocráticas a las empresas que crecen, forzándolas a permanecer pequeñas e ineficientes o a emigrar para evitar umbrales tributarios y regulatorios.
El Gobierno no ve en la empresa exitosa a un socio, sino a un adversario del que se debe extraer renta. Este enfoque no solo desincentiva la inversión y la innovación, sino que fomenta la mediocridad y la búsqueda de rentas públicas en lugar de la competitividad en el mercado.
Y esto no es accidental. Es un reflejo de una visión ideológica que sospecha de los mercados y del éxito empresarial, prefiriendo un control centralizado que, irónicamente, es incapaz de generar la prosperidad que el mercado crea de forma espontánea.
La política económica del Gobierno es un engaño deliberado a los españoles. Es un modelo que utiliza el gasto público y los subsidios como un narcótico económico para ocultar el fracaso estructural y comprar votos.
La política económica del Gobierno es la perfecta receta para una decadencia económica gestionada
El Gobierno inyecta dinero en la economía, financiado por una deuda creciente y regula en función de intereses políticos. Compra la paz social y la lealtad electoral a cambio de perpetuar un modelo productivo obsoleto pero rentable para él en términos electorales.
Eso ya lo contó mil veces el Premio Nobel fue Economía, James M. Buchanan. Y las cifras de crecimiento del PIB, por tanto, no reflejan una economía sana y dinámica, sino una inflación artificial de la demanda que se desvanecerá en cuanto el grifo de los fondos públicos se cierre.
La política económica del Gobierno es la perfecta receta para una decadencia económica gestionada. Es un camino que no conduce al crecimiento, sino a la aceptación de un nivel de vida inferior y a la pérdida de competitividad.
Se renuncia a la ambición de ser una potencia productiva para convertirse en una economía dependiente y de bajo crecimiento, un destino que los datos sobre la Productividad Total de los Factores confirman con una frialdad implacable.